Para muchos, la fallida coronación del «doctor» Sánchez fue un milagro del Apóstol Santiago, una derrota incomprensible de las fuerzas de izquierdas que un psiquiatra explicaría mejor que un politólogo. Sin duda, es un delicioso espectáculo ver al enemigo derrotarse a sí mismo, aunque sólo sea de manera provisional; pero más que milagro, lo que hubo en la sesión de investidura más surrealista de nuestra historia reciente fue industria.
La derecha política en España es VOX, que es el único partido que no acepta el consenso socialdemócrata y que rechaza de plano los pilares ideológicos de la izquierda. Pero también existe la derecha de la izquierda, la fracción liberal y tecnocrática del consenso socialdemócrata, es decir, el PP y Ciudadanos, que son los que ejercen el papel de sustitutos del partido de referencia del régimen, el PSOE. Cuando Ferraz, por su incompetencia, su despilfarro y su corrupción, desborda el cáliz de la amplia paciencia de los votantes, entonces surge el PP como la «alternativa» del sistema a sí mismo. Esta mecánica funcionó relativamente bien hasta 2015 y nos ha permitido a los españoles vivir bajo un régimen de partido único bicéfalo, muy parecido al turnismo de Cánovas y Sagasta. En realidad, y pese a lo que nos dicen, en España no ha habido derecha política desde, por lo menos, 2008. Lo que sí ha habido, sin duda, es derecha «económica», tan dueña de los recursos del país y de sus negocios como la izquierda política lo ha sido de la cultura y de la educación. Ese fue el reparto de poder que se hizo en los setenta y que todavía sigue en vigor.
Si fuéramos marxistas de misa diaria, de los de antes de 1968, lo tendríamos muy claro: las estructuras siguen en manos de la derecha de siempre, de las míticas doscientas familias, y la superestructuras son el juguete que se le ha dado a la izquierda burguesa para que se conforme y juegue tranquila en su rincón. El PSOE, en definitiva, es un sucedáneo de socialismo, que tiene de izquierda lo suficiente como para satisfacer los resentimientos y los complejos de las masas a las que adoctrina. Es decir, se le deja desenterrar a Franco, blanquear a ETA e infamar la memoria de media España, pero nunca se le ocurrirá tocar las cosas de comer: bancos, eléctricas y grandes constructoras. Las víctimas de su izquierdismo impostado serán las clases medias y los autónomos, nunca los jefazos de la oligarquía. El pacto se ha cumplido religiosamente por las supuestas derechas: sus dos partidos han aceptado el consenso socialdemócrata y se han vuelto más progres que los jerarcas del PSOE. No hay imposición ideológica de la izquierda, por radical que sea, que no hayan aceptado sumisamente los populares. Incluso han tenido la vileza de exaltar como ejemplar el sistema «educativo» catalán, pese a las evidencias en contrario. ¿O es que ya no nos acordamos de la abyecta intervención del exministro Méndez de Vigo en las Cortes?
En esta sesión de investidura, a quien le ha tocado cumplir con su parte del contrato es al PSOE. Podemos es el hijo del zapaterismo y de las políticas educativas de los últimos cuarenta años, que han convertido a los centros educativos en viveros de bolcheviques ágrafos. La peligrosidad de Podemos no está en el movimiento en sí, perfectamente integrable si hubiesen prevalecido los «niños de papá» rojos, como Errejón o Bescansa, sino en su jefe y líder supremo, en su amado Gran Timonel y su séquito de corifeos, ménades y hierofantes. Al revés que el político español al uso, Iglesias tiene ideas, muy malas, sin duda, pero «ideas». Por otro lado, sus odios son auténticos, viscerales, arraigados.
Pablo Iglesias no odia por oportunismo de antifranquista sobrevenido, Odia de verdad.
No odia por oportunismo de antifranquista sobrevenido, como es el caso de los socialistas. Odia de verdad. Y cree en sus ideas y siente sus odios. Encarna con toda su fuerza el resentimiento de esa media España de la cáscara amarga que siempre ha bullido detrás de las semanas trágicas, las revoluciones de octubre, los paracuellos y los cantonalismos de nuestra más negra historia. Es el viejo partido de los matacuras y del «¡Viva Rusia!»
Iglesias se lo cree. Meter a semejante energúmeno en el gobierno de progres domesticados y cantamañanas que tanto le gusta al IBEX es una insensatez. A su criatura, el «doctor» Sánchez, no se le puede dejar en semejantes manos, para empezar porque Iglesias es mucho más inteligente que él, pese a todos sus spin doctors, y le podría inclinar hacia un radicalismo social no deseado. El PSOE lo supo desde el inicio y se dedicó a marear la perdiz. ¿De verdad se cree alguien que se puede plantear en serio que Irene Montero sea vicepresidente del Gobierno? El PSOE fue astuto y planeó meticulosamente la ruina de Podemos, que mordió el anzuelo en el instante mismo de sentarse a negociar. Difícilmente sobrevivirá el Pol Pot español a la trampa saducea de Ferraz, que prepara el camino para el verdadero elegido de nuestra oligarquía: Íñigo Errejón, el «repelente niño Vicente» de la abuelita Carmena y futuro jefazo del PSOE «de izquierdas», un nuevo Santesmases especializado en protestas retóricas de marxista y silencios efectivos de socialdemócrata, indispensable para que los comunistas no les quiten la parte más militante de su clientela.
España es un país dominado por un tipo social que marcará esta época: el pijoprogre, alguien con opiniones muy de izquierdas y acciones de un liberalismo salvaje. Alguien que no para de hablar de solidaridad mientras trabaja como un depredador sin alma en alguna multinacional. Alguien que compra en las carísimas tiendas de comercio justo, que come en restaurantes veganos de cien euros el cubierto, que viaja a Nepal en primera clase y que se gasta en prendas de moda hippy el sueldo de un pensionista. Pijoprogres los hay en el PSOE, en el PP y, sobre todo, en Ciudadanos; hora es de que se pongan de acuerdo entre ellos y de que sean fieles a la filosofía del partido único que realmente forman. Si son iguales, ¿por qué no componen entre todos un gobierno pijoprogre? Lo piensa este que suscribe, pero también lo cree el IBEX. Y con las cosas de comer, como ya dije, no se juega. Alguien acabará pagando muy caro el precio de su ego.
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