Campaña electroral

Sé un genio: vota a un gato

Compartir en:

 Lo que sigue no es una broma. Es el comienzo de una campaña de protesta. Bienvenidas las adhesiones
Padezco alergia electoral. Sé que esa enfermedad, en Vandalia, es ya pandemia.
Síntomas: enciendes la tele, aparece un mítin y te sale un sarpullido.
Tratamiento: apagarla. Mejoras en el acto
Vacuna: la que a continuación propongo…

1.     Ayer, lunes 9 de mayo, el Lobo Feroz publicó en El Mundo impreso una columna titulada “Gatocracia”… Decía lo siguiente:
 
         En Japón ya había un gato, con gorrita de visera, que es jefe de estación. Ahora hay otro en la localidad de Konan, cercana a Kioto, que quizá llegue pronto a ser alcalde. Lo han inscrito en las listas de las municipales. ¡Ojalá salga elegido y emprenda una carrera que termine llevándolo a la jefatura del gobierno! Lo hará mejor que Naoto Kan. Eso es seguro. Los gatos son los animales que tienen, después del hombre, el cerebro más desarrollado. No lo digo yo. Lo dicen los etólogos, pero se quedan cortos, pues sólo hay un concepto que la sesera de los mininos no asimila: el de la obediencia. No acatan órdenes, y eso los sitúa por encima de mis congéneres. Mark Twain, que tenía de los seres humanos una opinión casi tan mala como la mía, dijo que si los gatos se cruzasen con los hombres nuestra especie mejoraría, pero la gatuna se estropearía. Yo, pese a ello, he decidido seguir el ejemplo de Konan y he inscrito a mis cinco gatos en las listas de las elecciones venideras. No son presidenciales, pero todo se andará. El patriarca de la tribu se llama Teseo y es asturiano. Irá, lo mismo que los otros, como independiente, pero si sale elegido en el Principado sumará su escaño a los que obtenga Cascos. Sensei, el hermanillo de Soseki, que hace un año se escapó de casa y pasó varios días escondido en el sótano de la de Esperanza Aguirre, no podrá votar por ella, como sería su deseo, porque está censado en Castilfrío. Tendrá que presentarse allí, y lo mismo hará Susto, el benjamín de la pandilla, que también es gato numantino. Ninguno de los dos será cunero. Bufanda y Damisela son inmigrantes de origen japonés y están, de momento, empadronados en Madrid, pero tampoco podrán votar a Esperanza, pues no se les reconoce ese derecho. Irán, en las municipales, por libre, ya que, para seguir siendo eso, libres, se niegan a apoyar a Gallardón, que quiere ponerles semáforos, cascabel con silenciador, gatómetros y tasas, desalojar a los gatos okupas y confinar en refugios a los sin techo. Hay precedentes de mi iniciativa, aunque no gatunos, sino porcinos. Los hippies presentaron un cerdo bajo el lema de Pig Power en las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Eso fue en el 68. Ganó Nixon. ¡Lástima! De lo que, en cambio, no hay precedentes, es de mamoneo felino. ¿Gatos corruptos? ¡Venga, hombre! Si ellos nos gobernaran, la democracia no sería cleptocracia. Yo soy gatócrata. Cat for President!
 
2.     El poeta Rafael Sarmentero, de cuyo último libro di cuenta en Dragolandia el
otro día, me envió esa misma mañana lo que continuación transcribo…
 
    Querido Fernando:
Recuerdo que hace algún tiempo te oí decir que la gente capacitada para gobernar el mundo (y, en consecuencia, nuestro país) no quiere hacerlo. Prefiere dedicarse a otras cosas. Tienen razón. Tú también la tenías. La política, tal como hoy se plantea, es un asco.
Tenemos dos partidos (porque los otros, no nos vamos a engañar, poco peso electoral tienen) que no hacen otra cosa que dirigirse a su rival, día a día, durante todos los del año, con frases del tipo "pero tú más".
Se ha convertido todo (si es que no lo ha sido siempre) en un asunto de
marketing, más que de política. Lo importante es el voto, claro. Y para
obtener el voto, lo único que importa es seducir al votante. ¿Las formas de
hacerlo? Con camelos, haciéndose los graciosos, metiéndose con los demás,
buscando golpes de efecto dialécticos... Quieren ganar las elecciones por las
formas, pero nunca por el fondo.
Me asquean las opciones políticas entre las que puedo elegir. Y más aún me asquean las opciones políticas que podría llegar a elegir en el futuro si las cosas no dan
un cambio radical.
¿Por qué tengo que escoger entre los partidos existentes? ¿Y si no me gusta
ninguno? Yo creo en un estado policial, pero no intervencionista, que se limite a
garantizar la integridad física de los ciudadanos. Las personas que no creen
en el liberalismo dicen que no es un sistema de gobierno justo, porque permite
que existan grandes diferencias entre unos y otros. Pero no es el gobierno el
injusto. En todo caso lo será la vida, que permite que uno nazca con
dos ojos y otro con ninguno. Quitarle un ojo al vidente para dárselo al ciego
no es un acto de justicia, por mucho que los iguale a ambos.
Si yo creo que el liberalismo sería el mejor modo de gobernar, ¿qué puedo
hacer? ¿Doy un golpe de Estado? ¿Me aguanto y voto a cualquiera de los
infantilísimos candidatos actuales? ¿Me compro una isla e instauro allí mi
propio gobierno? Ya me gustaría, pero mi economía no me lo permite.
Nada puedo hacer, en teoría, para cambiar las cosas manteniéndome fiel a la actitud expuesta. ¿O puedo, quizá, hacer algo?
Sí, puedo. Y es aquí donde entra la gatocracia que tú planteas.
¿Por qué votar a un gato? Por diversas razones. Entre ellas:
* Ningún gato es mala persona.
* En el peor de los casos, el gato no hará nada. ¡Justo lo que yo quiero! Que el gobierno no haga nada y me deje tranquilo, que ya me apaño yo muy bien solito. Que no me funda a impuestos, que no me obligue a tragar con propuestas que ni quiero ni he pedido... Los gatos viven y dejan vivir. Como modelo de gobierno, es todo cuanto deseo.
* El gato no se pasará el día diciendo chorradas, como los políticos. No
 estará continuamente criticando a otros partidos, con lo que podrá emplear todas esas horas de discursos, charlas, y arduos ensayos con asesores de imagen, en otras labores más productivas.
* Votar a un gato es proclamar rotundamente que todas las demás opciones son lamentables. Es la única forma de rebeldía electoral posible que no te lleva a la cárcel.
* Es un acto de inteligencia. Suele decirse que no votar es un signo de
 inmadurez o de irresponsabilidad. ¿Ah, sí? ¿Es, entonces, más inteligente votar a ZP o a Rajoy? Discrepo. Más bien todo lo contrario: hay que ser muy tonto para votar a quienes dan sobradas muestras de serlo. Y los que consideran irresponsable o infantil no votar, ¿qué pensarán entonces de votar a un gato? Pueden pensar lo que quieran. Pero votar a un gato es una muestra inequívoca de genialidad. Hay que ser tonto: nos quejamos de los políticos y los seguimos votando. Sé un genio: vota a un gato.
 
     (Esto es sólo el comienzo. Seguiremos informando e inventando. ¡Los cleptócratas al pilón! ¡Los gatócratas a las urnas! ¡Miau, miau, miau, requetemiau…!)
 
© El Mundo

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar