En estos tiempos revueltos, los españoles hemos aprendido a vivir con el corazón encogido, los medios de comunicación nos explican a diario las maniobras kafkianas de nuestros políticos para mantener su puesto, vistos los casos de corrupción que salpican el panorama nacional, y nos hierve la sangre cada vez que, desde la élite del poder, nos tratan de idiotas. El trasiego de sobres, con cantidades ingentes de dinero, está a la orden del día, y aunque lo nieguen, ha salpicado al Gobierno. Mientras tanto, pretenden hacernos creer que ni altos funcionarios, ni cargos electos, ni cualquier otro espécimen que tuviera la llave de la caja, soltaba la pasta bajo ningún concepto. Sí alguien, con responsabilidades públicas, pactaba servicios con individuos abyectos, con el fin de amenazar al adversario con sus propias debilidades, y el contratado debía favores al contratante, se prescindía de registro para no dejar rastro, y todo quedaba en casa. La cuestión, por perversa que fuera, no era punible por falta de pruebas y la dimisión de quien inició la conjura, impensable.
Para terminar de dejarnos turulatos, yernos reales, hijos de políticos, folclóricas y ejemplares varios de la fauna urbana, juraban y perjuraban que no conocían los suculentos beneficios que se atribuían a sus negocios. Y justo entonces, cuando estaba a punto de producirse una especie de colapso general, entraron en escena amantes despechadas, que iban por ahí contando secretos fiscales y de alcoba porque, según decían se sentían amenazadas, aunque si puedo expresarles mi opinión, creo que la palabra correcta sería estafadas, por no haber cobrado lo que esperaban recibir, y su dolor aburría a periodistas y a funcionarios judiciales. Primero fue la ex de Jordi Pujol junior, cabe pensar que el hijo del que fuera President de la Generalitat, ignoraba que el silencio de una amante tiene un precio, y como nunca cobró, corrió a reunirse con Alicia Sánchez Camacho para verter hiel en la grabadora que, Anacleto, Agente Secreto, a sueldo del mejor postor, había puesto, en el restaurante La Camarga de Barcelona, a disposición de la líder del P.P. En medio de este vodevil detectivesco, surgió la última novedad del folletín, una vieja conocida, Corinna zu Sayn-Wittgenstein Sayn, la que un día, en pleno acoso de los mercados a nuestra Economía, se fue de cacería a Botsuana con el rey. Y allí Su Majestad pegó un traspié que casi le cuesta la corona.
Pues bien, esa rubia trasnochada con aderezos de silicona en los labios y en gran parte de su anatomía, que un día pensó que ofrecerse en oblación a una frente coronada, seguía siendo una buena manera de medrar, y como quien a buen árbol se arrima buena sombra le cobija, se convirtió, según sus propias palabras en amiga entrañable del monarca, y ahora está dispuesta a cruzar la barrera del anonimato para hacernos creer lo que no es.
Dicen las malas lenguas que vivía, hasta hace poco, en un chalecito en el Pardo, al que se podía acceder directamente desde las inmediaciones del palacio de la Zarzuela, decorado por Jaime Parladé y, que acondicionar tan lujoso picadero, costó la escandalosa suma de 2 millones de euros. También aseguran que se dejaba ver por Madrid con guardaespaldas, como si su integridad física fuera cuestión de seguridad nacional. Ella lo niega. Quiero imaginar que tan insensatos gastos corrían a cargo de la Casa Real, porque de lo contrario sería para ponerse de muy mal humor. Pero Su Majestad debe de haber errado en el trato con la dama y no ha atendido a sus deseos tal como ella esperaba, pues de la noche a la mañana, sintiéndose malquerida, ha iniciado un peregrinaje por la prensa, tanto afín como adversa al monarca. Primero fue al diario el Mundo, y nos dejó claro que anhelaba vengarse de Juanito, a pesar de que no se cansaba de repetir que: el rey es un tesoro nacional, pues de haber sido su amistad tan desinteresada como decía, hubiera escogido otro rotativo más benevolente con la figura del soberano.
La irrupción en determinadas publicaciones, de Corinna, la falsa princesa, pues si mantiene el título es gracias a que, después del divorcio, a su ex marido el príncipe Casimir zu Sayn-Wittgenstein Sayn, le honra la virtud de la tolerancia y le permite utilizar su apellido para evitarse otros quebraderos de cabeza, ha suscitado toda clase de comentarios, aunque la realidad es bien sencilla, ha perdido el favor real y se ha apresurado a sacarse las pulgas de encima, dado que su nombre apareció en la documentación que Diego Torres, socio de Iñaki Urdangarin, entregó al juez que lleva el caso Nóos. Desde las páginas del Mundo, afirma ser una persona discreta y leal que ha llevado a cabo trabajos importantes para el Gobierno español, en calidad de consejera estratégica especializada en temas de Oriente Medio. Puedo imaginarme qué clase de cuestiones se traería entre manos, allá en Oriente aunque estaría bien que desde el Ministerio de Asuntos Exteriores nos explicaran tan estrecha colaboración, y además asegura que nunca ha cobrado nada. Y que tampoco fue gratificada por las gestiones que realizó para encontrar un empleo digno al duque de Palma, o sea que como no le dieron ni diez céntimos, trabajó por amor al arte. Tanta filantropía me parte el corazón.
Para compensar sus revelaciones al diario El Mundo, que lo fueron todo menos reveladoras, ahora se ha sincerado con la revista Hola, oráculo de la Familia Real, que la coloca en portada, con reportaje anónimo en el interior y fotos a toda página, como si se tratara de una top model cincelada por el arte del Photoshop. “Hablo ahora porque tengo que defenderme –dice–, ya que mi silencio se estaba malinterpretando. Estas serán las últimas declaraciones que haga, porque mi deseo es recuperar el anonimato”. Mientras tanto la revista se deshace en elogios a la alemana, la trata de Alteza Serenísima y le brinda adjetivos del tipo: elegante, dulce, sobria, eficaz, delicada o amable. El enjabonado no puede ser más evidente.
“Mi vida se ha convertido en una pesadilla –apunta–, toda esta tragedia ha sido innecesaria. Desconocidos llamándome al teléfono, invasiones de la intimidad de tremendas proporciones y paparazzi persiguiéndome. Esto me ha llevado a tomar la decisión de hacerme estas fotografías y publicarlas con la esperanza de que se calme este acoso”.
Y prosigue: “Con el Rey tengo una amistad cercana, nada más. Le conozco desde el año 2004. Él es el mejor embajador de España en el mundo. Se le admira y reverencia allá donde va y, en tiempos de crisis, el país debería estar unido para superar las dificultades, y no permitir que se le quiera dividir. Hay fuerzas que utilizarían cualquier cosa para desacreditar
No dudo de su sinceridad, aunque no exactamente en el sentido que pretende hacerlo creer, cuando comenta: Estoy acostumbrada a moverme en un mundo de hombres. Pero en ningún caso soy una mujer fatal. Aunque discrepo seriamente de lo que añade después: Las únicas fotografías que la gente había visto de mí son en la alfombra roja de un evento. Cuando de sobras sabe, que conceder esta exclusiva a Hola, ha sido el pago a un favor que la revista le hizo tres años atrás, al comprar varias series fotográficas, que algunos si vieron, con el objetivo de retirarlas del mercado, durante una escapada a una estación de esquí en Suiza, del rey con su amante y el hijo de Corinna, donde se comportaron, según la opinión de quienes pudieron comprobarlo, como una “familia cualquiera”. El hijo de la falsa princesa esquiaba en soledad ante la atenta mirada de los escoltas de Su Majestad, y tan entrañables imágenes fueron inmortalizadas por los paparazzi.
Si he de serles sincera, estoy perpleja, y no puedo menos que preguntarme: ¿Desde cuándo la amante de un rey concede entrevistas a la prensa? Cualquiera de las concubinas reales, que alegraron la vida de los antepasados de Juanito, de haberse prestado a tal hazaña, habrían sido silenciadas, y a los pocos días alguien habría encontrado su cadáver detrás de un seto de los jardines de palacio o flotando en aguas del Manzanares. Pero ya nada es como antes y esta cortesana vulgar que al final de la entrevista dice ser mujer rubia y alemana, por si nos pasaba desapercibido el detalle, debería de haber aprendido de otras, que en su misma condición no perdieron la dignidad, como Catalina Schartt, amiga entrañable de Francisco José de Austria- Hungría, que después de la caída del Imperio, recibió ofertas millonarias para publicar sus memorias, probablemente mucho más interesantes de lo que nos puede contar esta valquiria añeja y, sin embargo, siempre se negó.