Nueve días antes del estallido del 15-M, el seis de junio de 2.011, este articulista publicaba un artículo –que humildemente les invito a leer- titulado ¡A las barricadas! y que podría hacerme creer que poseo dotes de vaticinación. Nada más lejos de mi intención que atribuirme la autoría ideológica ni aún menos la inducción insurrectiva del 15-M(vamos, no lo haría ni aunque mi columna, tan de minorías, hubiese sido publicada en la página 3 de El País) pero si que, por lo menos, presumo de haber previsto con poco más de una semana de anticipación el estallido de una ¿revolución? que aún desconocemos dónde habrá de llevarnos si es que ha de llevarnos a alguna parte.
Conste, también, que no tengo ningún amigo ni conocido en el movimiento Democracia Real Ya y que, además, debo ser de los pocos españoles que no está en las tan mal denominadas redes sociales, ni tengo faceboock, ni twiter, ni twenti, ni siquiera he chateado jamás. Pertenezco, pues, a esa generación que llegó tarde y por obligación al mundo de la informática que uso, en la medida que puedo, para trabajar, para escribir y publicar y muy poco más.
Aclarada ya mi absoluta desconexión con los miembros del movimiento 15-M sólo me queda justificar la razón de mi atino en el pronóstico de la revuelta que nos ha caído como agua de mayo; aquí no hay misterio alguno. Ocurre que, desde el Imperio Romano ha funcionado a la perfección el viejo lema de “populus anem et circenses”, ¡al pueblo pan y circo! El ciudadano (término con el que la Revolución Francesa descafeinó y docilizó al salvaje ser humano) no piensa, no siente, no se revela ante nada ni ante nadie mientras “Papá Estado” le proporcione pan para comer y circo con el que distraerse. Y así ha funcionado durante siglos. El capitalismo y su versión más moderna y deshumanizada, el neoliberalismo, ha ejercido a la perfección este aborregamiento consentido –tácita o explícitamente-de las masas. Te doy un trabajo al que dedicas cuarenta horas por semana, te pago más o menos bien por la función que realizas, te permito un endeudamiento de por vida para que disfrutes de un buen coche, de una buena casa e incluso de una segunda vivienda, te permito acudir a las urnas cada cuatro años para que creas que tu voz es escuchada, te doy el circo en versión del Siglo XXI, Belén Esteban convertida porvoluntate populien “la princesa del pueblo”, la agonía por capítulos de Carmina Ordoñez (la versión televisiva de “crónica de una muerte anunciada”), mucho futbol, te apasiono haciéndote sentir “Campeón del Mundo”, Fórmula 1, Gran Hermano, Supervivientes y programas donde se te cae la baba viendo cómo y dónde viven las ricas y los ricos… y el pueblo, rebaño al fin, bala al unísono, vota cada cuatro años también al unísono, paga sus impuestos al unísono y al unísono vive sin querer preocuparse de las cloacas del sistema, sin querer saber qué es lo que les ocurre a sus semejantes en otros lugares del mundo, sin reflexionar sobre su propia existencia, sin preocuparse de a dónde va el dinero de sus impuestos, dónde y cómo se fabrican los productos que a diario utiliza ni en qué situación estamos dejando el Planeta.
De este modo, mientras la economía ha funcionado más o menos bien, Adam Smithen su versión economicista y Juan Jacobo Rousseaucomo inspirador filosóficoson los artífices de un modelo de desarrollo perfecto para la sumisión de las masas: el liberalismo; pero cuando la propia codicia desmedida de los tiburones financieros del sistema capitalista ha hecho que la economía se desmorone, los Estados “tocan a rebato”. Mientras hubo pan, el circo funcionó a la perfección pero cuando la gente ha comenzado a carecer de lo necesario para satisfacer sus necesidades más básicas ya no hay circo con el que adormecer al pueblo. ¿Qué esperaban que ocurriera con más de cinco millones de parados?. ¿Qué esperaban que pasara con la mitad de la juventud sin trabajo? ¿Qué esperaban que sucediese cuando los trabajadores pierden sus empleos, cuando no pueden hacer frente al pago de sus hipotecas y cuando reciben órdenes de desahucio de sus viviendas? Pues eso, que se acaba el circo, que comienza la pesadilla que amenaza el privilegio de unos pocos, que el sistema cuelga el cartel de “cerrado por reformas” … o tal vez mejor, el de “cerrado por defunción del propietario”. ¿A qué viene ahora escandalizarse por abucheos, por concentraciones ante los parlamentos y por cuatro empujones a “nuestros” políticos?
Sí existen motivos, existen sobrados motivos (y que nadie entienda esta afirmación como una declaración de intenciones) para apedrear sucursales bancarias y hasta para soplar un par de hostias bien pegadas a algún que otro fulano. ¿Qué desfachatez es esa de echar la culpa a “los mercados”? ¿Qué son “los mercados”? El individuo no conoce otros mercados que aquellos donde se despacha pan, verdura fresca, carne, pescados y especias. Repito, pues, ¿qué diablos son “los mercados”? Y si aceptamos –aún sin comprender- la enigmática existencia de “los jodidos mercados”, ¿no es menos cierto que éstos están sometidos a la autoridad del Fondo Monetario Internacional? ¿Acaso no era, cuando se gestaba esta crisis, don Rodrigo Rato el máximo responsable del FMI? La propia Oficina de Evaluación Independiente del Fondo Monetario Internacional ha lanzado una devastadora crítica sobre la actuación del señor Rato en los años previos a la crisis financiera mundial; le acusan de falta de rigor, peleas internas por ansias de poder, carencia de liderazgo y de haber mantenido constates criterios arbitrarios. ¿Acaso no nos sobran los motivos para señalar con el dedo a los culpables de todos nuestros males?. Los romanos también utilizaban otro lema que, repetido reiteradamente por las multitudes surtía el efecto deseado: “crucifige, crucifige eum”, ¡crucifícale, crucifícale!
Desconozco cómo terminará todo este arrebato de indignación que representa el 15-M pero sé que la historia tiende a repetirse y que una multitud de desahuciados, de despojados, de mujeres y hombres desesperanzados pueden liar la de San Quintín. Y qué quieren que les diga, desde el atalaya de mis cuarenta y siete años, con un curriculum vitae cuanto menos -y perdonen la falta de modestia-, creo que brillante, con dos licenciaturas, con dos masters, con veinticinco años de religiosa cotización a la Seguridad Social, en el paro y sin cobrar un solo euro de subsidio, sin poder hacer frente al pago de mi hipoteca y con una hija de once años a la que cuando le insto a que estudie me contesta “para qué, Papi, mira que tú has estudiado y de qué poco te sirve…”, no sólo me la trae al pairo hasta dónde pueda llegar esta insurrección sino que, “mea culpa”, reconozco que anhelo con todas mis fuerzas que se produzca una transformación profunda y radical de todo cuanto nos rodea; lo único de lo que el sistema no ha podido despojarme es de mi utopía, de seguir creyendo que otro mundo mucho más justo es posible y estos sueños, mis sueños, tampoco caben en sus urnas.