Allá por octubre, quizá en septiembre, publiqué en “El Mundo” una columna cuyo título era “¡Cascos y cierra Asturias!”. La candidatura de ese prohombre a la presidencia del Principado estaba entonces en el alero. ¿Alero? A una persona así, por mucho que sus ex correligionarios lo intenten, no ha nacido el guapo que le corte las alas. Rajoy se ha metido con botas de pocero, maracas de perdigones, chaleco de camuflaje y gorro de tirolés en un charco que mojará la pólvora de su fusil de juguete si no tiene los reflejos necesarios para reponer a Cascos en el lugar que por edad, saber, valor y justicia le corresponde.
Mi columna terminaba con una exhortación y un consejo, que entonces sólo era, por mi parte, pensamiento volitivo, pero que ahora suena a profecía: “¡Honor y fuerza, Paco! Y si, pese a todo, te ningunean, rompe la baraja, saca la navaja y funda en Asturias otro partido. En ti we trust”.
Pues bien: los idus del apuñalamiento de Rajoy, y no sólo de él, porque en el punto de mira de la algarada hay otros gerifaltes de la tropa, no han esperado a marzo, aunque será, si es que es, allá por mayo cuando la falcata astur del nuevo Brutus con ribetes de Fletcher Christian se hunda en el costillar de quienes hasta el jueves habían puesto oídos sordos a los augurios y se habían tomado su cafelito de sobremesa sin consultar los posos.
Ya no podrán hacerlo. La encuesta publicada ese día por El Mundo es un aldabonazo que atruena en todos los despachos, ovales o no, de la casa madre de Génova y de las sedes autonómicas de sus procónsules. Ignorarlo sería suicida. Los maricomplejines del PP engatillados allí son ahora conejillos trémulos con las orejas enhiestas. Su antiguo general en subjefe, como otrora lo hiciesen Pelayo, cuando los moros, y tras la guerra civil no pocos de sus paisanos, se ha enrolado en el maquis, ha roto la baraja, ha empuñado la navaja justiciera y aguarda en el corazón del bosque a que los suyos se le unan para liderar la rebelión y liberar la región.
¡Insh’Allah! ¿Cuántos asturianos caben en ese 36’5% que los sondeos computan? Serán legión. ¿Y fuera de Asturias? Ésa es la incógnita, pero ahí está el busilis.
Lo digo pensando en los muchos españoles de centro y de derecha que no saben a quién votar. Rajoy es, como Zapatero, un socialdemócrata, aunque más solvente y de fiar, qué duda cabe, y mucho menos sonado, quemado y amortizado que el leonés, por lo que, si no surge otra opción, terminará recibiendo en 2012 el voto resignado y, hoy por hoy, dubitativo de quienes no tienen más remedio que dárselo para expulsar a los socialistas de la Moncloa y poner fin, pechando con lo que sea, a la pesadilla en la que se ha convertido esta legislatura. Lo contrario sería una catástrofe de tal magnitud que más vale no mencionarla ni siquiera a título de hipótesis. El futuro, en este caso, ya ha sido escrito por sondeos tan terminantes que su margen de error a la baja, si se diera, no cambiaría el resultado, que seguiría siendo de goleada.
El PP, acabe como acabe el motín de Oviedo y pase lo que pase en el resto del país, ganará holgadamente todas y cada una de las elecciones que se avecinan, incluyendo las generales. Para ello cuenta en su haber con un activo de valor inestimable: Zapatero. Si yo fuese Rajoy, le impondría la medalla de oro del partido que acaudilla. Es su mejor aliado.
Ahora bien… Pese a la evidencia de que la buena suerte del PP está echada y la de su actual líder, a no ser que un congreso (deseable) o unas primarias (improbables) lo derriben, también, creo que la iniciativa de Cascos y su sonoro non serviam es el suceso político y, sobre todo, cívico más importante de la legislatura, pues abre la posibilidad de que las horcas caudinas de la partitocracia imperante –lentejas socialdemócratas: plato único, servido a los comensales de las urnas en puchero de Génova o de Ferraz– dejen de ser el único cauce por el que a duras penas, reducida a hilillo de estiaje, fluye en nuestro país (y en tantos otros) la democracia.
¿Es la hora de los disidentes? Puede que sí. Tenemos ya tres casos muy significativos: Rosa Díez, Antonio Asunción y Álvarez Cascos (quizá, también, Joaquín Leguina). Cabe la posibilidad de que sean ejemplos fugaces y, por ello, anecdóticos, pero también podrían ser síntomas anunciadores y propiciatorios de un fenómeno de alcance mundial: el de la aparición de personas y grupos, procedentes de la sociedad y no de la endogamia, compadreo y autismo de los parlamentos, que denuncien la vergonzosa y vergonzante incompetencia de una clase política que está a punto de hacer mutis para siempre entre la rechifla de quienes la auparon, brinden a las gentes del común la posibilidad de decir en voz alta lo que muchos dicen en sordina y desencadenen un maremoto acompañado por un vendaval que arrastre los muebles viejos, lave con salitre y lejía la degradación del mundo y oree el olor a tigre de las cancillerías.
Yes, we can do it.
En Estados Unidos ha sucedido: es el Tea Party, que lleva trazas de convertirse no enté para dos, como dice la canción, sino en tablón de náufrago para millones de personas hastiadas, defraudadas e indignadas. En ello andan ya, a juzgar por la fase de cuarto creciente electoral de los partidos políticamente incorrectos, países como Holanda, Francia, Alemania, Italia, Austria, Dinamarca y Suiza. No son los únicos. Ese fantasma –el del padre de Hamlet– recorre el mundo occidental, y España, que hasta ahora era excepción, empieza a dejar de serlo.
¿Cómo será la partitura en cuyo papel pautado tendrán que alzar la voz, y sostenerla, los futuros líderes? La resumo: no ideologías, sino ideas; no control, sino libertad; no Estado, sino sociedad; no colectivos, sino personas; no intervencionismo, sino laissez faire; no heterogeneidad dispersa, sino amistosa homogeneidad; no multiculturalismo y relativismo, sino tradición; no corrección política, sino librepensamiento; no consignas ni doctrinas, sino valores (las viejas palabras de Machado que han de volver a sonar); no moralinas institucionales, sino libertad de costumbres; no estado de bienestar, sino de responsabilidad.
Lo que da o podría dar relevancia histórica al pronunciamiento de Cascos no es, en función de lo dicho, lo que suceda en Asturias, donde con él (bajo su férula) o sin él (haciendo equilibrios) gobernará el ideario socialdemócrata del centro derecha y repicarán los populares, sino la posibilidad de que ese Cid Campeador cruce Pajares, baje a la llanura, salte Despeñaperros, vadee el Estrecho y rinda viaje en los Presidios de África. Sus antepasados lo hicieron. Esa cuenta atrás, o adelante, con o sin Cascos, ya ha empezado. Si él no lo hace, otros lo harán.
Cruzo mi Rubicón… Lo que, en definitiva, y sin medias palabras, espero, deseo y propongo como españolito de corazón helado por la deriva de su país es que Cascos ponga en marcha un Tea Party a la española para que quienes, como yo, están asqueados por el proceso de putrefacción en marcha tengan, por fin, algo y alguien por lo que votar sin titubeos y con la firmeza que da la convicción de que no lo hacen a la contra, como suele suceder en España, sino porque se sienten razonablemente identificados con un proyecto que, en última instancia, sólo es el de ese sentido común que Obama, en el Imperio, y la casi totalidad de los líderes europeos (amén de algunos, como los japoneses, que no lo son) parecen haber perdido.
Ése, y ningún otro, es el hueco existente en el actual espectro político para que irrumpa en él el viento de la novedad, la reacción, la regeneración y la esperanza. Ése es el único horizonte que se abre ante Cascos para que su gesto, nobilísimo y valentísimo, no se quede en anécdota, en nota a pie de página en los manuales de historia y, si acaso, lo que no es mucho, pero es algo, en capitulillo de la trayectoria de una minúscula, aunque musculosa, región de España.
No hablo por hablar. También yo manejo mis propias encuestas. Me muevo en círculos de gentes que no votan, que lo hacen por Rosa Díez o el PP, que votaron, en su día, por Aznar, que no han votado ni votarán nunca a los socialistas y menos aún a los nacionalistas (lo de Izquierda Unida no se contempla) y que no desean votar a Rajoy, aunque muchos de ellos, si no hay alternativa, lo harán.
Pasemos lista: Rosa Díez, Antonio Asunción, Álvarez Cascos y, ya puestos a soñar, Aznar (resurrecto), Zaplana, Vidal Quadras, Pizarro, Ripoll, algunos de los “arísteguis” y, sobre todo, Esperanza Aguirre, que es la gran perjudicada y arrinconada por el despotismo, el ombliguismo y la ceguera de Rajoy. He ahí, incompleta, pues seguro que faltan nombres, por mí conocidos o para mí desconocidos, la nómina y el cartel de lujo de lo que podría ser un Tea Party o fabada con sidra for everybody a la española. In them we trust, y yo, de momento, también en Cascos. Si fuese asturiano o estuviera empadronado ahí, le votaría. No estándolo, lo haré en Madrid por Esperanza y en las generales por Rosa. Bien está que el voto pueda ser secreto, pero cosa bien distinta es que deba serlo.
Hace muchos años, cuando las huelgas de los mineros de Asturias dieron jaque no mate al franquismo, Chicho Sánchez Ferlosio compuso una canción que en días como éstos se me viene a las mientes. Una de sus estrofas decía: “Hay una lumbre en Asturias / que calienta España entera / y es que allí se ha sublevado / toda la cuenca minera”. Minero, Álvarez Cascos, no es, pero ingeniero sí. La copla de Chicho añadía: “¡Hale, asturianos, / que están nuestros destinos / en vuestras manos!”.
Just so. No es poco.
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