Fue Milan Kundera quien sentenció que, por regla general, la obra siempre resulta más inteligente que el autor. Y es cierto. Sin ir más lejos, he ahí, paradigmático, el caso de Juan Marsé. Pobre Pijoaparte. Ayer, el Diablo, ese viejo socarrón, quiso humillarlo –aún más– haciendo coincidir su rendida entrega final a la colla de Teresa con las confesiones del antiguo pistolero de Terra Lliure que dirige la persecución lingüística. Así, al tiempo que Marsé encubría en Madrid a los inquisidores gramáticos –"Afirmo que la lengua castellana no está amenazada en Cataluña"–, en Londres, Bernat Joan admitía sin coartadas ni tapujos retóricos que, en su ínsula Barataria, quien goza de derechos inalienables es la lengua vernácula, no los tristes plebeyos nacidos para someterse a ella.
El gran novelista y Premio Cervantes se disculpa por escribir en español
Contra Juan Marsé
"Tal vez sea una anomalía –ha declarado Juan Marsé– escribir en castellano en Cataluña [sic], pero me gusta ser un escritor anómalo." Todo sea con tal de racionalizar el esperpento, apenas disimulado, de que un Premio Cervantes pida perdón por haber redactado su obra en español: la lengua apestada, la única extranjera en su país, esa jerigonza impropia que, sin embargo, se empeñan en seguir farfullando los chavas de la Ronda del Guinardó.
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