Las víctimas del terrorismo salen a la calle el 9 de junio

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Tras la nota informativa de la última semana de abril emitida por el gobierno del Partido Popular anunciando un plan para reinsertar presos etarras con nuevas medidas que no cambian nada —a ver cómo se come esta perogrullada—, las asociaciones de víctimas del terrorismo han reaccionado con sorpresa, alarma e indignación.

Haciendo uso de su derecho constitucional han convocado una manifestación para el 9 de junio destinada a exigir la retirada del Plan de Reinserción Integral, que supone la oficialización de la vía Nanclares como política penitenciaria del Ejecutivo. Destacar que ninguno de los dos partidos mayoritarios asistirá oficialmente arropando a las víctimas.
 
Al mismo tiempo, se han alzado voces políticamente correctas criticando la acción de las víctimas del terrorismo. Se les ha exigido voluntad de perdón, se les ha llegado a decir que no era tiempo de actitudes revanchistas y que por el bien colectivo es preciso consentir. Según estas voces el fin de la violencia y de la banda asesina ETA es el principal objetivo. Al respecto podríamos debatir si detrás de ese objetivo hay una intención noble,  como la de poner fin a una época de sufrimiento, o por el contrario hay intereses más oscuros. La cuestión es que quienes abogan por un final necesario argumentan que para alcanzarlo son precisos actos de buena voluntad. Lo que se traduce en concesiones a unos asesinos que ya de por sí están sujetos a un código penal excesivamente blando con ellos. No son aislados los casos de asesinos que han salido a la calle habiéndoles quedado la cuenta por muerto entre uno y cuatro años. Por si fuera poco, en las negociaciones secretas entre el Estado y los asesinos se les concede reconocimiento político y ahí está Bildu-Amaiur. No es ajeno a nadie quién es y qué representa ese partido legalizado en contra de la aplastante mayoría de la opinión pública española. Un ejemplo más de cómo los gobiernos se pasan por el forro de sus bemoles la voluntad mayoritaria.
Según lo anunciado por el gobierno del Partido Popular, entre otras medidas se contempla la rebaja de las condiciones para la reinserción de los asesinos —ya no tienen que pedir perdón— y principalmente para la concesión de beneficios penitenciarios. Entre ellos hay que destacar el acercamiento de los presos a cárceles próximas a sus hogares. Como apunte, cabe señalar que somos muchos los que no nos creemos la pantomima del arrepentimiento público y que además nos da igual.
 
Lo que verdaderamente es aberrante no es que se critique a las víctimas del terrorismo, sino que las víctimas del terrorismo encuentren una sola razón para convocar una manifestación. Resulta nauseabundo observar cómo se comercia con la justicia. Los asesinos de ETA deben cumplir sus penas íntegras, sin concesiones. Si se quieren arrepentir, pedir perdón y lamentar amargamente los crímenes que cometieron, mejor para su alma, pero la pena que la cumplan enterita.
La puntualización que deseo hacer en este artículo es para todos aquellos que creen que la paz es la mayor meta y que es preciso hacer cualquier esfuerzo para alcanzarla. Una paz conseguida con claudicación ante el mal no es paz. Una paz que exime del justo castigo por unos crímenes no es paz. Con ETA no puede haber ambigüedades. La paz llegará cuando los asesinos decidan disolverse definitiva e irreversiblemente por convicción o por derrota sin concesiones políticas ni rebajas de penas o por el canje de privilegios penitenciarios. Y para aquellos que no lo sepan todavía, los extremistas no tienen límite. Sólo les vale su plan y su ideal y nunca renunciarán a llevarlo a cabo. Si nuestra democracia no se muestra inflexible y marca unos límites indiscutibles, entonces, nuestra democracia sólo es cuestión de tiempo que deje de ser democracia.
 
El 9 de junio deberíamos estar todos junto a las víctimas del terrorismo. La lista de razones es interminable. Les toco a ellos pero nos podría haber tocado a cualquiera, por esta razón y por auténtica solidaridad las víctimas somos todos. Por sentido de la justicia. Por la democracia que tanto cuesta alcanzar y mantener. Para que a nadie se le ocurra que va a conseguir el más mínimo privilegio u objetivo asesinando. Porque los que murieron merecen mucho más de nosotros. Porque la paz sometiéndose a los asesinos no es paz. Y porque el hecho de tener que plantear este debate no es un signo de sana democracia sino de degradación política y de una sociedad desnortada.

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