La semana pasada, la selección española de fútbol clasificó a la final de la Eurocopa en medio de la amenaza de Vox de hacer renunciar a sus cargos a los sillones que el PP les había otorgado gracias a los pactos de gobierno que ellos mismos habían exigido en varias comunidades autónomas. La excusa de la ruptura de Vox era un desacuerdo en el reparto de menores inmigrantes ilegales que ya se encuentran en Canarias. Un pretexto irracional, como señalaba Juan Manuel de Prada en “Hora 25”, que trataba de hacer ver a sus electores que era Feijoo quien rompía con ellos un acuerdo sobre este tema que no habían firmado, y que quería hacer ver que Vox se negaba a aceptar una realidad migratoria que ya venían aceptando porque aceptar menores no acompañados ya se venía realizando.
Que Vox haya devuelto algunos sillones al PP, queda claro que no fue por los menores inmigrantes ilegales, sino una medida muy racional de dejar atrás esa estrategia de sostener al PP que años antes de las generales del 23J habían decidido. El fracaso de Feijoo y lo mal que plantearon ambas formaciones la campaña de las generales frente a un bloque de izquierdas unido, echó por tierra todos los ministerios que se imaginaban ya gobernando. Continuar pues con esa estrategia de ser un partido muleta resultaba insostenible, más aún si el mensaje venía siendo que el PP es igual al PSOE. ¿Qué sentido tenía entonces que el destino de Vox fuera co-gobernar con el PPSOE? Lo de "el modelo es Castilla y León" o "se te está poniendo cara de vicepresidente" no les dio ningún éxito electoral ni de gestión. Fue un gran error de esos asesores y analistas que ayer alababan las bondades de esos pactos y hoy celebran lo contrario sin inmutarse. Además, cuidarse mucho por ser un "partido de gobierno" les hizo rebajar y renunciar a ciertas banderas, y que fueran percibidos como un partido sistémico que encima empezó a reclutar cargos y a hacer listas muy peperas-tamameras-girauteras.
Pero rectificando Vox y haciendo lo único que puede hacer, esto es, decidiendo lo que más le conviene para tener un discurso más útil al debate público, se da la paradoja de que se pueda percibir lo contrario: que no son útiles políticamente porque no sirven para sacar a Sánchez del Gobierno. Y esto se debe al pésimo marco mental que el PP impuso en las elecciones generales y que Vox no combatió. Un marco que falsamente reduce la utilidad política a sacar a Sánchez del gobierno cuando los problemas nacionales van más allá de él, cuando no se cuestionan muchas de sus políticas y menos al sistema que lo sostiene. De allí se entiende que en la "derecha mental" estén muy despistados diciendo que Vox cava su propia tumba cuando está corrigiendo lo que justamente les ha llevado a los fracasos electorales: el buscar la aceptación de esa “derecha cobarde" a la que le rogaban "por favor, no me demonices". Una derecha mental que ahora se quita la careta y como en los primeros años de la formación, les vuelve a llamar de todo y bendice que el PP se quede libre, soñando con que ahora Sánchez ya no podrá utilizar el comodín de "viene el monstruo de la ultraderecha".
Pero Sánchez ha celebrado la ruptura de Vox con el PP y no lo hace falsamente. Para él, que nunca necesitó que Vox fuera un partido ultra, porque hicieran lo que hicieran, siempre iba a exagerar sus mensajes para ponerse él en el "centro", ahora le exige al PP que se atreva a "renunciar a las políticas que ha aprobado con Vox hasta el día de hoy", políticas supuestamente radicales que recortaban derechos. Pero ¿cuáles son esas políticas tan ultras? ¿Por qué no las han visto los simpatizantes de Vox que cada vez le votan menos? Y ésta es la segunda paradoja: que hoy se acusa a Vox de irse al “falangismo” o de “pactar con Putin”, es decir, de ser más extremistas, cuando es justamente lo contrario. Hace años eran más radicales en sus formas y en su discurso incluso con los "liberales" dentro. Hace años la demonización les hacía sacar 52 escaños en las generales. Hace años levantaban ilusión y ahora todo lo contrario. Estos ataques de la derecha llamándoles ahora putinejos son tan malos que les vendrán muy bien a Vox.
Cuestión diferente son los cuestionamientos sobre su confiabilidad como partido político, la percepción de una incapacidad para reconocer errores propios y tratar de convencernos que todo es culpa de los demás, o los cuestionamientos sobre sus problemas organizacionales que se muestra cuando los que se quedan con sus sillones obligan a dimitir a los que no quieren hacerlo, entre otras controversias Ese deterioro de su imagen reputacional sí puede ser comparable a lo que sucedió con Ciudadanos, que fueron condenados a la irrelevancia política, no por cumplir con su promesa electoral (no pactar con Sánchez), sino porque la percepción de sus votantes sobre lo que debía de ser el partido era contradictorio con lo que el partido pensaba que debía de ser. Y esto es lo importante de la evaluación de tus votantes, que a veces te perciben al contrario de lo que crees que eres, incluso haciendo lo correcto.
Pero la apuesta por la asociación de inmigración y seguridad como mensaje rector de las políticas de Vox ¿les dará resultados? ¿Es Vox un partido racista y xenófobo? ¿Su discurso anti-inmigración ilegal es radical? No. Y esta es la tercera paradoja. Su posicionamiento frente al problema de la inmigración no es reciente y nunca ha sido radical, no les ha dado votos antes y tampoco tendría por qué dárselos en un futuro a tal punto de hacerles una fuerza hegemónica. Condenar la inmigración ilegal, la aceptación de menores que ya están dentro de las fronteras, o a la ayuda que se le pueda dar a Canarias, es una discusión demagógica si no se aborda en serio el grave problema de la inmigración masiva, de quiénes la imponen, cómo lo hacen y para qué. Pero para plantear este debate en estos términos inevitablemente te lleva a cuestionar al poder de verdad que decide estas políticas migratorias, te lleva a cuestionar la pertenencia a la UE, a la OTAN, entre otros temas que Vox no está por la labor, al menos de momento.
Por otro lado, para ser radicales tendrían que hablar de “remigración” y de “reemplazo étnico” y estos temas hasta el momento no son bien en recibidos por la mayoría de una sociedad como la española, acostumbrada históricamente a la diversidad o al mestizaje cultural y racial. En sociedades protestantes, más degeneradas moralmente y de menos grandeza cultural que la civilización hispana, quizá funcione mejor. Pero en España un discurso así, aun siendo necesario, puede verse como poco caritativo, más si la jerarquía católica es cómplice de reforzar un marco mental que sólo quiere mostrar bondades a la inmigración masiva ya sea legal o ilegal. Vox además no ha tenido una buena comunicación en estos años y es dudoso que en un tema tan complicado como este tenga éxito. La izquierda tiene a Vox donde quiere, etiquetado falsamente como un partido “xenófobo” y “racista” que se molesta con los goles de Yamal o Williams, y esto es en parte culpa de ellos por nunca haber tratado el problema de la inmigración de forma más propositiva o humanizante porque lo más sencillo para tener más visualizaciones era apelar al sentimiento con un cartel que enfrenta a un menor inmigrante ilegal contra una abuela, en vez de esforzarse por ilusionar con propuestas serias que convenzan de un cambio real.
En resumen, lo que viene sucediendo con Vox puede servir de aprendizaje para todas esas fuerzas contrasistema que están surgiendo tras el espacio que dejó este partido. La audacia inicial fue la estrategia correcta, sus banderas y su fuerza en el discurso también. La defensa del antifeminismo, ir contra las denuncias falsas, contra la ideologización de la educación, entre otros temas que nadie se atrevía a tocar, les hizo atractivos. El error fue oír a esos que hoy defienden a Vox haciendo una cosa y la contraria. El error fue entregar el futuro a lo que pudiera lograr el PP, aplaudir a Zelensky, ir hacia Tamames, ser más pro-Israel que nadie, hacer listas de girautas, abrazar la Constitución y la OTAN, querer ser bien recibido por esa derecha cultural y mental que tiene endiosada el 78. Fue una equivocación tomarse demasiado en serio creyendo que por ser tercera fuerza política estaban mejor que nunca, sin darse cuenta de que Ciudadanos y Podemos estuvieron más alto y cayeron. No hubo humildad en el éxito y tampoco en el fracaso, tampoco sinceridad en la comunicación y se destruyó la unidad organizacional con decisiones que sus mismos cargos o afiliados no entendieron. La gente entiende todo, hasta que pidas sillones en comunidades siendo un partido anticomunidades autónomas, pero lo que no traga es la apariencia, por ejemplo, de una fuerza que luego no despliegas, o la mentira, por ejemplo, sobre las razones de tus cambios de estrategia. Algo similar acaba de sucederle a Alvise cuando, diciendo que iba a exigir judicialmente el Escrutinio General, de pronto se echa para atrás en la impugnación de las últimas europeas. Aparentar ser ultra y no serlo, mentir a los tuyos, es peor que el extremismo.
España ha triunfado este domingo en la Eurocopa. Y a Yamal y Williams se les hubiera querido utilizar para blanquear toda la inmigración, sin importar si ésta es ordenada o masiva, si es sostenible o no, sin importar si puede provocar un grave problema de orden público; pero la celebración desenfadada de unos chicos cantando “Gibraltar español” les ha tirado al traste el relato. Se suponía que los goles de estos futbolistas “racializados” iban a servir como arma arrojadiza a una supuesta ultraderecha que les odia supuestamente por ser negros e hijos de inmigrantes. Pero todo eso era falso. Ni Vox es tan ultra como la sociedad celebrando la Eurocopa, ni tampoco son racistas como quieren hacernos creer. Los que quieren que el debate sobre inmigración sea un tema “ultra” lo hacen para robarnos un debate serio sobre la inmigración masiva, sea legal o ilegal, sobre la natalidad, sobre la familia, sobre las pensiones, sobre la deuda, sobre el futuro de nuestra sociedad, sobre la Constitución que tan bien utiliza Sánchez. Y lo peor es que muchos caemos en esa trampa. Como en un reciente artículo señala Prada (“El derecho al pataleo”), estamos siendo pastoreados por unos y por otros que sólo nos quieren pataleando y votándoles, pero sin querer llegar a soluciones de verdad.