En el lenguaje popular – y hoy día, en el lenguaje impuesto – abundan palabras que son reflejo del sentir y vivir de aquellos que las atesoran. Otrora ingeniosas, hoy los vulgarismos que encontramos en el vocabulario de nuestras élites políticas lastimosamente chirrían en los oídos de unos pocos, pues el dómito y bien pagao pueblo, no sólo las recoge y hace suyas, sino que las repite y propaga por doquier a través de las endemoniadas redes sociales, en las que, por desgracia, cualquier atentado contra el castellano está más que permitido y justificado, siempre que se cobije bajo la sombra del inmenso árbol de podredumbre del Nuevo Orden europeísta y mundial. La resistencia, a la bendita intemperie. Reza el refrán que quien se cobija bajo hoja, dos veces se moja. Y por triplicado se empaparán los ingenuos de la gran mentira impuesta no sólo desde la izquierda caviar, sino desde la bien denominada por Sertorio “Gayropa” y, por ende, los Estados Unidos de la Antiestética. Y la Antiética. Y anestésicos también. ¿Es usted feliz en su ignorancia y verdad calculada y dirigida? Entonces, no siga leyendo. Bienvenido al año I del Nuevo Orden Mundial, donde
Usted no tendrá nada, pero será feliz
no tendrá nada, pero será feliz.
Podríamos albergar el sueño, cada vez más lejano, de que al menos nuestros dirigentes fueran seres formados, que no titulados, y extendieran la preocupación a sus súbditos, quiero decir, ciudadanos. Pero mucho me temo que con la enésima puntilla que ha recibido la educación en este país, la élite actual son patanegras comparados con los cebones que están por venir.
En abril de 1833, Mariano José de Larra, Fígaro, escribía un artículo donde denunciaba la funesta frase con la que el español medio culpaba a los males y pesadumbres de su vacía vida: “En este país…”. Cualquier acontecimiento desagradable que nos suceda, la culpa no es sino de la Madre Patria. ¿Para qué autoculparnos y hacer frente a la Fortuna cuando lo fácil es tomar el olivo? Este axioma nacía del atraso reconocido en toda la nación. Un atraso social de generaciones desconocedoras no solamente dicho retardo, sino de su propia historia. Y es que quien no la conoce está condenado a repetirla. De 1833 a 2022, ¿qué ha cambiado? Los españoles siguen, seguimos siendo perezosos de razón e imaginación, peferiblemente materialistas y huidizos de la estética y la teología. O la geometría que diría el gran Ignatius Reilly, pues los necios han ganado la batalla educativa y cultural, y aquellos que pretenden enfrentarse a ellos son tachados de locos. ¡Bendita locura!
La ignorancia se ha convertido en reina de la partida y el cebollino en su más fiel vasallo. El feudo ha sido sustituido por la paguita y el título fácil, al alcance de cualquier zopenco. Autómatas mansurrones, desechos de tienta que no saben hacer la “o” con un canuto. Pero, ojo, ¿son ellos culpables de sentirse dirigidos? No, señores, la culpable es España, el culpable es este país.
El don Periquito de Fígaro, joven petulante, poco instruido y aún menos viajado, enemigo de la lectura y amigo de coleccionar queridas, ilustrado y encerrado en su propia filosofía, que le impide ver más allá, rodeado de un grupo de amigos cortados por el mismo patrón, tiene su equivalencia en nuestro tiempo en el personaje de doña Socialina – y sus hermanos don Pepín, el mayor, y la señorita Podemina, en continua crisis de género – , seres incapaces de ver más allá de su ombligo, palmeros mayores de los dislates de sus adorados sacerdotes, ignorantes a más no poder y con una cabeza tan dura como la de una acémila. Por supuesto, libres en el amor – don Pepín prefiere coleccionar amantes en la intimidad de la alcoba, ya saben, por el qué dirán – e histéricos inquisidores de su verdad, que vuelcan en redes sociales mientras que, al alimón, cocean el castellano. Pasean una jactanciosa ineptitud grabada en su frente, pues a todos los corta el mismo patrón. Para colmo, será tomada como mandamiento por el resto del rebaño. Ya saben, oveja boba, por donde va una van todas. El peligro radica en que una mentira repetida mil veces termina convirtiéndose en verdad. Nuestros personajes no trabajan, pues de los empleos pretendidos, candidatos mejor preparados se llevan el puesto. ¿Es culpa suya? No, la culpa es de España, ¡país de fachas!
Casi dos centurias después, los necios no paran de multiplicarse. Ahora ocupan puestos de dirección y responsabilidad, nos imponen su lenguaje soez, sus feas costumbres, su antiestética manera de sentir y pensar. Pretenden dejarnos sin alma. Pero tenemos la excusa, como ellos, de culpar a otros de nuestro propio desastre. ¿Qué ha hecho este país para revertir la situación en la que nos encontramos? ¿Dónde estaba la gente lúcida —que eran los más— mientras los estultos preparaban el asalto al poder? La conjura de los necios ha llegado a su cenit. Es hora de iniciar la tan ansiada contrarrevolución: la conjura contra los necios, incapaces, sandios, simples, cretinos, berzotas y porfiados que se creen paladines de una verdad que no les pertenece. Hagamos un favor y justicia a nuestro país y devolvámosle la luz, el conocimiento, la belleza y la teología que nos permita encontrarnos como sociedad y como individuos responsables de nuestras palabras y, sobre todo, de nuestros hechos. Que cumpla cada español con sus deberes de buen patricio y erradique el vergonzoso ejemplo que, salvo excepciones, llevan dando nuestras élites las dos últimas centurias.
Comentarios