Hay separatistas y hay separadores
Fútbol, separatismo y estupidez
José Javier Esparza
09 de mayo de 2008
J.J.E.
Oído la otra tarde a un intelectual liberal en una tertulia radiofónica: “que el Real Madrid haya ganado la liga es bueno para la unidad nacional”. El ser intelectual no exime de decir tonterías, y menos todavía, evidentemente, el ser liberal. Ese comentario, que su autor pretendía serio, es el perfecto ejemplo de cómo están las cosas en un país donde el separatismo ha creado sus tribus y donde, en reacción, han crecido las tribus de separadores. El fútbol sólo es la superficie; el problema está debajo.
La relación entre fútbol y política no es ninguna novedad. En cierto modo, el fútbol es la prolongación de la política por otros medios. Lo es en la medida en que el deporte de masas configura una instancia de reconocimiento tribal que fortalece la identidad del grupo frente a las identidades ajenas. Eso pasa en todas partes y suele ser un proceso espontáneo e inconsciente. Pero en España, donde el estado de las autonomías ha generado una intensa dinámica mixta de tribalización y caciquismo, hace muchos años que el fútbol viene empleándose conscientemente con ese fin.
El caso del Barcelona es muy claro, especialmente bajo la presidencia de Laporta, que ha transformado al Barça en emblema del expansionismo nacionalista catalán. También es muy evidente el caso del Athletic de Bilbao, aquel club que hace veinte años era el segundo equipo de muchísimos aficionados, porque “todos sus jugadores son españoles”, y que ahora ha sido convertido por sus directivos en una suerte de reserva racial de la Gran Euskalherria. Pero lo mismo vemos en las peñas ultras de clubes gallegos, navarros y hasta andaluces. ¿Y es distinto el caso en los equipos de Madrid?
Lo que estamos viendo es que, como reacción contra el separatismo, está reafirmándose una suerte de jacobinismo centralista según el cual sólo la capital de España es la España auténtica, mientras que todo lo demás es territorio hostil en perpetua amenaza de separación. El argumento es tan descabellado como el de los propios separatistas: adolece de una incomprensión radical de la realidad histórica y cultural de España, que es plural y que es una al mismo tiempo. Y cuando el planteamiento se extiende a una especie de jacobinismo futbolístico, entonces ya nadamos en pleno delirio. El debate nacional se rebaja al ámbito de lo tribal y los conceptos se degradan hasta el simple borborigmo.
Que el Real Madrid gane la Liga –da vergüenza tener que decirlo- es indiferente para la unidad nacional. Esta seguirá igual de maltrecha gane el torneo el Madrid, el Villareal, el Racing o, por supuesto, el Barça. El problema no está en los territorios, sino en las personas; unas personas que han empezado a ser incapaces de pensar España si no es en términos o bien separatistas, o bien separadores.
A este país le va sobrando mucho opinador. También mucho futbolero.
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