RAQUEL MARTÍN/PAGINASDIGITAL.ES
Tiene razón María San Gil cuando dice que sin confianza no hay proyecto político posible. Cuando falta no hay nada que hacer, por muchas palabras grandilocuentes que se digan y por mucho que se niegue hasta la saciedad que no hay desconfianza o que no se está produciendo ningún cambio. La actitud que está manteniendo Mariano Rajoy con muchos de los pesos pesados de su partido y, en general, con su nuevo rumbo tras el 9 de marzo me recuerda enormemente al comportamiento del presidente Zapatero.
La persona de José Luis Rodríguez Zapatero se ha caracterizado por tener un claro proyecto de cambio político y social de España, pero lo está aplicando con anestesia, sin hacer ruido y, lo peor de todo, negándolo.
Desde que llegó al poder en 2004 Zapatero sabe perfectamente lo que quiere, pero de cara a la opinión pública lo niega o lo desmiente. Quiere cambiar la política territorial de España, el espíritu de la Constitución, acabar con ETA con la negociación y transformar la sociedad española de arriba abajo, por poner algunos ejemplos, pero nunca lo ha reconocido ni lo reconocerá en alto.
Una cosa es lo que piensa y hace, y otra bien distinta es lo que dice. Y esta endemoniada estrategia concluye con la negación de los hechos para convertir a quienes los denuncia en "duros", locos o visionarios.
Durante la pasada legislatura, por supuesto que Zapatero ha trabajado para la desvertebración de España, y cuando Rajoy o algún otro dirigente del PP se lo reprochaba, Zapatero lo negaba. "¿Romper yo España?, España no se rompe... ¡cómo dicen ustedes esas cosas!", "¿Negociar yo con ETA? A ETA se la combate... ¡cómo se atreven a acusarme de eso!". De tal manera que era el PP el que quedaba con una posición estridente, radical y enloquecida. Zapatero, muy tranquilo, ejecuta sin temblarle el pulso, miente descaradamente a la opinión pública y acusa a la oposición de exagerados o de visionarios.
Esta estrategia esquizofrénica parece que se la ha aprendido el líder del PP y ahora se ha convertido en un alumno aventajado del presidente Zapatero y parece copiarle.
Habría que recordarle a Mariano Rajoy todas sus declaraciones públicas cuando salía, por ejemplo, de sus reiterados encuentros en el Palacio de La Moncloa con Zapatero y afirmaba con una sinceridad aplastante que no se fiaba de él. Que le decía una cosa, pero que luego sabía perfectamente que iba a realizar la contraria. Que no había ni la complicidad ni la confianza mínima necesaria entre los dos grandes partidos para pactar ni un solo acuerdo de Estado. Así transcurrió la pasada legislatura.
Ahora Rajoy parece haber aprendido de las tácticas de Zapatero y está poniendo en práctica esta misma estrategia entre los suyos. "¿Cambiar yo de principios o de valores?, ¿Intentar cargarme a María San Gil? ¡Cómo se atreven a decirlo! María es un referente moral en el partido".
Carlos Iturgaiz ha entendido muy bien esta estrategia cuando ha asegurado que algunos en el PP quieren transformar a María "de Juana de Arco a Juana la Loca", sólo por afirmar en público nada más y nada menos lo que está pasando en el PP: que hay un cambio de política.
Y a María San Gil le ha pasado exactamente lo que a Rajoy con Zapatero durante estos últimos cuatro años. No se fía por mucho que en la ponencia política se incluyan la mayoría de los puntos escritos por su puño y letra. El problema, como lo definió Jaime Mayor Oreja, está en la falta de "verdad de las personas".
Mariano Rajoy está en su perfecto derecho de cambiar de personas en su equipo y de querer dar un giro a la política del partido como lo está haciendo, aunque lo quiera negar hasta el amanecer. Pero hay que exigirle que sea leal y que lo diga con claridad.