"Lo que estamos haciendo se sale de la norma, de lo establecido." "Es revolucionario que exista un partido político que diga lo mismo en cualquier rincón de España, cualquiera que sea el ámbito." "Es revolucionario que un partido político renuncie a ser considerado de centro, derechas o de izquierdas." "Es revolucionario que haya políticos a los que no les importe que les llamen ´fachas´, que les importe un bledo el que les atribuyan estar ´a la derecha de la derecha´ por defender la igualdad y la libertad de todos los ciudadanos españoles." "Es revolucionario que en pleno siglo XXI haya surgido un partido político sin padrinos, sin financiación externa, sin amigos poderosos. Un partido que cuestiona todos los tabúes, que está decidido a no casarse con nadie."
Quizá a alguien le pueda sonar demasiado fuerte esta afirmación. Pero si vamos a la acepción cuarta que el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua le da a la palabra "revolución" : 4. f. "Cambio rápido y profundo en cualquier cosa", nos encontraremos con que lo que estamos haciendo es, efectivamente, revolucionario.
Es absolutamente inusual que para defender sin tapujos sus convicciones un partido político haya de mantener un discurso que puede considerarse políticamente incorrecto; es revolucionario que ese partido exista y que cotidianamente practique la política de decir lo que quiere decir sin miedo a que le entiendan. Es revolucionario ir al País Vasco y explicar que queremos revisar el cálculo del Cupo, porque la Comunidad Autónoma del País Vasco contribuye a las Cuentas Generales del Estado por debajo de lo que le corresponde. Es revolucionario ir a Navarra y decir lo mismo respecto de la Aportación. Es revolucionario ir a Castilla la Mancha y explicar por qué estamos en contra del nuevo Proyecto de Estatuto de Autonomía. Es revolucionario quedarse sola en el Congreso de los Diputados votando en contra de esa Ley.
Es revolucionario que exista un partido político que defienda que hay algunas competencias ejercidas por las Comunidades Autónomas que deben ser devueltas al Estado. Es políticamente incorrecto y revolucionario que se sostenga ese discurso mientras hace campaña electoral en las elecciones autonómicas de Galicia y el País Vasco.
Es revolucionario decir lo mismo en un mitin que en la tribuna del Congreso de los Diputados. Es revolucionario que exista un partido político que diga lo mismo en cualquier rincón de España, cualquiera que sea el ámbito, en campaña electoral o sin ella; con elecciones generales o con elecciones autonómicas; en una universidad o en un foro económico; en un medio de comunicación considerado conservador y/o en otro considerado de izquierdas.
Es revolucionario que un partido político renuncie a ser considerado de centro, derechas o de izquierdas. Es revolucionario que los dirigentes de un partido político no quieran protegerse detrás de un adjetivo. Es revolucionario que los dirigentes de un partido político utilicen las palabras para que quien les escucha sepa con certeza lo que defiende o lo que quiere decir. Es revolucionario que un partido político reclame lo mejor del liberalismo y de la socialdemocracia. Es revolucionario que un partido político proclame que las políticas de progreso no son propiedad ni de la derecha ni de la izquierda, que desde ambas posiciones políticas se llevan a cabo políticas progresistas y regresivas, indistintamente.
Es revolucionario que haya políticos a los que no les importe que les llamen "fachas" por defender los símbolos constitucionales. Es revolucionario que nos importe un bledo el que nos atribuyan estar "a la derecha de la derecha" por defender la igualdad y la libertad de todos los ciudadanos españoles, más allá del lugar en el que residan, de su entorno social o de su opción electoral. Es revolucionario que nos declaremos españoles sin complejos; y que actuemos, cada día y en todos los frentes, como tales.
Es revolucionario que exista un partido político, progresista y liberal, que no tenga juventudes. Y que, precisamente por eso, esté lleno de jóvenes.
Es revolucionario que en pleno siglo XXI, y nada menos que en España, haya surgido un partido político sin padrinos. Un partido sin financiación externa, sin amigos poderosos, sin tutela de ningún tipo. Un partido que cuestiona todos los tabúes, que está decidido a no casarse con nadie. Un partido que no hace cálculos electorales a la hora de hacer sus propuestas; un partido que escucha a los demás, que no condiciona sus decisiones respecto a las propuestas de otros más que a la utilidad para los ciudadanos de la iniciativa que se discute.
Es revolucionario que un partido de estas características, en un país como el nuestro, esté ganando adeptos cada día. Es revolucionario comprobar que la sociedad española es muchísimo menos sectaria que sus dirigentes; y que es por eso —porque la sociedad española está harta del sectarismo de los viejos partidos— por lo que mira con ilusión el nacimiento de esta nueva fuerza política que está decidida a devolver a los ciudadanos desde las instituciones la imagen real de ellos mismos.
Es revolucionario que la gente nos pare por la calle para darnos ánimos, para instarnos a no cambiar, a seguir adelante por el camino emprendido. Es revolucionario que nos den las gracias, que nos confiesen que les hemos devuelto la confianza en la política y en las instituciones políticas. Es revolucionario que nos saluden siempre con una sonrisa, con alegría, con complicidad. Es revolucionario que nos pidan permiso para besarnos; que nos prometan —con una sonrisa de oreja a oreja— que nos van a votar. Es revolucionario que los ciudadanos que nos hablan para mostrarnos su complicidad parezcan más contentos por habernos encontrado que nosotros mismos por haber conseguido su confianza.
Es revolucionario que todas estas muestras de empatía no tengan frontera geográfica, ni de edad, ni de clase social. Porque nos ocurre lo mismo en San Sebastián que en La Coruña; en Sevilla que en Barcelona; en Madrid que en Toledo. Ayer, en Bilbao, un desconocido me invitó al café que había consumido en una cafetería; cuando le dí las gracias manifestó en alto, delante del resto de clientes, su decisión de votarnos, su alegría por el hecho de que hubiéramos nacido, su gusto cuando nos escucha hablar, cuando se siente tan identificado con nuestro discurso. No es normal que eso ocurra cuando eres representante de un partido sin más poder que el de la palabra; y es menos normal que se produzca en el País Vasco. Pero ocurre cada día y en cualquier lugar de España. Ya sea en un restaurante; en el cine; en la calle; en un concierto... Es una reacción plenamente transversal, tanto como nuestro partido.
¿Hay alguien que esté leyendo a quien le parezca que estas pequeñas pinceladas no indican hasta qué punto estamos protagonizando en España una revolución? Pues sí; es una revolución pacífica; y por eso, probablemente, no va a ser tan rápida como aquellas a las que el diccionario se refiere; será algo más lenta pero no menos profunda. Porque es revolucionario que siendo un partido político que no tiene más que un sólo representante en las Cortes Generales —una diputad— hayamos conseguido ser el referente obligado de las fuerzas políticas mayoritarias. Todo el mundo sabe hoy que condicionamos su respuesta ante nuestras propuestas; que les obligamos a argumentar y a trabajar duramente el rechazo cuando deciden hacerlo; que no nos pueden despachar con un voto negativo a secas. Es revolucionario que partidos que tienen más de ciento cincuenta diputados, cuando no se aproximan a nuestra posición, tengan que elaborar enmiendas de totalidad y tratar de pactarlas con el resto de fuerzas políticas para no quedarse “solos” frente a nosotros...
Lo que estamos haciendo se sale de la norma, de lo establecido. Somos libres, sinceros, altruistas. Decimos siempre la verdad; damos argumentos, intentamos convencer; escuchamos al otro, tenemos disposición a ser convencidos. Nos gusta la política y nos gusta la gente. Nos gusta representarla; no tenemos prisa en ser esto o lo otro: nos interesa hacer cosas, no lo que ponga en nuestra tarjeta. Y todo esto, amigos míos, hoy por hoy es revolucionario.
Dejadme que os diga que si esta revolución triunfa, todas estas cosas dejarán de ser revolucionarias. Y entonces ya podremos irnos a casa. Mientras tanto, a trabajar, que la tarea es grande. Y el premio, maravilloso.
() Blog de Rosa Díez