"Odio a España desde siempre", dice Sánchez Ferlosio

Y los españoles, odiados y vilipendiados, no dicen ni mu

Lo peor de las recientes declaraciones de Rafael Sánchez Ferlosio no es lo que dijo ("Odio a España desde siempre"). Lo más grave no es ese odio visceral que nada tiene que ver con el amor-odio que otros han podido expresar, con el corazón desgarrado, en otras ocasiones. Lo peor es que, entre los odiados, acostumbrados como están a poner la otra mejilla, no se ha alzado ningún clamor que pusiera al odiador donde le corresponde. Acaba de hacerlo, apartándose una vez más de la borreguil indiferencia, un editorial de la página web de la Fundación DENAES que El Manifiesto se complace en reproducir.

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Rafael Sánchez Ferlosio es una de esas tan celebradas y premiadas "conciencias" en la que, y siempre según su propia concepción, parece suspenderse la historia universal. Una historia universal que es concebida como pura "voluntad de poder", como pura depredación de los unos sobre los otros, pero cuya dinámica se frena al llegar a Ferlosio, quien representaría algo así (en una noción de sí mismo muy modesta) como un momento reflexivo de esta ciega voluntad de poder que todo lo invade.

Por lo demás, en ese "juicio final" sumarísimo que Sánchez Ferlosio proyecta sobre el universo desde su atalaya gnóstica, cual nuevo Simón Mago, España sale bastante mal parada: "Odio a España desde siempre", ha dicho el chamán, para precisar inmediatamente, y como relativizando el dogma: "Me carga esto de la patria" (se supone que lo dirá por todas las patrias, incluyendo las imaginarias y no solo la española. "El concepto de patria es el más venenoso de los conceptos", dice el nuevo Simón, recordando quizás aquel lema de Samuel Jonson, trinchera moderna para los necios, de que "el patriotismo es el último refugio de los canallas".)

España es un negro artificio –como toda patria– en cuyo nombre se despliega solamente una tiránica voluntad de poder, único fundamento que justifica su unidad. Siendo así que sobre la base de la tiranía, la segregación, el expolio, la tortura y, en definitiva, la muerte, España termina por constituirse como sociedad política.
En este sentido hay sobre todo tres hitos temáticos que, a modo de lugares comunes, alimentan recurrentemente esta idea negro-legendaria, de tal manera que, en cualquier discusión o controversia acerca de España y su historia, aparecen presentadas, de un modo o de otro como "pruebas" terminantes en ese juicio final en contra de España.
Nos estamos refiriendo, naturalmente, al "sojuzgamiento" de América, a la segregación de "Sefarad" (a través de su expulsión e inquisición), y a la destrucción de Al-Andalus. Pruebas infalibles, incontrovertibles, inapelables hasta el punto de ser –al margen de la interpretación que se haga de las mismas– arrojadas como acusación sobre aquel que ose cuestionar tales evidencias: es suficiente mencionar ambos "hechos" para condenar a España y, por supuesto, a aquellos que la "entiendan" o justifiquen en algún sentido.
Algunos, dando un paso más (como es el caso de Ferlosio) advierten de la ilegitimidad de España como poder político al basar ésta su desarrollo en ese ejercicio de pura tiranía y exterminio sobre la patria azteca, la inca (así lo hace en ese panfleto llamado Esas Yndias equivocadas y malditas), pero también sobre la judía y la andalusí.
Ahora bien, resulta sorprendente que el juicio que se desprende de tal conciencia pura se mantenga tan tendenciosamente a favor de aquellas otras "patrias" a las que se supone España sojuzgó o destruyó.
¿Es que acaso la Al-Andalus de los abderramanes se mantenía al margen de la voluntad de poder; es que acaso Moctezuma era pura generosidad y desprendimiento; la Sefarad de los abravaneles no tenían intereses parasitarios sobre los reyes españoles?
En fin, quisiéramos poder aconsejar al nuevo Simón Mago con un remedio que le curara de este odio pero, nos parece desde la DENAES, que solo hay uno: el mundo está lleno, exhausto, saturado de patrias, tanto en el presente, como en el pasado. Para salir fuera de sus términos, de los términos de todas las patrias, sólo cabe una vía, un camino: el auto ex-terminio, entendido como el autoexilio para gozar de la vida extraterrestre. Si no soporta las patrias, sólo le queda ya Marte.
© Fundación DENAES

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