Dodge city

Compartir en:

(Tragedia en un acto.) Casa del alcalde. Se reúnen Joe Rodríguez, el alcalde; Fred Rubalcaba, el sheriff; “Pepper” Blanco, el dueño del saloon, y el mayor terrateniente de la ciudad, el ganadero “Manny” Cháves.
 
FRED: No sé cuánto tiempo voy a poder mantener el orden en la ciudad, Joe. Las últimas ordenanzas tienen al pueblo muy descontento y me temo que haya revueltas.
 
JOE: Pues hay que aguantar, Freddy. Cómo sea. Ahora no nos podemos echar atrás. La gobernadora del condado, esa maldita emigrante alemana, me ha puesto contra las cuerdas y tenemos que hacer lo que diga si no queremos perder su favor. Y ese es un lujo que no nos podemos permitir.
 
MANNY: Pero es que esta ciudad ya no es la que era, Joe. Ahora cualquiera me acosa por donde voy, y me insulta, antes no se hubieran atrevido… que si mis tierras son robadas, que si liquidé a sus anteriores propietarios, a mí, ¡al mismísimo “Manny” Chaves!
 
JOE: Todos tenemos lo nuestro, Manny. Son momentos muy difíciles… y encima ese coyote de Mar Rajoy quiere a toda costa mi puesto… hay que liquidarle como sea, pero, ¿cómo? Además, siempre le acompaña esa pistolera, rápida como una serpiente, esa tal Calamity  Soraya…
 
PEPPER: Yo conozco a unos tipos que podrían encargarse de esto, un tal Artie Mas, y el otro creo que se llama Gross... Urkullu, o algo así…
 
FRED: En otro tiempo quizá, Pepper, pero conozco bien a esos pájaros y nos lo harían pagar caro… me acuerdo de un tal Johnny Puigcercós, que era amigo de nuestro “Monty” Montilla,… pero creo que le abandonó toda su banda… no veo qué podemos hacer…
 
JOE: Pues estamos listos. Desde lo de los ciento diez los vaqueros están que trinan, y con razón, porque  se les escapan las vacas y después no hay manera de alcanzarlas y atraparlas. Ya no viaja nadie en la diligencia. Al Pony Express ahora le llaman el Turtle Express
 
PEPPER: ¿Y mi saloon que? Ya no entran ni los borrachos más pendencieros desde que no se permite fumar… he tenido que despedir al pianista y a las bailarinas, y a este paso me voy a tener que poner yo de barman
 
MANNY: Esta ciudad no prospera, Joe. Todo lo contrario. Las cosas se están poniendo muy feas. Pienso largarme a mi rancho y no volver a aparecer por aquí hasta que no se calme el ambiente…
 
JOE: No nos pongamos nerviosos, tampoco hay que exagerar…
 
PEPPER: No es exagerar, Joe, es que de seguir así acabamos con una soga alrededor del cuello…
 
MANNY: Yo ya lo he dicho. Me largo.
 
FRED: A mí no sé que me pasa. No soy el de antes. Me tiembla el pulso y no le acierto a un longhorn a menos de un metro… necesito una cura y descansar, y aquí no puedo. ¡Cualquiera va a esa matasanos de Lauren Pajín!
 
JOE: Pero Fred, tú también…
 
PEPPER: Yo… Joe… también me voy… Pienso abrir otro saloon en Wyoming… prefiero salir de aquí sentado en mi carreta, aunque sea a ciento diez, que sobre una caja de pino…
 
JOE: Así que… me abandonáis…
 
FRED: Dicen que viene una tormenta terrible que se lo va a llevar todo por delante, y a mí no me va a pillar. (Suelta la estrella de sheriff sobre la mesa)
 
MANNY: Estás sólo Joe. Yo que tú montaría y me iría lejos, muy lejos, antes de que sea demasiado tarde.
 
 Salen todos menos Joe. Afuera ruedan los tumbleweeds. Las calles están vacías y polvorientas. Bajo los soportales de la Mayor house, entre la Barber shop y el General store, aparecen Fred, Manny y Pepper. Al otro lado de la calle, en la terraza del almacén, Mar Rajoy y sus hombres les observan, como una manada, unos sentados y otros de pie, apoyados  sobre las tablas y las vigas. Esperan. Fred les lanza una última mirada, se cala el sombrero, tira su cigarrillo y escupe antes de alejarse por el lado de la Barber shop. Pepper esconde la vista y desaparece por la esquina del General store. Manny baja las escaleras, desata su caballo, monta y, tras dar un último vistazo a su alrededor, espolea a la montura y, con un grito, se aleja también, generando una nube de polvo que empieza a crecer sobre la calle. De pronto, se oye un disparo entre las paredes de Dodge city. Y después sólo el chirrido del cartel de las Pompas fúnebres, que oscila bajo sus cadenas mecido por el viento, mientras Mar y los suyos cruzan la calle y la nube comienza poco a poco a disiparse.

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar