Zapatero, a tus zapatos

Laporta desbarra otra vez: Cataluña no es un país (y el Barça no es el Capitolio)

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RODOLFO VARGAS RUBIO
 
Zapatero, a tus zapatos. Y no nos referimos al actual Presidente en funciones del Gobierno Español, sino a uno de esos personajes que creen que el hecho de tener mucho dinero les otorga competencia y pertinencia para pontificar de cosas acerca de las cuales mejor harían en estar callados, porque corren el riesgo de decir sandeces (o paridas, para expresarlo coloquialmente). Hablamos, cómo no, de Joan Laporta, presidente del Fútbol Club Barcelona. Pareciera que este señor se haya tomado muy en serio eso de que “el Barça es más que un club”, ya que ha hecho de la entidad una plataforma política del más claro signo partidista: el independentismo catalanista. Las perlas son ya varias, pero la que colma el vaso de la majadería y de la ignorancia es lo que acaba de declarar en el curso de la Conferencia Encuentros Internacionales del Patronato Catalunya Món (Cataluña Mundo), el pasado 25 de marzo en el Instituto Francés de Barcelona. Concretamente ha dicho que “Catalunya es un país que está entre España y Francia”, y se ha preciado del orgullo que significa “explicar Catalunya en el mundo a través del Barcelona”.
 
Más que un Club
 
No sabíamos, por supuesto, que un club de fútbol tuviera otro objetivo que el de competir y ganar partidos y títulos, entreteniendo de esta manera al público aficionado. Después de todo, para “explicar Cataluña en el mundo” ya están todas las entidades patrocinadas por la Generalitat y financiadas con el dinero público, que proviene también de los que no admiten entre España y Francia otro país que el Principado de Andorra además de los Pirineos. El deporte es esencialmente agonístico y lúdico y sacarlo de este contexto es desnaturalizarlo. Que es lo que hace Joan Laporta con sus intervenciones (que nadie le ha pedido, por cierto) en materia de política. Claro está que en esto puede opinar lo que dé la gana, como cualquier otro ciudadano, pero a título personal; no, por supuesto, valiéndose de la dirección de una entidad deportiva.

El fútbol, desgraciadamente, se ha ido convirtiendo en todo menos en deporte: es principalmente un negocio que mueve millones y privilegia a unos cuantos divos y a sus patrocinadores (que son los que se llevan la mayor parte de la tarta) y un vehículo de guerras urbanas, a través de auténticos grupos de asalto que ponen los pelos de punta y que sacan a relucir lo peor de la naturaleza humana.
 
No pocos de tales grupos trascienden la mera exaltación propia de la masa para constituir organizaciones fuertemente ideologizadas y sistemáticamente violentas. El fanatismo al que llega la afición desmedida a este deporte fue el detonante de una guerra verdadera y propia: la que enfrentó a Honduras y El Salvador en junio de 1969, durante las eliminatorias para el campeonato mundial de México de 1970. Ciertamente las verdaderas razones que llevaron al enfrentamiento bélico a las dos repúblicas centroamericanas fueron de índole más profunda que la de unos partidos, pero qué duda cabe que la pasión futbolística desempeñó un importante papel en encender lo que se llamó la “Guerra de las Cien Horas”.
 
La responsabilidad de los “dirigentes deportivos” (como se ha dado en llamar a los barones que mandan en el panorama futbolístico) en el desmadre del llamado injustamente “deporte rey” (en menoscabo de otras disciplinas tan respetables y desgraciadamente mucho menos favorecidas por la administración y los medios públicos) es especialmente grave cuando en lugar de apaciguar los ánimos contribuyen a exaltarlos. No decimos que Joan Laporta sea un agitador de masas, pero su discurso político no puede decirse que sea precisamente un factor de cohesión ni de concordia.
 
En primer lugar, ¿por cuál título se arroga la representatividad de Cataluña para Can Barça? Que sepamos el Reial Club Deportiu Espanyol de Barcelona también es una entidad futbolística catalana. ¿O es que los “periquitos” son menos catalanes o catalanes de segunda? O, quizás, hasta ni siquiera se les considere dignos del nombre catalán por tener la referencia a España en el nombre del club (lo que entraría en la perspectiva laportiana de Cataluña como país entre España y Francia…). No será, sin embargo, por la catalanidad de la plantilla del F.C. Barcelona (quince extranjeros y tres “españoles” de veinticuatro jugadores), ni menos de sus estrellas mejor pagadas (un brasileño, un argentino y un camerunés), lo cual no dice mucho de la confianza en la cantera de casa.
 
En segundo lugar, el Barça es una institución que tiene hinchas no sólo en Cataluña, sino también en España (además del mundo entero) y estamos seguros que a las peñas barcelonistas que pueda haber en Ciudad Rodrigo, el Burgo de Osma o San Millán de la Cogolla las batallitas políticas de Joan Laporta no les tienen que hacer mucha gracia o, en el mejor de los casos, les trae al pairo. Eso sí, abonar una cuota social para tener que escuchar monsergas como que Cataluña no es España no parece que sea plato del gusto de un valenciano, un extremeño o un cántabro. Las reivindicaciones independentistas del mandamás del Camp Nou constituyen, como mínimo, una falta de respeto y consideración a todos los socios españoles que no son catalanes y a todos los catalanes que se sienten españoles.
 
Cataluña no es un país
 
Pero vayamos a las declaraciones en sí de Laporta, que no se sostienen ni política ni históricamente. Cataluña no es un país desde el punto de vista de la geografía política ni desde el punto de vista de la Constitución Española (que es la que rige en Cataluña). Se trata de una autonomía que forma parte de España, lo quieran o no los separatistas e independentistas y por más que adulteren los mapas con la inclusión en ellos de esa entelequia que llaman “Països Catalans” (que, por cierto, no existieron nunca), netamente diferenciada del resto de la Península Ibérica. Sociológicamente hablando, no olvidemos que Cataluña es una realidad cada vez más mestiza, debido al fenómeno de la inmigración, tanto la de la posguerra (que es base de la importante componente poblacional de Cataluña procedente del resto de España) como la contemporánea (con aportación de un nada desdeñable contingente hispanoamericano).
 
Pero donde fracasa absolutamente la tesis de Cataluña como “país entre España y Francia” es ante el tribunal inapelable e inexorable de la Historia. Lo que hoy conocemos como Cataluña no fue nunca independiente. Existieron unos condados carolingios que constituían la llamada Marca Hispánica, escindidos del Imperio de Occidente aprovechando la debilidad de los sucesores de Carlomagno. Entre dichos condados descolló el de Barcelona, que hizo su fortuna precisamente al unirse al Reino de Aragón en 1134, formando el primer núcleo de la Corona Aragonesa, que se convertiría entre los siglos XIII y XV en la gran potencia del Mediterráneo. Formando parte de esa monarquía fue como lo que hoy conocemos como Cataluña se incorporó al Reino de España, como consecuencia del matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, naciendo así el primer estado moderno de Europa.
 
De modo que no hubo ni sojuzgamiento ni conquista armada ni nada por el estilo: Cataluña se volvió parte de una realidad más amplia llamada España en virtud de una sabia política matrimonial que coincidía con la corriente de la Historia. Que la ineptitud de algunos gobiernos de la gran Monarquía Hispánica provocaran las reticencias y el malestar de los catalanes (y no sólo de ellos) no significa que Cataluña tuviera una vocación separatista. De hecho, la rebelión de 1640 la llevó a entregarse inconscientemente al Rey de Francia (de lo cual acabaría arrepintiéndose). En cuanto a la Guerra de Sucesión, el hecho de haber abrazado la causa austracista no implicó reivindicaciones independentistas: no se olvide que se apoyó al Archiduque Carlos como pretendiente al trono de España. Y no se olvide la heroica resistencia catalana contra la invasión francesa de España (esta año se cumplen dos siglos), episodio que se acalla en la propaganda catalanista por ser un mentís de sus postulados. Esa es la Historia. Las fábulas decimonónicas sobre una Cataluña irredenta son sólo eso: fábulas.
 
Asesórese, pues, Jordi Laporta antes de proferir según qué cosas. Aunque todo sería más simple y no correría el riesgo de hacer el ridículo si se ocupara más de los asuntos estrictamente deportivos, que son los de su dominio y competencia. Más vale que no se siga metiendo en política porque continuará desbarrando, así que: “Zapatero: ¡a tus zapatos!”.

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