Abuelo, acompáñame a Ferraz

La herencia que nos dejasteis, abuelo, está siendo volada por los aires.

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Querido abuelo:

Un día de verano nos llamaron a las urnas. El Gobierno perdió en las elecciones el poder territorial del que dependía su supervivencia y también nuestro respeto, del que siempre depende su legitimidad. Quizás no recuerdes aquella caravana de coches entrando a Madrid, aquellos atascos camino a Zaragoza, las largas filas de vehículos volviendo a Andalucía. Pensaba Pedro Sánchez que un domingo de julio la España de Caín y Abel yacería tranquila en una playa del litoral. Pero España, abuelo, es la de Santa Teresa y la de Okendo, la de Isabel de Castilla y la de Don Pelayo. Esa España, que es la tuya, se levantó.

Aquel día las urnas, por torpeza de algunos de los nuestros y su pretendida utilidad, no terminaron de reflejar la contundencia de nuestra esperanza, pero sí el rechazo al golpe que en 2017 unos pocos sediciosos pusieron en marcha. Un golpe contra España. Aquel año comenzó un proceso, abuelo, contra todo lo que amamos. Y nuestro presidente, aferrado a la viscoelástica de la Moncloa, decidió apoyarse en quienes siempre han querido acabar con nosotros.

España ha vivido estos últimos años el comienzo de su fin. El parlamento eligió a Bildu en vez de a Ortega Lara y, pese a este escandaloso estruendo —el terrorismo siempre es estruendoso—, los socialistas buenos permanecieron callados. Yo aún no los he conocido, abuelo. Recuerdo aquellas conversaciones repletas de batallitas donde tal y cual socialistas alzaban la voz contra la injusticia. Y cuántas veces habré paseado contigo por las calles de San Sebastián evitando pisar las placas doradas con el nombre de Enrique Casas o Fernando Múgica. Ahora sé que peor que pisar aquellas placas es pisar su memoria.

La herencia que nos dejasteis, abuelo, está siendo volada por los aires. De tu generación, que forjó la España trabajadora y familiar, algunos se empeñan en destacar la ley de 1978, y yo me acuerdo de aquello que me decías: «La generosidad no sólo se vota, se vive». Tú siempre la has vivido, abierto de brazos como en uno de esos cuadros de Genovés que tanto nos gustan, abuelo. Y ahora el Gobierno se empeña en cerrártelos, imponiendo su estrechez a golpe de porra. Y las lágrimas felices que ayer derramamos hoy sonrojan nuestras mejillas gaseadas.

Las pasadas semanas el proceso se ha acelerado, abuelo mío. Algunos creen que España no tiene remedio y el presidente se fotografía en el Congreso con los que mataron a Goyo Ordóñez y en Bruselas con los que mataron su memoria a base de imponer una historia sesgada. Pedro Sánchez ha pactado con los separatistas romper lo poco que aún quedaba unido, resquebrajar la sociedad y patrocinar con el dinero de todos el delirio de unos pocos. España tirita entre el asombro y la indignación y muchos nos preguntamos cómo ha podido traicionarnos un español.

Te escribo, sin embargo, con una sonrisa en la cara. Abuelo: te gustará saber que todo por lo que algún día peleaste ha encontrado una vanguardia. Los jóvenes y mayores nos hemos echado a la calle para reclamar que España prevalecerá, que la familia siempre será lo más importante, que Dios continúa de nuestro lado, que el pulso de la nación bombea a toda velocidad. La revuelta comenzó hace algunas semanas y hoy te pido, abuelo, que me acompañes a Ferraz. A tu lado quiero defender lo que más amo: la España alegre, mariana y unida. Y tú eres lo más parecido a ella.

© Centinela

 

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