Antídotos contra el progresismo

Derecha española: es hora de liberar la historia

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Óscar Elía Mañú/GEES.ORG
 
Parece cada vez más incuestionable que en los próximos años el proyecto de Zapatero para cambiar la sociedad española se va a intensificar, en extensión y profundidad. Primero, como lo muestra el Ministerio de Igualdad, desde las instituciones. Y al mismo tiempo, y a partir de ellas, se va a intensificar la aculturación social, la “aceleración” de la historia en clave progresista a la que venimos asistiendo en los últimos tiempos. Tiene razón el presidente cuando habla de un “proyecto para la España futura”. Lo tiene, y es real.
 
La batalla es cultural
 
Cada vez parece también más claro que el PP, hasta ahora en temas culturales y morales ausente, participará, más o menos a regañadientes, en el proyecto moral y cultural de Rodríguez Zapatero. Más allá de aspectos económicos o institucionales, ha renunciado a un proyecto liberal-conservador alternativo al del PSOE, y se dejará llevar por las necesidades electorales y sociológicas como forma de llegar al poder. Ya lo está haciendo.
 
La oposición de la sociedad civil liberal-conservadora de los últimos años ha llegado tarde, y no ha hecho sino rozar la superficie del problema. No logró su objetivo en marzo de 2008. Y ello por una razón poderosa: Rodríguez Zapatero es posible porque en la sociedad española ha prendido una determinada concepción del hombre, de la política y de la misma sociedad que favorece la aparición y permanencia de determinadas figuras, de la que él mismo es el mejor ejemplo. Una auténtica cultura a la que podemos denominar de muchas maneras (progresista, pensamiento único, buenismo), pero que es cultura en la medida en que cultiva y educa a la sociedad, y que favorece y permite determinadas políticas: las mentiras sobre la negociación con ETA, la cesión ante el yihadismo, la cesión a las minorías se apoyan sobre esa cultura que es previa a la llegada de Rodríguez Zapatero, y que él sólo ha intensificado.
 
En los próximos cuatro años van a cristalizar política e institucionalmente los vientos culturales que se vienen sembrando desde hace mucho tiempo. La izquierda intuye bien que para cambiar las instituciones básicas del Estado debe primero cambiar la mentalidad social, “hacer pedagogía”, lo que lleva haciendo años. A esto debe responder la tan nombrada “batalla de las ideas”.
 
Dar la batalla de las ideas, es algo que no por repetir se logra hacer real; es más una idea común que una idea con contenido. Neocons, liberales, conservadores exigen librarla, pero de hecho no la están dando. La derecha se queda en ideas demasiado genéricas; libertad individual, dignidad del hombre, libre mercado. Discurso que tiene dos problemas: Primero, que es demasiado genérico, equivale a no decir nada en relación con el día a día político. Y segundo, que por genérico puede ser asumido hasta por la izquierda como discurso legitimador, para dar nuevas vueltas de tuerca.
 
La derecha, en un círculo vicioso
 
El diagnóstico hoy resulta extremadamente preocupante; la derecha busca llegar al poder sólo cuando los problemas económicos exigen su auxilio. Pero una vez en él, se muestra incapaz de hacer algo más que gestionar y sanear la administración; después vuelve la izquierda para volver a dar una vuelta de tuerca más en las cuestiones ideológicas, morales y culturales más profundas, eso sí, con el Estado saneado. Los ocho años de gobierno del Partido Popular supusieron un avance económico para España; pero se dejaron intactos los presupuestos ideológico-morales que González dejó en 1996. Rodríguez Zapatero, en 2004, no hizo sino retomarlos, para a partir de 2008 profundizar en ellos.
 
La política a favor del divorcio, del matrimonio gay, la eutanasia o el aborto no es ni una política a favor de minorías ni mucho menos la constitución de “derechos sociales”. No se está dando respuesta a un grupo social, por minoritario que sea, sino que sobre todo se está educando a la sociedad, comunicando que eso es bueno; buena la homosexualidad, buena la eutanasia, bueno el relativismo moral. El ejemplo del divorcio-express nos vale; transmite la idea de que divorciare rápido es un derecho. Y en consecuencia la gente se divorcia más, puesto que socialmente pasa a considerarse algo natural y positivo. Y puesto que esto es lo natural, el matrimonio estable pasa a ser cada vez menos antinatura. Y lo mismo respecto a la vida de los enfermos terminales o del no-nacido. Poco a poco, dando y profundizando en estos “derechos”, se educa a la sociedad en determinados valores, todos ellos contrarios a lo que significa el liberalismo o el conservadurismo, por cercanos al relativismo intelectual, al nihilismo moral y a la hiperlegitimación estatal en detrimento de la conciencia individual-
 
Esta política de “dar derechos” y reivindicarlos genera la necesidad de profundizar en ellos, porque crea una determinada mentalidad sobre el hombre y su futuro. Y así sucesivamente. Educan a la sociedad, en el sentido más extenso del término. Esto deja a la derecha totalmente fuera de juego; cuanto más pasa el tiempo, invertir esta tendencia resulta más difícil, y sitúa a la derecha política en una disyuntiva imposible; renunciar a ganar elecciones o renunciar a ser derecha. Es decir, no combatir los dogmas progresistas establecidos, y hacerlos suyos para tratar de ganar electores. En GEES hemos descrito en dos columnas esta asimetría histórico-política: en Batalla de las ideas: Asimetría cultural y tras las elecciones, Elecciones 9-M. Agravar los problemas o empezar a solucionarlos.
 
La historia avanza en España en clave progresista, la mitad de la sociedad es cada vez más de izquierdas y la que no lo es se encuentra moralmente a la defensiva. Esto desde luego no es una necesidad histórica -como pretende la izquierda-, sino simple fruto de su actividad cultural y de la pasividad y retraimiento de la derecha. Nada dice del progreso histórico el desprestigio del derecho de familia, la discriminación positiva hacia las minorías o la muerte de enfermos por parte del Estado. Pero educa a la sociedad a la que se dirigen en la línea de los nuevos ingenieros de almas; antiliberales, anticonservadores, cristófobos o totalitarios.
 
Este círculo difícilmente puede romperse apelando al bolsillo de los españoles, o a la “moderación”. A efectos históricos, todo lo que no sea situarse en el origen del problema, en hacer una enmienda a la totalidad, implica aceptar esta lógica. La derecha puede tratar de suavizarla, matizarla, pero acepta la lógica general que es de destrucción de los fundamentos de la sociedad abierta. En consecuencia, la izquierda le acusa de aceptar a regañadientes el “progreso”, y de hecho tiene razón; no porque esto sea progreso, sino porque su apatía moral empuja la historia hacia la izquierda. No es la historia, sino la voluntad de construirla de unos y la negativa a hacerlo de los otros, lo que hace que la sociedad gire y gire a la izquierda. Y no es que gire a la izquierda; a efectos históricos, lo hace hacia el suicidio de la nación española, y al desastre para el propio régimen liberal-democrático en nuestro país y en Europa.
 
La disyuntiva de la derecha hoy
 
Desde nuestro punto de vista, no existe fatalismo histórico en esto; el hecho de que el liberalismo se vea cada vez más debilitado no responde a determinismo alguno, sino a decisiones concretas y, eso sí, sostenidas en el tiempo. Las polémicas sobre los derechos de las minorías, la eutanasia o la separación Iglesia-Estado no son un asunto de derechos, o no sólo de ellos. Como tampoco el “No a la Guerra” fue una simple protesta. Implican ante todo un proyecto moral futuro, de deslegitimación de la conciencia individual, de apología de la pública-estatal, de construcción de un nuevo orden.
 
Proyecto que la derecha, si quiere tener una oportunidad dentro de cuatro, ocho o doce años, debe preocuparse de combatir desde su raíz. Si ésta quiere despojarse y despojar a la sociedad española de esta tendencia histórica, deberá entrar hasta el fondo en las principales cuestiones histórico-culturales que arrastran hoy en día a liberales o conservadores. En el caso de la política cultural e ideológica esto equivale a proponer la defensa total de la familia, eliminar la equiparación de los matrimonios gays, penalizar el aborto, perseguir la eutanasia, controlar mezquitas, endurecer la educación obligatoria. Y al mismo tiempo defender políticas activas por los derechos de la familia numerosa, blindar al enfermo terminal, desarrollar derechos de padres o nasciturus. Temas que dan pavor a la derecha, que habitualmente elude mediante excusas y discusiones internas y que deja vía libre a la izquierda para impulsar la historia hacia su lado.
 
Renunciar a plantear estos problemas ha traído consigo la necesidad para la derecha política de buscar obsesivamente la aquiescencia y el permiso de una izquierda que no sólo no se ha mostrado respetuosa, sino que ha apretado las clavijas a la historia. La ha secuestrado, dominando la agenda política porque domina la agenda cultural y moral. Razón por la cual, liberar la historia exige acudir a las fuentes culturales, antropológicas primarias, aquellas que aún resisten a los dogmas progresistas. El carácter del matrimonio como necesidad social, y la necesidad de cuidar y proteger la moral judeocristiana sobre las demás.
 
Esa y no otra es la tarea pendiente. Con el dominio de la propaganda se pueden ganar unas elecciones, pero no cambiar el sentido de la historia, ni siquiera liberarla. ¿Están liberales, conservadores o neoconservadores dispuestos a hacer frente a lo que hoy parecen ya derechos indiscutibles?¿A lo que pasan por ser conquistas modernas y liberadoras?¿A convertir lo que ya hoy parece reaccionario en una apuesta política tan digna al menos como la progresista? Desde luego sólo así conseguirán liberar la historia de un destino que amenaza con tragárselos a todos ellos, porque en el paraíso soñado de la izquierda, ni las tradiciones, ni el individuo ni el libre mercado tendrán ya lugar.
 
Hay que reequilibrar la historia
 
Porque la consecuencia de la situación actual no es ya que los nostálgicos vean como la sociedad camina sin destino claro, o los religiosos se escandalicen ante la deriva moral española. La consecuencia es que con el centro de lo permisible cada vez más a la izquierda, y cada vez más deprisa, aquellas ideas que durante siglos han constituido parte esencial de la personalidad y los debates europeos aparecen ahora como dañinas. Cada vez más, sectores enteros de la derecha son señalados como sospechosos de reaccionarios o ultraderechistas. Y con razón; si el matrimonio homosexual es bueno para la sociedad, si la eutanasia es un avance, entonces no hay motivo para no considerar a la derecha como algo reaccionario. A toda la derecha.
 
Es necesario someter a discusión desde una alternativa antitética a la progresista todos sus mitos referentes a la historia, la religión, la sexualidad, la educación, el pasado, el futuro, los “derechos”. Y cuando la derecha llegue al poder, será necesario deshacer y hacer desde el Gobierno de la misma manera que la izquierda hace y deshace; institucionalmente, políticamente, socialmente. Sólo la ley y el sentido común marcan el límite. Hacer retroceder la historia que el progresismo hace avanzar, y hacerla avanzar en sentido contrario al pretendido por la izquierda es, al menos, tan legítimo como lo contrario. Y no sólo es legítimo: es mejor, tanto para los españoles como para los europeos.
 
La tarea es tratar de liberar la historia del secuestro ideológico del progresismo. Si liberales, conservadores y neoconservadores no lo conseguimos, dentro de cuatro años estaremos peor que ahora, con una sociedad culturalmente más a la izquierda y un Partido Popular en idéntica posición, que cada vez verá en determinadas ideas una molestia y un engorro. Por eso es necesario ponerse a ello, y ponerse ya, desde medios de comunicación, organizaciones, y por supuesto think tanks. Hay que reequilibrar la historia, aunque sólo sea para salvar el juego democrático; es hora de liberar la historia.
 
(http://www.gees.org)

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