Porque no sólo de política vive el hombre

Ante el congreso del PP: política, fogones e Historia

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JOSÉ ANTONIO NAVARRO GISBERT
 
“El que se desinteresa de la política es un pillo, pero el que todo lo ve a través de la política es un energúmeno”. Aunque citado de memoria, son palabras de Ortega y Gasset, el primer filósofo de España y, acaso, quinto de Alemania. Esta sentencia constituye toda una invitación a salir a airearnos huyendo de la pestilencia que a veces hace inevitable buscar solaz, por ejemplo, en el deleite de nuestros paladares; entregarnos a la saludable práctica de obstruir nuestras fosas nasales para pasar de largo, así sea unos instantes, de trampas como las de Ibarretxe, que ponen al descubierto la irresponsabilidad de Rodríguez Zapatero, que permitió que prosperasen las negociaciones iniciadas con ETA.
 
Las dos papeletas que en un alarde de chulería tabernaria ofrece Ibarretxe tienen su antecedente en las propuestas de Zapatero a ETA. En la primera se refería al “final dialogado de la violencia”, y en la segunda se abría la puerta al “ejercicio dialogado a decidir del pueblo vasco”. Ante la negativa del Gobierno al planteamiento del lehendakari, bien podría responder éste, sin que la falte “su razón”, que lo que es igual no es trampa.
 
Ya sabemos que la política, en muchos casos, se define como el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados. Esta ingeniosa definición, obra de marxista tan destacado como Groucho, no es aplicable, naturalmente, a la totalidad de los políticos, pero viene como anillo al dedo, al referirse al ocurrente presidente del Gobierno de la nación.
 
De Fogones
 
La polémica suscitada estos últimos días entre Santi Santamaría por una parte, y Ferrán Adriá por otra, debería servir como pretexto para cumplir con la sentencia de Ortega y evitar que se nos catalogue de energúmenos.
 
Si alguien fuera capaz de manejar la máquina del tiempo de H.G. Wells, podría incorporar a la polémica de nuestros chefs, con un pequeño retroceso de pocos años, y traer al presente a dos personalidades con autoridad probada en asunto de manteles, bodegas y otros placeres: Alvaro Cunqueiro y Nestor Luján. Es difícil saber la actitud que tanto Cunqueiro como Luján hubieran adoptado en el pleito por nuestros más destacados divos de la restauración ¿Vacilarían entre la apuesta por los fogones de Santi Santamaría y la entrega a soluciones culinarias entre tubos de ensayo y retortas de Ferrán Adriá?
 
El señor de Mondoñedo, como es de rigor mencionar a Cunqueiro, podría en nuestros días ilustrar a los llamados a cónclave en Valencia para decidir el rumbo de la gaviota, con una razonada opinión que ponga en alerta a los que van a reunirse acerca de los vientos de levante: “La época de Alejandro VI fue en Roma una época de herejías culinarias, de anarquía”. Y dado el palpable ancestro valenciano del Papa, Cunqueiro remataba la opinión de esta forma: “El Levante español es el paraíso de la anarquía culinaria; véase esa invención llamada la paella”.
 
A esta opinión podría agregarse la de un chef francés que le confesó a Julio Camba su hilaridad, cuando no su repulsa, al conocer los ingredientes de una paella que proponían unos residentes españoles en París. La propuesta era amplia: pollo, anguila, calamares, almejas, cerdo, guisantes, arroz, caldo. Ante tal propuesta, el patrón de La Biche, que tal era el nombre del restaurante, protestó; Mais ça serait l’anarchie, voyons. Como se aprecia, está extendida la opinión acerca del contenido anárquico del plato buque insignia en el mundo de la cocina española. He sido testigo de acaloradas discusiones acerca de los ingredientes adecuados de una paella. Se disparan las opiniones y es de esperar que esta ocasión del Congreso del Partido Popular sirva para que Rita Barberá y Francisco Camps tercien en la quizá misión imposible de normalizar la paella.
 
De Cunqueiro hay noticia de que a veces mezcla la política con la mesa, o separa a ambas. Fue incluido allá por los primeros años cuarenta en la comisión encargada de recibir a Himmler en la frontera española en la visita que el Reichsfhürer de las SS hizo a España. Fue tal el desinterés del gallego por el visitante, que hizo uso de sus artes para eludir la misión que le encomendaron. La consecuencia de esta decisión fue que Cunqueiro hizo uso de la dotación económica que se había asignado para gastarla en San Sebastián, entonces y quizá ahora, la capilla sixtina de la gastronomía española, entregándose a los placeres de la mesa y otros no tan santos pero igualmente gratificantes. Para añadidura a la visita del dirigente nazi, es de contar que en el programa que le prepararon en Madrid se incluía una corrida de toros. Es el caso que el jefe de Eichmann y de Heydrich manifestó su desagrado y repulsa ante espectáculo tan bárbaro como la fiesta nacional por excelencia.
 
De Nestor Luján, podrían contarse infinidad de lances en materia culinaria y afines. Sirva como ejemplo la respuesta que dio en una entrevista al ser preguntado acerca de la palabra que más detestaba, a lo que por todo el cañón y con un par, respondió: vegetariano. Dios lo tendrá en su gloria por haber bebido y comido tanto, pero téngase por cierto que ese desprecio airado al mundo vegetal puede ser la vía para morir, como Luján, de foie-gras, no de vaca sino del suyo propio
 
De Historia
 
Referencia a tener en cuenta por los compromisarios del Partido Popular en tierras valencianas, es la del duque de Vendôme, que en su campaña militar en España, con motivo de la guerra de Sucesión, cayó heroicamente en Vinaroz tras regalarse el pico con un atracón de langostinos, que en esas costas alcanzan su más sublime expresión. Louis Joseph de Bourbon, tal era el nombre del duque, tuvo destacada participación en el afianzamiento de Felipe V, el primer Borbón de España. Al momento de ser embestido por la copiosa ración de langostinos, era mariscal del ejército español y sus restos reposan en el Escorial.
 
En tierras de Levante tendrán ocasión los compromisarios populares de probar la variedad de sus fogones. Juan Costa, haya cumplido o no con su presentación como alternativa a Rajoy, en su condición de castellonense de nación, podría recomendar correrías gastronómicas por su provincia. Si sugiere Morella, vayan avisados los viajeros de que, según se cuenta en un cuadro compuesto por azulejos, se ilustra de un milagro de San Vicente Ferrer, valenciano precongresual de algunos siglos. Durante el viaje del Santo a la joya amurallada que dio refugio a Cabrera en la primera de las carlistas, una vieja, pobre de solemnidad, quiso ofrecer un banquete al ilustre visitante. Y como no disponía de carne, recurrió a matar a un niño de pocos meses, por lo de tierno, y se lo guisó con garbanzos. Suerte para el niño que el famoso predicador, que no carecía de virtudes taumatúrgicas, se percató de qué clase de carne era aquella que le ofrecían y obró el milagro de resucitar al niño, que tal como ilustran los azulejos aparece surgiendo de la olla. Quién sabe si el florecimiento de la industria cerámica en esa provincia, se debe tanto a la laboriosidad de su gente como a la intercesión de San Vicente Ferrer, que podría decidir con su influencia la suerte del Partido Popular.
 
No tome en cuenta el lector esta advertencia como para ponerle en guardia ante la oferta coquinaria de la zona. Puedo dar fe de que en el bajo Maestrazgo, siguiendo una ruta que bien puede ser Peñíscola, Vinaroz, Traiguera, San Mateo y Morella, quedará cumplidamente satisfecho el paladar más exigente.

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