Un documento de interés excepcional

Por qué Sabino Arana se hizo españolista (la conversión tenía truco)

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JESÚS LAÍNZ
Pocos días después de la muerte de Arana, uno de sus discípulos más íntimos, José Antonio Arriandiaga Larrínaga, alias Joala, escribía a su compañero Engracio de Aranzadi una larga carta de esencial importancia para hacer encajar todas las piezas del enigma planteado por Arana en los últimos meses de su vida: ¿Por qué Sabino se hizo españolista? Por táctica. Laínz lo contó en Adiós España. El hecho es que los acontecimientos políticos actuales demuestran que Arana acertó.
 
Esta carta, fechada el 7 de diciembre de 1903, permanecería oculta durante veinte años, hasta su publicación el 23 de julio de 1922 en el periódico nacionalista Euskadi (la transcripción siguiente respeta las cursivas, los subrayados y las mayúsculas utilizadas por su autor; las negritas son nuestras):
 
«Muy señor mío: Allá por el mes de agosto, escribí a V. una carta proponiéndole un proyecto de venta o de publicación de ‘Patria’ por las calles de San Sebastián. Dignóse V. contestarme, y me decía al fin lo siguiente: ‘Dígame con absoluta franqueza cuanto sobre este delicado asunto se le ocurra’, refiriéndose a la proyectada evolución al españolismo. Sin detenerme un momento traté de contestarle a V. y escribí lo que a continuación verá V.; pero deseando quedarme con la copia, se me han ido días y días sin determinarme a ello. He ahí la razón de mi tardanza. Y a buen seguro que tampoco hoy me hubiera puesto a ello, si no acabase de decirme Fabián de Izpizua que Luis Arana les dijo ayer en Guernica a Ángel Zabala y a él, que cuando leyó que el Partido Nacionalista iba a convertirse en españolista escribió a Grijalba diciéndole que se fijase bien en si Sabino se hallaba loco o no. Esto me ha dolido, porque se ve que Luis cree, y así lo dijo ayer, que en donde nació la idea fue en la cárcel cediendo a tales o cuales circunstancias. He tenido, pues, la ocurrencia de escribirle a Luis que no es así, y, en prueba, le remito lo que para V. tengo escrito desde el 22 de agosto.
Pero antes de hacérselo a él voy a hacerle a V. Advertencias.-
 
1ª. Que no habiendo dejado D. Sabino, al menos que yo sepa, el anunciado por él «Programa para un Partido vasco-españolista», no cabe ya tal evolución. ¡Pues qué!: ¿se concibe Partido sin programa?
 
Y 2ª. Que tan pronto como apareció en ‘Patria’ que D. Sabino dejaba de ser Delegado del Partido Nacionalista y que, en su lugar, quedaba Ángel, tuve afán de saber en qué consistía el Programa españolista, porque supuse que se lo hubiese confiado D. Sabino, y me fui a Guernica; pero ante el temor de que lo tuviera en secreto, se me ocurrió llevarle este escrito y leérselo y fijarme bien en las prendas que pudiera soltar. Pero se sostuvo en que nada sabía, y nada saqué. Y basta ya de preámbulo.
 
SOBRE LA EVOLUCIÓN AL ESPAÑOLISMO.
 
¿A qué obedece, en D. Sabino, la determinación de matar un partido y fundar otro? ¿Al deseo de salir bien de la causa de que se hallaba pendiente? No: puesto que en diciembre, o sea cuatro o seis meses antes de su encarcelación, me dijo que, dentro de poco tiempo, íbamos a convertirnos en españolistas, y que, para ello, iba a dar a luz un Programa, el cual, según él creía, haría mucho ruido entre gallegos, asturianos, etc., y sería por ellos aceptado con mil amores: esto aparte de que en el País Vasco haría el efecto de convertir en nacionalistas a todos, que era lo principal. Mucha fue la viveza con que me hizo esa revelación.
Le pregunté, entonces, si ese Programa sería como el catalanista de Manresa y se me rió, porque, sin duda, supuso que yo me formaba una idea muy desventajosa de su futura obra. Procuré, a fuerza de preguntas, enterarme de algo, pero no obtuve más que estas dos respuestas: una, que sean jueces en cada país sus hijos y no los extraños; y otra, que el servicio militar sea cumplido sin salir del país de cada uno; y súbitamente se calló como pesaroso de haber soltado prenda.
 
 
¿Qué se deduce de ahí? Que la evolución al españolismo fue concebida por él en el más completo goce de su libertad individual y en libérrima posesión de todas sus facultades cerebrales. El haberla anunciado desde la cárcel hizo sospechar malamente de él, siendo así, como acabo de decirlo, que cuatro o seis meses antes de su encierro ya lo sabía yo, aunque ello nada me dio que pensar, puesto que no analicé debidamente sus palabras ‘vamos a convertirnos en españolistas’ pues no se me ocurrió que el Nacionalismo padeciera nada violento y mucho menos que se tratase de su muerte, sino que, al fin y al cabo, se trataba de un ardid que, como brotaba de tan privilegiado cerebro, había de ser ingenioso. Así es que, cuando desde la cárcel participó en ‘La Patria’ que había llegado el día de dejar de ser nacionalistas para convertirnos en españolistas, me quedé tan sorprendido como si nada hubiera sabido de antes. En Bilbao, dicho se está, produjo, también, una extrañeza considerable, y el pobre hombre se puso inquieto y nervioso. ‘¡Confíen en mí, confíen en mí, y antes de cinco años han de ir viendo los resultados del nuevo programa!’. En la cárcel le oí esas palabras. Y no ha dado más explicaciones.
 
Hénos, pues, frente a un jeroglífico. Voy a intentar descifrarlo. No es posible que tan perfecto caballero, tan gran patriota y hombre de tan suprema inteligencia, Padre del Partido Nacionalista, por cuya vida ha estropeado, hasta no poder más la suya, nos proponga la muerte de esta idea y nos induzca a que profesemos su contraria por arrepentimiento y porque haya adquirido la nueva convicción de que la verdad la representa el españolismo y no el Nacionalismo. Nada de eso. Él fue, él es y él será, y no ningún otro, el Verbo nacionalista hecho carne. Aunque el nacionalismo fuere un error, él nunca lo llegaría a comprender; no podrá, por lo tanto, abominarlo, como la víbora jamás comprenderá que su veneno no sea un elemento esencial de sí mismo, un pedazo de su vida, a pesar de no ser un bien para los demás. El Nacionalismo es, pues, en él, su propia naturaleza: él es Nacionalismo y el Nacionalismo es él. Vino al mundo a enseñárnoslo a los vascos para redimirles de la esclavitud del latino, al modo que Jesús vino a redimir a todos los humanos de la esclavitud del mal. Es, pues, un Jesús vasco. Ahora bien: ¿Cabe dudar que todo cuanto proponga ha de ser para más seguro triunfo de la verdad en él representada? ¡Fe en él y se redimirá el País! He ahí la base de mis meditaciones acerca de este asunto.
 
¿Cuáles son los futuros propósitos del Partido Nacionalista? Lanzarse a la guerra, como único medio, en demanda del triunfo: pero, para ello, necesitaba dos cosas:
1ª. Propagación de doctrina y 2ª en consecuencia, formación de ejército.
 
Propaganda de doctrina.- Más de diez años que se la cultiva, ¿y qué prosélitos ha adquirido? Ocho mil, diez mil, quince mil: total, una miseria.
 
Es evidente que, al paso que vamos, se habrían menester treinta, cuarenta, cien o más años para lograr que, así como la mayoría del país llegó en un tiempo a ser carlista, llegase a ser nacionalista. Y dada la invasión que de día en día se acentúa, ¿habría ya vascos dentro de cien años?
 
Iríase, pues, disminuyendo el Partido Nacionalista si su desarrollo lo confiásemos a la predicación y al tiempo únicamente, puesto que el vasco, además de que va impurificándose, va también hallándose en su propio País en número menor que el extraño. Prueba de ello Bilbao, que de ochenta o más miles de almas, pasan de la mitad de no vascos.
 
Formación de ejército.- Sólo parte de Bizcaya conoce el nacionalismo: en cambio, ni Gipúzkoa, ni Nabarra, ni Álaba lo conocen. ¿Cuánto tiempo se necesitará para que lo conocieran los cuatro y llegasen a formar cuatro respectivos ejércitos nacionalistas, a la manera que conocieron el carlismo y formaron cuatro respectivos ejércitos carlistas? Además: ¿qué ejército sería indispensable para conseguir la independencia? Cuando menos de 30 y 40.000 hombres: y aun con ello, ¿se conseguiría lo deseado? (Y no hablo más que del País Vasco peninsular, pues si incluyéramos el pirenaico, sería la empresa infinitamente más imposible). Es verdadera fantasía o sueño pensar que el Partido Nacionalista prosperará con el tiempo lo suficiente como para proporcionarse un ejército de 30 ó 40.000 hombres, pues no menos serían menester para contrarrestar el empuje de 200 a 300.000 que se nos vendrían encima, provistos de los más perfectos artefactos. Y eso, sin contar las dificultades que los innumerables enemigos de casa nos opondrían, y sin contar las infinitas que el llegar a formar tal ejército nacionalista costaría, pues no es de creer que del cielo se nos bajase ya hecho ese ejército nuestro. No es, pues, el camino actual el que nos ha de conducir al triunfo. Nuestra pequeñez sería siempre ante el grandor de nuestro enemigo, si las cosas siguen como hasta ahora. Y ahí está el quid de la cuestión; en esa desproporción entre ellos y nosotros. Y la solución sólo está en que desaparezca esa desproporción. ¿Cómo? Dándole un plan político a España que lo divida en trozos mil haciéndole perder la cohesión que entre sus regiones existe.
 
Y para ello se vale D. Sabino de un Programa titulado, al menos por ahora, vasco-españolista. Ese programa tendrá la virtud de disminuir las fuerzas del enemigo y de aumentar las nacionalistas.
 
Y ÉSA ES LA EVOLUCIÓN AL ESPAÑOLISMO.
 
¿Que cómo? Pues deseando que el regionalismo prospere en nuestro País y cunda por España, estableciéndose pleitos y contiendas entre las diversas regiones o aislándose unas de otras de modo tal que no los importe la totalidad de España. ¿Y quiénes son los más interesados en que así suceda sino nosotros mismos? Por consiguiente, a la manera que hasta aquí hemos propagado el Nacionalismo vasco sin conseguir la suficiente unión, propaguemos ahora el regionalismo vasco-españolista para que sea engendrador de diez, veinte o más regionalismos españoles y para que forme entre nosotros la deseada unión vasca que, fácilmente, por miras egoístas, habría de ser convertida en separatismo vasco. ¡Hagámonos, pues, españolistas con toda nuestra alma si hemos de ver triunfante al nacionalismo Vasco!
 
Empecemos nosotros a ser regionalistas, y al ver nuestro hermoso Programa (porque de que será hermoso no hay duda) ha de cundir, también entre ellos, el mismo espíritu, y de ese modo ha de conseguirse la debilitación del conjunto hispano y se nos ofrecerán coyunturas para ir intensificando más y más nuestro regionalismo hasta llegar a renegar de toda unión con las DEMÁS (no se ría V.) regiones españolas: y el poder que hoy nos opone y que hace imposible nuestra independencia, se vendría por los suelos. Ahuyentemos de nosotros el obstructor Nacionalismo y profesemos con toda nuestra fe el Regionalismo vasco-español, pues será lo único que pueda nacionalizarnos.
 
‘¡Tened fe en mí, tened fe en mí!’, exclama D. Sabino, y aunque no dé razón alguna tengamos fe en él. No son los españoles capaces de concebir un plan como lo será el vasco-españolista; demostrémosles, pues, y, además, incitémosles a que lo pongan en práctica: es decir; hagámonos españolistas para poder dejar de serlo algún día. Extendida por el País Vasco la doctrina regionalista, bien presto habrían de ser comprendidas las ventajas que le proporcionaría el aislamiento, dentro de la unidad española, de las demás regiones, y, aunque no más que por egoísmo, habría de despertar, si no en todos en la mayoría de los vascos, el sentimiento de independencia, o sea el Nacionalismo. Y véase cómo dejaría de haber partidos españolistas para no haber más que vascos.
 
Decía D. Sabino: ‘Haciéndonos españolistas convertiremos a los vascos en nacionalistas’, y se comprende que así pueda suceder. El programa de Manresa fue hecho sólo para los catalanes y no cuajó en España. El programa vasco-españolista no será sólo para los vascos a pesar de su título, sino que, al decir de D. Sabino, será aceptado por asturianos, gallegos, etc. En carta suya, fechada en la cárcel de Bilbao a 9 de julio de 1902, me decía, hablando del Programa: ‘No será reconocer el carlismo, ni el integrismo, ni el fuerismo’. De eso y de lo que cree que va a pasar a asturianos, gallegos, etc., y de que los jueces sean hijos del país y de que los soldados cumplan su servicio en propia región, ¿no se deduce lo que yo he deducido, o sea: Que el programa va a ser regionalista? ¿Qué será, pues, nuestro futuro Españolismo? Nacionalismo y no más que Nacionalismo; y cuanto más españolistas seamos, mejores nacionalistas hemos de ser, por ser lo primero el más eficaz medio de conseguir lo segundo.
 
Seamos, pues, españolistas con toda nuestra alma; consideremos a nuestro país como porción de un todo llamado España y demos a ese todo un plan político que sea provechoso a nuestro Nacionalismo. Si conseguimos ese regionalismo español, no será menester que inculquemos doctrinas nacionalistas a los vascos; ellos de por sí, por egoísmo y no por razones de raza y de historia, habrían de pretender el separatismo: ¿y qué es, al fin, el Separatismo, en su último término, más que la independencia justa y lógica de este País, o sea el Nacionalismo? En sus fundamentos son diametralmente opuestos, pero en su finalidad (independencia) la misma cosa.
 
¡Muera, pues, el Nacionalismo, porque de su muerte surgirá el Separatismo y, por consiguiente, el Nacionalismo!
 
¿Habré acertado con el pensamiento del gran AranaGoiri?».
 
(Este texto forma parte del estudio de Jesús Laínz Adiós España, ed. Encuentro).

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