En Cataluña ya tienen lo suyo los profesores y no se arma lo de Madrid. Todavía recuerda uno la huelga de Metro y otras salvajadas. Sólo hay que contemplar el panorama de la piel de toro, que casi se puede ver en el horizonte a gigantes de corbata segando los campos con la hoz, y hasta con el martillo. Nunca fue tan apropiado el himno de Els Segadors y, sin embargo, no trasciende.
En general, la gente se queja por barrios en ausencia de los sindicatos, esas bandas hoy mudas e invisibles. Vaya. Aquí todo va de bandas y de barrios porque al presid-ente le tira la involución y de un Estado de provincias nos ha llevado a una provincia de Estados cuyos virreyes se han subido al palio de su bandera sin que nadie les mencionase que el hecho roza la enajenación. O quizá sí, pero les dio igual.
Ha sido refrescar ayuntamientos y no parar de encontrar sorpresas tras las puertas y en los cajones y en los rincones; y después de un primer vistazo los recién llegados se han tenido que poner a cortar de aquí y de allí, y la gente ponerse a quejar de lo que les toca cuando les toca. Y cada vez a más les va llegando, sin concierto, a oleadas, y con las bandas silenciadas para que no se organice la protesta contra el gobierno que les arregló una ley seca.
El recorte es la moda, pero no se entiende que es más necesidad, o mejor, obligación. Las quejas debieron haber llegado hace años y no lo hicieron, en buena parte, por las artimañas de un gobierno que dijo que los españoles no merecían un gobierno que les mintiese. El recorte no es un capricho como el cheque de los niños y otros elixires. El recorte o el tajo es lo que toca como toca asumir al fin una realidad vieja, oculta demasiado tiempo tras el falso Estado del Bienestar.
La barrida que se impone
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