El pasado 14 de abril, coincidiendo con lo sucedido en una cierta cacería celebrada en el África negra, perdón, subsahariana, el periodista Salvador Sostres publicó en el periódico “El Mundo” un artículo titulado “El rey dispara”: “mitad ternura, mitad sarcasmo —lo califica hoy—; mitad nostálgico de las grandes Casas Reales […] y mitad burlón por los últimos acontecimientos que han relacionado a los Borbones con las armas y en general con sus metidas de pata”.
Ante el revuelo originado por dicho artículo, que algunos tomaron como una befa más contra la institución monárquica, el propio Sostres puntualizaba ayer las cosas con otro artículo que está corriendo ya como la pólvora por la Red. Dicho artículo constituye, sin duda, uno de los análisis más lúcidos y a contracorriente —quizá incluso el único— en medio del gran reguero de pólvora que ha originado el disparo de un monarca profundamente ignorante de la sensibilidad y de la idiosincrasia de un pueblo que, amando, resentido, la pequeñez, no tiene ningún inconveniente en ser expoliado por oligarcas y politicastros, pero repudia la marca de la institución que intenta simbolizar la continuidad de los hombres y de su destino a través de los tiempos. El que el actual representante de dicha institución no esté en absoluto a la altura de lo que ésta representa, constituye obviamente asunto de todo punto distinto.
Dice así el artículo de Salvador Sostres:
«La mentalidad Ikea está destrozando España. La corrección política está destruyendo la poca inteligencia que nos quedaba. Todo el mundo desenfunda el prejuicio a la primera de cambio. ¡Pam! Estamos dejando el debate público perdido de vulgaridad. Cada vez somos más simples y más necios. Queremos un mundo a la medida de nuestras limitaciones y no a la altura de nuestras esperanzas.
»El alboroto que ha causado la cacería el Rey es de sociedad pequeña y provinciana, que ignora lo que es una monarquía, que sólo es capaz de mirar el mundo desde su complejo y desde su deficiencia. Ayer publiqué un artículo mitad ternura, mitad sarcasmo; mitad nostálgico de las grandes Casas Reales, de la extraordinaria tradición de sus cacerías memorables, y mitad burlón por los últimos acontecimientos que han relacionado a los Borbones con las armas y en general con sus metidas de pata.
»Pero vistas las reacciones, no sólo a mi artículo, sino a lo sucedido, no me queda más remedio que volverme a poner tajante para decir de un modo inequívoco que prefiero una y mil veces a un Rey que resbale en una cacería de elefantes que a un pueblo cuyo nivel de conversación es de rumores de peluquería, que querrían una monarquía de viaje organizado y horario de oficina, una democracia basada en tópicos, en hogueras y en el revanchismo del enorme resentimiento social que es el gran y único motor que mueva a la masa enfurecida.
»Una monarquía que no sea algo excéntrica no es una monarquía. Sin palacios ni largos cortinajes; sin armas, vie de château, grandes animales sirviendo de alfombra o con sus cabezas disecadas colgando de la pared tampoco hay monarquía. Hay demasiada incultura, demasiada mala leche, demasiado prejuicio y somos en el fondo demasiado aldeanos e incultos para entender lo que son, aportan y significan un rey y una monarquía.
»A un rey se le puede cortar el cuello pero no se le pueden discutir las cacerías. Puedes preferir la república, pero no una monarquía de Seat Ibiza y menú de mediodía. Si cuando ves a la Reina de Inglaterra no comprendes que estás ante la máxima expresión de sofisticación, distancia y lujo, no hay nada que yo pueda hacer por ti y todo lo que vivas caerá en saco roto.
»Me pregunto cómo tanta gente puede sentirse cómoda repitiendo la misma consigna, buceando en los mismos tópicos tan poco interesantes, tan poco emocionantes y que ya se ve que están desprovistos de cualquier pizca de inteligencia y ya no digamos de verdad. Me pregunto, y aclaro que no espero respuesta, cómo puede ser que tanta gente se dé por satisfecha siendo masa, más carne triturada para más albóndigas, sin sentir jamás la tentación de hacerse la siguiente pregunta, de seguir el hilo de un razonamiento más elaborado y más fino.
»Me pregunto, en serio que me lo pregunto y en serio también que no espero que nadie me responda, cómo puede ser que tanta mezquindad no le despierte a casi nadie la menor sospecha de que la corrección política podría estar basada en un fraude masivo y que podría ser que este fraude fuera su único objetivo.
»Gracias a la cacería de don Juan Carlos media España podrá decir mañana en el bar o en la oficina que la culpa de todo lo que les ocurre es del despilfarro de la monarquía; y pronto saldrán petardísimas comparaciones y metáforas que pondrán en relación el cadáver del elefante que sale en la fotografía con la reforma del mercado laboral o la subida del metro de Madrid.
»Ya tenemos una excusa más para aplazar la autocrítica, para continuar quejándonos de quién sabe qué, para reírnos del Rey y de su percance mientras son nuestras vidas de vacío moral, ninguna tensión y toda la holgazanería las que mueven a la más trágica de las risas.
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