Saqueo real

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Desde aquellos originarios tiempos de pelotazos, allá por los últimos ochenta y primeros noventa, entre nombres de la rosa y cantares de Roldán, el pillaje ha tomado las calles como si la turba iraní asaltase una embajada a diario.

Aquí esos antiguos persas tienen nombres conocidos y actúan por cuenta propia, pero en esencia siguen siendo populacho que, en vez de con trancas en las manos, recurre a llaves maestras que abren cámaras del tesoro. Desde que se abrió la veda, el saqueo ha llegado a tanto como que cuentan que hay ciudades subterráneas mayores que las superficiales donde viven los truhanes que de vez en cuando asoman la gaita cuando se les nubla la vista.
 
Hubo una vez un conde y ahora hay un duque que, como entonces, puede marcar un antes y un después en esto del trinque, que debe de ser como el fornicio una vez se ha empezado. Dicen que a Michael Douglas tuvieron que ingresarle por su adicción, y cierto es que uno ya le veía la mandíbula desencajada desde que Sharon Stone le saludó en la comisaría.
 
Del ilustre consorte quizá sólo unos pocos podían advertir los signos de lo suyo, pero resulta que, como los de Michael, han trascendido, y a lo mejor hay que internarle, pero en su centro correspondiente, desatado como parece que está, o estaba, de tanto presentar el título en lugar de como nobiliario como fiduciario.
 
Según parece, ha propinado tal combinación de golpes que, de confirmarse, dejaría al último campeón grogui sobre la lona, y el mérito de su antiguo título como si se lo hubieran pasado en un trueque de gasolinera desde donde algunos, como Camela, en vez de caer triunfaron. Hablaba el poeta de las dos Españas,  pero no de éstas donde una se bebe la sangre de la otra, como Plainview se llevó el petróleo de los Sunday a sus pozos de ambición.

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