En su casa la llaman Tere. La conocí personalmente hace algunos años cuando aceptó la invitación que le hicimos desde la Fundación Granada Club de Fútbol para que mostrase en nuestra ciudad la tarea de la Fundación de Víctimas del Terrorismo (después participaría también en el Foro de la Magdalena). Ningún equipo de fútbol se había acordado antes de las víctimas y ella acogió la propuesta de manera entusiasta.
Al poco tiempo le devolví la visita. Ni ella ni su marido consintieron que me quedara en un hotel. Así que pasé unos días muy agradables en su casa, entre cuadros de Tíntín, libros de lingüística y películas del Oeste. Una noche, mientras tomábamos una copa después de cenar, escoltados por un bosque de color que Agustín Ibarrola plantó en el salón de casa, comentamos las últimas detenciones y Maite nos dijo, con esa naturalidad suya tan desarmante, que Txeroki, el jefe de ETA, había encargado a una de las detenidas, una tal Zurutuza, que “la quitara del medio”. Y estaban en ello. Durante meses vieron merodear por su casa de San Sebastián a varios individuos, que paseaban un perro, seguramente también a sueldo de la “organización”.
Otro día, mientras dábamos una vuelta por el centro, con los escoltas a una distancia prudencial pero “rassicurante”, Maite me contó una anécdota que le había ocurrido en el colegio a su hija mayor. Resulta que en su misma clase había un niño con el que se pelearon otros chicos y ella salió en defensa del compañero en apuros, cuyos padres estaban en la cárcel “por conducir bajo los efectos del alcohol”, según la versión oficial. Traducción: la hija de una amenazada (y sobrina de un asesinado por ETA) se había partido la cara por defender y proteger al hijo de unos etarras. Cosas de la vida y del surrealismo sociológico que ha echado raices en Euskadi.
Después de comer en una Sociedad Gastronómica fuimos a ver a la Real. Por el camino recordamos aquel gol de Gajate al Hamburgo en la vieja Copa de Europa y el marido de Maite me contó cómo mataron a su cuñado Joxeba, Jefe de la Policía Local de Andoain, en un bar de la localidad, donde solía desayunar. Joxeba se ponía siempre mirando a la puerta, vigilando la entrada, pero ese día el asesino se le había adelantado, y ya estaba dentro... detrás de él. El etarra, con una frialdad que deja petrificados, se terminó el café, lo pagó y entonces sacó la pistola y le descerrajó tres tiros a bocajarro. Un valiente. Valiente hijo de puta. Fue el marido de Maite quien le dio la noticia a sus sobrinos, los hijos de Joxeba. Todavía se emociona al recordarlo. Por supuesto, como habría ocurrido en Palermo, nadie vio nada. La sociedad vasca, como el “mezzogiorno” italiano, ha sufrido durante décadas una terrible enfermedad moral, que va del miedo a la indiferencia por el sufrimiento ajeno. Por eso resulta ejemplar una familia como la de Maite Pagazaurtundúa.
El Gobierno – bueno, el Patronato- ha destituido a Maite de su puesto al frente de la Fundación de Víctimas del Terrorismo. Pero alguien, además, ha querido calumniarla. Sólo se tiran piedras contra el árbol que da fruto, pero resulta indignante que se pretenda despedir sin honor a quien ha dignificado hasta extremos nunca alcanzados el papel de las víctimas.
Por eso, hace unos días un centenar de amigos de Maite le tributamos un merecido homenaje en el Kursaal de San Sebastián. Allí estaban, entre otros, uno de los fundadores de ETA, Teo Uriarte, el periodista Hermann Tertsch, Rosa Díez, el ex presidente del Senado Juan José Laborda o José Ramón Recalde.
Raúl Guerra Garrido leyó a Cortázar y Agustín Ibarrola mandó un ramo de flores. Maite dijo estar orgullosa de sus amigos.
Querida Maite, ser tu amigo es una suerte. Gracias por tu honradez, inteligencia, coraje e insobornable independencia.
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