Lo declara un científico zimbabuense establecido en EE. UU.

«En Zimbabue no lloramos a los leones»

«Cuando descubrí que se trataba de un león que había matado a un dentista norteamericano, instintivamente lo celebré: un león menos que amenaza a familias como la mía.»

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«Estaba absorto en la bioquímica cuando me distrajeron los mensajes de texto y Facebook.
»— Sentimos lo de Cecil… ¿Vivía Cecil cerca de tu casa en Zimbabue?
»¿De qué Cecil me hablan?, me pregunté. Cuando miré las noticias y descubrí que los mensajes trataban sobre un león que había matado un dentista norteamericano, instintivamente lo celebré: un león menos que amenaza a familias como la mía.»
Así comienza un artículo que ha publicado Goodwell Nzou, un estudiante de doctorado de Biología Molecular, en el New York Times.
Al contrario que buena parte de la opinión pública norteamericana, que ha visto en la muerte de Cecil un bárbaro atentado ecológico, Goodwell se sorprendió de que Walter Palmer, el cazador, fuera tratado como un villano por haber matado a la fiera.
Al conocer detalles de la historia, reconoce haberse enfrentado al choque cultural más duro de todos los que ha vivido en los cinco años que lleva residiendo en EE. UU.
«¿Entienden los estadounidenses que los leones realmente matan a las personas?”, se pregunta, criticando a aquellos medios y periodistas norteamericanos que han convertido a Cecil en una especie de héroe local, confundiéndolo con Simba, el protagonista de la película de dibujos animados El Rey León
Terror en la infancia
Goodwell Nzou rememora su infancia en un poblado de Zimbabue, rodeado de vida salvaje, en donde no se tenía ni mucho menos una imagen positiva del león ni mucho menos le ponían un apodo cariñoso. Los leones no tenían nada de ideal para ellos. «Eran motivo de terror», advierte.
Recuerda que, cuando tenía 9 años, un león solitario sembró el pánico cerca de su casa. Mató gallinas, gansos y finalmente una vaca. Los niños debían ir a la escuela en grupo y no podían jugar fuera de las casas. Sus hermanas no podían acercarse solas al río, su madre tenía que llevar siempre un machete cuando salía a buscar leña.
Ella fue quien le dijo que un león había atacado y herido a su tío en una pierna. «El león terminó con la vida social de la aldea: nadie podía hacer tertulias junto al fuego por la noche, nadie se atrevía a ir a casa del vecino.» [El león había conseguido, en fin, lo mismo que la televisión en los países occidentales... N. de la Red.]
Su muerte fue una fiesta
Ante esta situación no es de extrañar que cuando finalmente consiguieron matar al felino, a nadie le importó si lo había liquidado alguien del pueblo o un turista de safari. «Bailamos y cantamos por habernos librado de la bestia.»
Pero uno de sus vecinos de 14 años no tuvo tanta suerte hace poco tiempo. Dormía en los campos de su familia para proteger los cultivos de los hipopótamos, elefantes y búfalos. Un león le atacó y murió.
Goodwell no quiere dejar la impresión de que en Zimbabue odian a los animales salvajes. Al revés, reconocen su significado casi místico, al punto que no comen carne del animal al que se consagra cada tribu, que en su caso es el elefante. «Para mí, comer carne de elefante es como comerse a un familiar», pero este respeto hacia los animales nunca les ha impedido cazarlo o permitir que sean cazados por otros. «Estoy familiarizado con los animales peligrosos: perdí mi pierna derecha cuando tenía 11 años por la mordedura de una serpiente», ha puntualizado.
Visión romántica
Este joven científico critica la visión romántica de los estadounidenses sobre la vida salvaje en África, las críticas de las organizaciones animalistas, como PETA, que ha pedido que ahorquen a Walter Palmer, cuando la mayoría de los estadounidenses «no saben ni localizar Zimbabue en en mapa».
«Nosotros, los zimbabuenses, meneamos la cabeza y nos preguntamos por qué los ciudadanos de EE. UU. se preocupan más de los animales africanos que de los mismos africanos.»
Goodwell termina su artículo pidiendo a EE. UU. que no les digan qué hacer con sus animales cuando ellos han permitido cazar a sus «leones de montaña» (refiriéndose a los búfalos, en peligro de extinción tras cazas indiscriminadas durante décadas). También pide que no lamenten la tala de sus bosques cuando los EE. UU. han arrasado los suyos para convertirlos «en selvas de asfalto».
«Y por favor, no me den el pésame por Cecil a menos que quieran también ofrecerme condolencias por los pobladores que han muerto asesinados o muertos de hambre», concluye.
© La Información

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