Mucho peor que el parto de los montes

Crece el divorcio entre el PP y la derecha social

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JOSÉ JAVIER ESPARZA
 
El Congreso de Valencia ha reafirmado a Rajoy. Poco más se puede decir. Bajo la superficie del festival político queda la política de verdad: lo que la gente quiere, los principios que la mueven, su idea sobre cómo debería ser su país. Pero eso es lo que en Valencia apenas si se ha visto en alguna parte.
 
La derecha española tiene una serie de principios a los que no debe renunciar si quiere seguir siendo lo que es. Todos los conocemos: la unidad nacional, la libertad personal, la libertad de educación, el derecho a la vida, un concepto natural –otros dicen “tradicional”- de la moral social, la defensa de la familia, etc. Todos esos principios han sido severamente sacudidos por el zapaterismo. Por eso la gente se ha echado a la calle varias veces, y en masa, para defenderlos. Como esos principios son irrenunciables, la gente espera que su partido de referencia, que es el PP, los defienda. Puede defenderlos de una u otra manera, con unos u otros discursos, con un talante u otro, pero debe quedar claro qué es lo que se está defendiendo.
 
Frente a eso, el PP es un partido que desde hace años viene incidiendo ante todo en su vertiente “técnica”: hay que ser reformista, moderado, etc., para ganar el poder. Es un discurso sobre cómo hacer las cosas. Ahora bien, ese discurso exige un terreno previo: saber qué es lo que se quiere hacer. ¿Y qué quiere hacer el PP? ¿Sólo ganar el poder? ¿Para qué?
 
Hasta hace algún tiempo, todos sabíamos más o menos qué es lo que el PP quería hacer, y coincidía aproximadamente con las posiciones de la derecha social. Pero hoy todo eso ha cambiado. Hoy ya no sabemos qué quiere el PP. ¿Unidad nacional? Sí, bueno, pero el baile de las reformas estatutarias ha sido secundado en Valencia y Andalucía, gobernadas por el PP, y las políticas monolingüístas de Baleares y Galicia arraigan sobre un humus creado también por el PP. ¿Defensa de la vida? Pues según y cómo, porque el aznarismo toleró la vulneración masiva de la ley del aborto y hoy, en comunidades gobernadas por el PP como Madrid, las clínicas abortistas tienen más ayuda oficial que las asociaciones provida. ¿Libertad de educación? El PP la ha defendido, pero por barrios: en Castilla y León y en Navarra, por ejemplo, está persiguiendo a los padres que quieren objetar a la asignatura Educación por la Ciudadanía. Son sólo tres ejemplos. Bastan.
 
El PP es un partido, es decir, un aparato de poder. Representa a muchos millones de españoles, pero tiende a separarse de ellos, a mirarlos por encima del hombro. Para mucha gente de la que ahora se sienta en la cúpula de Génova, el pueblo es un engorro. Por ejemplo, muchos de estos mandamases consideran que las manifestaciones masivas de la anterior legislatura fueron un error, porque “crispaban el ambiente”. ¿A quién “crispaban”? Ante todo, al poder, es decir, a ellos, que se consideran antes miembros de una casta que portavoces de una sociedad. De hecho, aquellas manifestaciones fueron convocadas desde la calle y el PP sólo se sumó a remolque y no siempre de buena gana. En esta legislatura, si por el PP ha de ser, no habrá manifestaciones. Se escogerá el modelo tecnocrático o, más bien, partitocrático, que es el que gusta en Génova. No es “autoritarismo”; es “señoritismo”, que es peor. Para llamarse “Popular”, hay demasiado poco pueblo en esa casa. El modelo Rajoy, por lo que va pareciendo, acentuará este mal.
 
Ante eso, la derecha social española se va a sentir huérfana, como se sienten ya los padres objetores de conciencia en Castilla y León o los grupos provida en Madrid, por ejemplo; como se sienten, también, los cientos de miles de votantes del PP desconcertados por la defenestración de María San Gil. Es muy posible que esa orfandad se resuelva en simple y pura resignación, como le ha pasado ya otras muchas veces al “inconmovible macizo de la raza”, que decía Ridruejo. Pero también es posible que no.
 
De momento, la prometedora red que la derecha social ha ido construyendo en estos años –uno de los fenómenos sociológicos más notables de los últimos tiempos en España- debería ir preparándose para el momento de la verdad: el PP no será su paraguas, tendrá que valerse ella por sí misma. Le ha llegado la hora de hacer comunidad. Miremos a Italia.

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