El fenómeno Tabarnia no deja de ser sorprendente. Iniciativas, plataformas, grupos de WhatsApp variopintos, acciones en la calle, debates… un mundo nuevo crece imparable, amparado en el entusiasmo de cientos de miles de personas. Sin reglas, sin amos, transversal, con la convicción de que por fin los ciudadanos excluidos por esta infección nacionalista tienen una herramienta divertida y tremendamente eficaz, la de reflejar las contradicciones del nacionalismo en su propio espejo.
Como con la expresión, en un principio fue el logos, podemos decir: en un principio Tabarnia fue digital, pura evanescencia, sin sustancia, o si quieren la inspiración de un creativo, que logró hacer de una idea, de un anhelo de justicia y libertad, la conjunción de millones de voluntades a través de internet. Ahora, las emociones en red provocadas por su fuerza digital han cuajado, se han convertido en reales. Miles de personas la han hecho suya, la han convertido en la opción cívica más poderosa de cuantas ha provocado el procés como respuesta a su soberbia.
Las novedades son diarias, sus acciones exponenciales. Desde el inefable Boadella como presidente de Tabarnia en el exilio y sus performances hasta las acciones de calle (limpieza de lazos amarillos y esteladas de los edificios públicos y el mobiliario urbano, acampadas en la Plaza de Cataluña frente a las independentistas…) de numerosos grupos y asociaciones agrupados desde el pasado lunes en la Coordinadora por Tabarnia, nexo común de numerosas entidades con el objetivo de rentabilizar tantas voluntades espontáneas.
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