ETA ha vuelto a matar. El guardia civil Juan Manuel Piñuel ha sido asesinado en un atentado que podía haber costado muchas más vidas. El coro de los políticos, invariable, ha dicho lo de siempre. El pasado verano, después del atentado contra la casa cuartel de Durango, el ex nacionalista Joseba Arregi escribía en el diario El Correo, de Bilbao, un lúcido artículo, “ETA y la sociedad vasca”, donde ponía las cosas muy claras y que conserva hoy toda su validez. Por su extraordinario interés, lo traemos a Elmanifiesto.com.
ETA y la sociedad vasca
JOSEBA ARREGI
Como se esperaba, y como estaba más que anunciado, ETA ha conseguido atentar de nuevo. Ha atentado contra un cuartel de la Guardia Civil en Durango. Dicen que podía haber causado una masacre. Sólo dos miembros de la Benemérita han sufrido daños leves. Pero ETA ha atentado contra la sociedad vasca. Y desde dentro de la sociedad vasca.
Ha atentado contra la sociedad vasca no porque todos los atentados de ETA lo son, como dice una doctrina política oficial de no mucha historia. No porque la sociedad vasca rezuma ansias de paz. No porque los miembros de ETA conocen la historia de la fundación de la Benemérita y sus vínculos con el País Vasco, Euskal Herria en euskera. Por todas esas razones, pero además porque la Guardia Civil, como cuerpo de seguridad del Estado, es una pieza fundamental en la lucha contra el terrorismo de ETA y porque gracias a su trabajo más de un ciudadano vasco sigue con vida, más de un ciudadano vasco mantiene un grado de libertad, aunque no toda la que le debiera un Estado de Derecho.
ETA atenta, como esta última vez, contra la libertad de los vascos. Y lo hace desde dentro de la sociedad vasca. Los miembros de ETA son vascos. Los miembros de ETA, los que cometen los asesinatos de ETA, los que han puesto la bomba en Durango, una bomba que pudo causar una masacre según dicen, son vascos. Vascos que creen en Euskal Herria, pero no en la que recoge el artículo 1 del Estatuto de Gernika, sino en un ente mítico, ahistórico, que se fundamenta en una historia soñada. Vascos que creen que España es el enemigo opresor del pueblo vasco, también después de la Transición y después de la Constitución que abrió la vía a la que todos llaman la hegemonía nacionalista, a una política lingüística agresiva a favor del euskera, a un sistema escolar en el que la gran mayoría de los niños son escolarizados exclusivamente en euskera.
Los que han puesto la bomba en Durango son vascos que comparten con otros muchos vascos la sensación de honda humillación y opresión que sufre el pueblo vasco a manos de España, y que sólo puede encontrar su salvación en la separación de ese tumor maligno que es España, o por lo menos, y aquí entran los pusilánimes y tramposos, en la ritualización de una consulta que haga parecer que puedo pero no quiero, que quiero pero no puedo, que quiero y puedo, pero no me interesa.
Y porque es la sociedad vasca la que está primordialmente involucrada en cada atentado de ETA, como víctima y como, digámoslo para los pusilánimes y tramposos, acompañante no pocas veces comprensivo, es la sociedad vasca la que tiene que responder a cada atentado de ETA, y a este último. Y no precisamente diciendo que ETA trunca sus profundísimos deseos de paz. Diciéndole a ETA, especialmente la parte nacionalista de la sociedad vasca -¡pero Dios sabe por dónde pasa hoy la línea que separa a nacionalistas de no nacionalistas en Euskadi, oyendo a tantos portavoces de partidos políticos decir tantas cosas!-: “Nos hemos equivocado con vosotros y también llevamos sobre nuestros hombros parte de la responsabilidad de vuestros atentados, y cortamos cualquier hilo que nos pueda unir a vosotros”.
Es realmente molesto escuchar a los portavoces de los partidos políticos después del atentado de Durango: que si ANV debe condenar -¿en qué país viven quienes dicen eso?-, que si la unidad de los demócratas, que si la responsabilidad del Gobierno. Todos están pensando en las elecciones. Todos. Como lo llevan haciendo desde hace cuatro años. Y en el mundo nacionalista, además de estar pensando en las próximas elecciones, están pensando en heredar el voto que ha gestionado ETA-Batasuna hasta ahora. Todos dan por muerta a ETA, aunque nos haga sufrir mucho todavía. Incluso los que se mueven en la ambigüedad de que ETA desaparecerá cuando se le demuestre que sus fines se consiguen sin ella, aún mejor -y nunca se sabe si como condición o como consecuencia de la desaparición de ETA-, están pensando en quedarse con el pastel electoral de ETA-Batasuna.
Están gestionando el tiempo post-ETA aunque hasta antes de ayer hayan estado afirmando que ETA era imposible que desapareciera si no se accedía a sus exigencias básicas.
Pues a todos estos portavoces de los partidos políticos es preciso gritarles desde esa sociedad vasca a la que tanto apelan que se callen, que no les creemos nada, que mienten en cuanto abren la boca, que sólo les interesan los votos, que viven de la división entre ellos, y están dispuestos a decir lo contrario de lo que han dicho en el momento posterior a cada atentado.
No sé si existe la sociedad vasca ansiosa de paz y luchando unánimemente contra ETA como un sólo hombre, como dicen los líderes políticos. Tengo mis dudas. Pero si existe, su tarea primordial es librarse del lenguaje de los políticos, de todos, y preocuparse por ir construyendo la narrativa de la derrota de ETA, esa derrota que hoy todos asumen como discurso oficial, aunque con voces discordantes, como siempre, que siembran la confusión abogando por la negociación con el nacionalismo radical -no quieren decir ETA porque queda mal, pero inmediatamente dicen que el nacionalismo radical no tiene autonomía frente a ETA-.
La sociedad vasca tiene ante sí, si quiere merecer algún respeto ante sí misma, un doble reto: recuperar su nervio moral, ése que ha quedado -vuelvo a formularlo de forma blanda para pusilánimes y tramposos- desdibujado en la historia de los últimos treinta años. Y para recuperar ese nervio moral, única vía de ganar el respeto debido a sí misma, elaborar una narrativa articulada sobre los asesinados de ETA, su memoria y su significado político. Es en esa narrativa en la que la sociedad vasca, en su complejidad, debe ir escribiendo la historia de sus propias responsabilidades.
Y dejar a los políticos esa música de ruidos, vacía y carente de toda armonía y de toda profundidad, que suena cada vez que se habla de ETA, y que hace muchísmo daño, especialmente después de cada atentado. También tras éste último de Durango que, todos nos tememos, no será el último.
(El Correo, 25.08.2007)