La belleza, decía Rilke, surge del pavor, de lo terrible. ¿Hay algo más escalofriante que el panorama político de nuestra querida España en estos momentos? Contexto idóneo para dar un golpe de efecto, para faenar –entendido como cada una de las operaciones que efectúa el diestro durante la lidia, antes de la estocada – tal y como lo hace el lidiador que lleva la vox del pueblo a las Cortes. Pero no basta con ensoñaciones vanas, no es suficiente con sembrar. Hay que defender firme el propósito y el sueño que tantos españoles esperan desde hace años.
Dentro del gobierno del caos, el desorden, la pérdida y la confusión, el sueño no deja de ser un canto, un halo de luz que, aunque efímero, invita a la esperanza, al fulgor, al ser y no al estar por estar. En resumidas cuentas, a llevar a la práctica la Agenda España, en las antípodas de la Agenda 2030, sinónimo de Agenda 2020 o Año 0 del Nuevo Orden Mundial. Un orden que lleva el globalismo por bandera y por negocio, para imponer sus directrices a lo largo y ancho del orbe. Nos quieren y pretenden divididos, fragmentados, balcanizados. Cual taifas medievales, pagadoras de parias que llenen sus arcas y permitan continuar con la gran mentira del proyecto global. Con los tributos medievales se erigían catedrales, iglesias y palacios. Con las gabelas actuales contribuimos a nuestra propia extinción como estado-nación.
Frente al manso del globalismo y el cobarde hatajo de bueyes que lo escoltan, solamente queda defender la unidad y el patriotismo que les haga frente. Nación, patria y familia que, por otra parte, pretenden destruir a través de sus políticas de género que buscan la esterilización de la raza. Cuando no, fomentando la inmigración ilegal que cause caos entre los propios con el fin de conseguir una desestabilización social a corto plazo y la sustitución, en un futuro no muy lejano, de una cultura por otra. Y no queremos darnos cuenta, ya que, a través de la imposición cultural e ideológica, paralela al aborregamiento de las masas, van imponiendo su mensaje en las pobres mentes de la ciudadanía. ¿Qué mejor lugar para iniciar una nueva reconquista que Castilla la Vieja, región de frontera nacida en constante batalla contra los musulmanes? ¿Quiénes si no los descendientes de aquellos repobladores medievales que, con arado y espada en mano, cultivaban su más preciado bien mientras sufrían las continuas razias del Califato cordobés?
Mientras tanto, las hordas de orcos psodemitas siguen produciendo en sus doradas cavernas sonidos guturales sin orden ni concierto contra todo aquello que molesta a sus rojizos ojos. Sin darse cuenta – o sí, y mientras no les falte el pan, benditos sean los improperios – son partícipes de la consolidación de Vox como única alternativa en la derecha española. Gracias a los ladridos de Garzón y las matriarcas, el partido de Abascal no para de sumar y subir en las últimas encuestas. No hay cosa mejor que venderse al globalismo de Gates, Bezos y Cía. para que el Partido Popular vea amenazado su chiringuito como oposición al gobierno comunista. Piensan en el ecologismo de salón como arma arrojadiza frente a los verdaderos productores de la riqueza nacional: ganaderos y agricultores. Como un caladero de votos, en efecto, pero para sus enemigos públicos. Con personajes así en el gobierno, a Vox solo le queda esperar sentado. Siembra en polvo –pues más esquilmado y yermo no puede estar el panorama de nuestro país– y, si el refrán no miente, recoge oro. “Que sigan ladrando, querida España” –podría decir don Santiago Abascal desde su jamelgo–.
Vox, con su temple pausado y sentido común, es un ejemplo más del “abrazo de contrarios”, del materialismo dialéctico, la que fuera filosofía oficial de la antigua Unión Soviética y hoja de ruta del actual gobierno. Porque a Vox, partido legal y constitucional con representación parlamentaria –tesis– se le siente o se le aborrece, los españoles lo apoyan porque la izquierda lo odia –antítesis–, y la misma izquierda lo va encumbrando, golpe tras golpe, como líder de la derecha patria –síntesis– . Seguid alimentando a vuestros chuchos, ¡y que los ladridos duren mucho tiempo!
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