La de la Alba sería

Han pasado ya unos días del penoso evento. Mejor. Que esté frío el plato para reflexionar, en compañía de la agudeza habitual de Dragó, sobre lo que significó y, sobre todo, lo que significa, "en términos de país", que diría cualquier nacionalista periférico, el último esperpento patrio.

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Esto es sólo un apunte aliñado con recochineo, cachondeo, repiqueteo y taconeo…

No piensen mal de mí. Aprobé el bachillerato mucho antes de que la LOGSE, la LOE y los vigentes planes de estudios convirtieran en asnalfabetos a las inocentes víctimas sujetas al gramaticidio.
Sé que “alba”, aunque sea de género femenino, se escribe precedida por el artículo determinado masculino para evitar cacofonías.
Si digo “la Alba”, y no “el alba”, como Cervantes, es porque me refiero a la maja vestida no por Goya, sino por sus enemigos, que ayer llevó a los altares, gratis (o no) et amore, a su tercer marido.
¡Viva la España cañí! No tenemos arreglo. Los siglos no pasan por nosotros. ¡Siempre igual de jóvenes! La charanga y la pandereta, como apuntase Machado, siguen siendo nuestro eje de abscisas y de ordenadas, nuestra música de fondo, nuestro museo de figuras de cera, diplodocus disecados y tarascas de todo a cien.
¡Una duquesa cien veces grande de España en el Callejón del Gato!
En él siempre han exhibido el palmito nuestros clásicos. Los espejos cóncavos y convexos de las ferias de Cuernicabra embellecen la silueta de los adefesios.
¡Lástima que Pedro Jota no dispusiera de un Valle-Inclán entre sus columnistas para enviarlo a Sevilla! ¡Habría podido escribir un esperpento titulado Farsa y Licencia de la Duquesa Castiza!
Se equivocan la prensa, la radio y la televisión, sin excluir la BBC, concediendo páginas y páginas, minutos y minutos e imágenes e imágenes a tan penosa mamarrachada. Mucho mejor, aunque sólo fuese por piedad, habría sido el silencio.
Seguro que los de la pérfida Albión lo han roto para arrimar el hombro a nuestra Leyenda Negra.
No tengo nada contra la Duquesa. Me caía, incluso, simpática. La gente como ella, antes, tenía a su servicio asesores áulicos. Miseria de los tiempos. ¿No había en su entorno un visir capaz de hacerla entrar en razón?
¡Arsa pilili! ¿Será por parné, por sandunga y por salero? No faltó de nada. La novia se marcó unos pasos de rumba en loor de populacho y las tres personas del Verbo, ruborizadas, se taparon los ojos.
Luego, ya en privado y con los pies desnudos, llegaron las sevillanas, que son de rigor en tales casos.
De rigor mortis, quiero decir.
Ava Gardner fue condesa descalza en una película de feliz recuerdo…
Lo que va de ayer a hoy y de Hollywood a los estudios Cifesa.
Escribo este desahogo, con el ordenador sobre las rodillas, en una peluquería del barrio de Salamanca. Es unisex. Estoy rodeado de señoras. ¿Adivinan de qué hablan?
Si estuviese en Lavapiés hablarían de lo mismo. No es cuestión de clases, sino de clase. La que en Vandalia falta.
Arde, supongo, la telebasura.
Ser español… ¡Qué vergüenza!
Mi mujer está espantada. Yo no tengo ese consuelo. Nací aquí. Estoy curado de espanto.
© El Mundo

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