Leo en El Manifiesto que las feministas han descubierto el sexo con el reino vegetal. Ecosexo se llama la cosa. Me parece bien. Pero. Van retrasadas. Ya en la década de los años setenta del pasado siglo, en la isla pavorosa, tuve alegre comercio carnal con una mata de plátanos. Tan progresista ayuntamiento tuvo lugar en un campo de trabajo forzado donde me encerró, acusado de vagancia, la Gran Revolución. Mujeres no había, y no sé si ustedes han estado en uno de esos campos de trabajo, pero declararse maricón en aquel lugar (aunque fuese en una muy pequeña medida, y sólo por las circunstancias en las que nos encontrábamos, podía ser suicida). Así que optamos, ni se les ocurra que el mío era un caso aislado, por follar (templar o singar en jerga pavorosa) con las gráciles matas de plátano. Sólo tengo cosas buenas que decir de mis relaciones sexuales con el reino vegetal. Por otro lado, nuestras frutales compañeras siempre estaban dispuestas, lo que nos parecía (y aún me parece) una gran cosa. Se escogía a la pareja sexual entre una multitud (otra gran cosa), se le abría un agujero a la altura adecuada, tarea sencilla porque los troncos (o seudotallos) eran y son blandos, e introducíamos el pito. Ah, qué jugos, qué babosidad perfecta, qué manera dulce de acogernos.
La práctica de sexo con el reino vegetal es minoritaria, a pesar del esfuerzo de muchos zumbados profesores universitarios en USA. Hay que incrementarla. Yo recomiendo encerrar al menos un año en campos de trabajo forzado de la isla pavorosa a las feministas y sus mamalonazos profesores ecosexuales. Todo sea por la causa.
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