¿La regeneración de Rajoy?

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Mariano Rajoy ha convocado a la regeneración de España, que en su opinión tiene sed de urnas, y lleva razón: es algo que se percibe en las calles, pues la situación es insostenible. Bien es cierto que en la calle también se ve, bajando por Gran Vía tras pasar Callao, a mucho mendigo que vive a la intemperie, con sed, hambre y ganas de dormir en una cama caliente y no en la rúa y a diez grados bajo cero.

Lo que ocurre es que esto de la regeneración parece el eterno retorno del que se percató Nietzsche y que lo volvió tarumba junto al lago de Silvaplana. Oiga, que llevamos toda la partitocracia convocando a la regeneración, que está más tocada que El sitio de Zaragoza. Parece que a nuestros políticos (¿nuestros?; no, suyos: de los partidos y los bancos) les hubieran puesto un chip. A cada generación, su regeneración, se podría decir; pero es que aquí la generación no alcanza el cómputo orteguiano de los tres lustros sino de los cuatro años o, a lo mucho, ocho. Eso, claro, es una coña que descansa en el ingenuo adanismo de creerse que de las urnas y con el recién electo instalado en la Moncloa empieza no ya un nuevo tiempo sino "el" nuevo tiempo. Ahora bien, quien más se lo creyó fue el optimista antropológico. Y empezó un nuevo tiempo que arrancó en una masacre y que concluye en malos tiempos, tiempos difíciles. Vamos, una palingensia al revés.
 
A uno le parece bien que Rajoy convoque a la regeneración en la hora presente, pues estamos en un momento histórico, en una época crepuscular que quizá sea el prólogo obligado a uno de esos momentos estelares de la humanidad consignados por el vienés que se suicidó en Brasil.[1] Hay quien ha calificado este tiempo como prerrevolucionario, si no en las barricadas, sí en las instituciones y las ideas. En tales momentos hay que pronunciar las grandes palabras de la historia de España, porque esto huele a un desastre tan grave como el del 98, a diferencia de que hoy a la gente le duele España esperando en la cola del paro. Y eso sí que es doler; no como a los madrileños que se iban tan campantes a los toros mientras se perdía la perla del Caribe y disparaban los últimos de Filipinas. Sí, es hora de convocar a la regeneración, la reestructuración y el rediseño de la nación. Esto se hunde.
 
Luego, si llega a la Moncloa –si no llega en el 2012, ¿cuándo va a llegar este hombre?–, ya veremos lo que da de sí la cosa centrorreformista. Por lo pronto hace falta un cambio, pero ya veremos cómo se gestiona la crisis y si de veras Mariano va a ser el salvador de España. Lo más probable es que después, pasados cuatro, ocho, doce o veinte años de gobierno popular (¡cuán largo me lo fiáis!), surja un liberal, un socialdemócrata o un rojosaurio que de nuevo convoque a la regeneración. Y así, ad infinítum y ad náuseam.


[1] El escritor Stefan Zweig [Nota de la Redacción].

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