La mitología catalanista sobre la Guerra de Sucesión olvida que las Cortes catalanas de 1701 juraron por rey de España a Felipe V, de quien obtuvieron nuevos privilegios, y que el primer desembarco de los aliados del archiduque Carlos fue un fracaso.
La designación por Carlos II del duque de Anjou como su sucesor (sin intervención de las Cortes de los reinos de España), que ocurrió en el día de Todos los Santos de 1700, y la proclamación de éste como rey se produjeron en absoluta paz. Fueron los acontecimientos posteriores los que condujeron al estallido de la Guerra de Sucesión, que comenzó en el verano de 1701 en Italia.
El Duque de Anjou, que fue presentado en Versalles por su abuelo, Luis XIV de Francia, como Felipe V de España, entró en su nueva patria por Irún en enero de 1701 y en Madrid el 18 de febrero. En mayo le juraron las Cortes de Castilla en el Monasterio de los Jerónimos.
Entre los asuntos de los que tenía que ocuparse estaban su matrimonio y el halago a los catalanes, muy hostiles a los franceses debido a dos invasiones en el siglo XVII, en la guerra hispano-francesa de 1635-1659 y en la guerra de los Nueve Años (1688-1697). La princesa escogida fue María Luisa Gabriela de Saboya, de poco más de doce años de edad, cuando su marido tenía diecisiete. Se decidió que la niña llegase a España por el puerto de Barcelona, y allí se encaminó la corte, que salió de Madrid en septiembre.
Nuevos privilegios para los catalanes
El historiador catalán Pedro Voltes escribe en su biografía de Felipe V que en las poblaciones catalanas que atravesaba el Rey recibía continuos agasajos, "más copiosos que en otros reinos, porque las poblaciones eran más numerosas y ricas".
Al poco de llegar se abrieron Cortes, que se prolongaron hasta el 14 de enero de 1702. Felipe V juró las Constituciones catalanas en el salón del Tinell el 14 de octubre de 1701, con lo que, según las leyes y costumbres, los catalanes le aceptaban como su soberano.
En esas Cortes, Felipe V concedió nuevos privilegios, que provenían de la voluntad real y del positivismo jurídico, no de la tradición inmemorial. Por ejemplo, se estableció un Tribunal de Contrafacciones, en el que se enjuiciarían las decisiones reales antes de aplicarlas en Cataluña.
El marqués de San Felipe, cronista del reinado del primer Borbón, escribió:
Por tantas gracias y mercedes que se concedieron se ensoberbeció el aleve genio de los catalanes.
Y el ministro Melchor de Macanaz añadió:
Lograron los catalanes cuanto deseaban, pues ni a ellos les quedó que pedir ni al rey cosa especial que darles, y así vinieron a quedarse más independientes del Rey que el Parlamento de Inglaterra.
En abril de 1702 Felipe V embarcó sin su esposa en dirección a Nápoles, para negociar con el papa Clemente XI el apoyo a su causa y atraerse a la aristocracia napolitana.
Las causas de la Guerra de Sucesión –para muchos historiadores y militares la primera guerra mundial de la historia– son muy variadas, y por supuesto en Cataluña no se reducen a la defensa de un sentimiento nacional independentista. En Cataluña había francofobia generada en el siglo XVII, miedo a la penetración del mercado textil francés en España –en su perjuicio–, deseo de impedir que la corte de Madrid participase en el gobierno de la región, lealtad a las leyes tradicionales y preocupación ante los cambios que introduciría el nuevo monarca.
El primer bombardeo de Barcelona, hecho por ingleses
El archiduque Carlos contó en su favor con el último virrey de Cataluña nombrado por Carlos II, Jorge de Hessen-Darmstadt, que había llegado en 1695 a la región, al frente de tropas imperiales, para combatir a los franceses; con la labor de agentes ingleses y holandeses que agitaban los pueblos con rumores y con la torpeza del virrey borbónico Francisco de Velasco, que ya había ocupado ese puesto bajo Carlos II por poco más de un año.
Pese a lo anterior, un primer intento de desembarco de tropas anglo-holandesas en Barcelona, en mayo de 1704, fracasa porque ningún catalán se unió a los invasores. En esas fechas se realizó el primer bombardeo de Barcelona en la guerra. En su regreso a Lisboa, esa flota atacó y capturó el castillo de Gibraltar.
Al año siguiente, en agosto de 1705, se intentó un nuevo desembarco, con la novedad de la presencia del archiduque Carlos; esta vez se tuvo éxito. En septiembre comenzaron los bombardeos y las batallas. Hessen-Darmstadt murió en un asalto al fuerte de Montjuich, y el 9 de octubre el virrey Velasco rindió la plaza de Barcelona con la autorización de la Generalidad y el Ayuntamiento.
Dos juramentos distintos en tres años
Con el pretendiente en Barcelona, rodeado de bayonetas, cañones y velas inglesas, las elites catalanas pasaron de declararse felipistas a ser austracistas.
El archiduque Carlos celebró Cortes entre el 5 de diciembre de 1705 y el 31 de marzo de 1706, y en ellas aceptó los límites al poder real impuestos por los anteriores procuradores a Felipe V: revalidó el Tribunal de Contrafacciones y aceptó que Cerdeña, Sicilia y Nápoles, que en 1556 la Corona había separado del reino de Aragón para formar el Consejo de Italia, regresasen a la jurisdicción de aquél. A cambio, las Cortes le juraron como rey de España. Un juramento que sucedía a otro emitido en 1702, pero sin tropas de ocupación.
Durante el sitio de Barcelona por el ejército borbónico en 1706, otras Cortes invalidaron los acuerdos de las primeras del siglo XVIII. Cabe comprender la reacción de Felipe V cuando concluyó la guerra, y los ingleses y el archiduque Carlos se desentendieron de los catalanes austracistas.
Otro de los aspectos ocultados por el catalanismo es que numerosos catalanes fueron leales a Felipe V, y no sólo personas individuales, sino ciudades enteras. Javier Barraycoa, autor de Historias ocultadas del nacionalismo catalán, explica que Cervera fue felipista y sus rivales, Anglesola, Guisona y Agramunt, fueron austracistas hasta el punto de conspirar para que Carlos III no le concediera el título de ciudad. Fraga fue felipista contra Lérida y Monzón. Berga y Mora del Ebro, rivales en casi todo, lo fueron también en la guerra: la primera se proclamó a favor de Felipe V y la segunda del archiduque. Como pasó en el resto de España: una guerra civil por la persona del soberano.
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