La nao Meteoro en el Mar Negro es la avanzadilla del sanchismo para la guerra de Ucrania (la nao Santa María en el Golfo —“no es moco de pavo”, informó El País— fue la avanzadilla del felipismo para la guerra… del Golfo), que empezará el primero de febrero, festividad de San Claro, con la Luna Nueva, que luce muy bien para las tropas en la nieve. Con eso, y con las anotaciones de puño y letra de Lenin al De la guerra, de Clausewitz, Putin podría tomar Kiev sin despeinarse, como Sánchez tomó Madrid en los estados de alarma. Ilegales; pero los tomó, que no otra cosa es la soberanía.
“La guerra no es sino la prosecución de la política por otros medios”, dice Clausewitz, que quiere decir (dicho por quien mejor pensó el poder) que la política es y sigue siendo su “cerebro”, pues la guerra (última ratio de la agrupación según amigos y enemigos) no posee ninguna “lógica propia”.
Al recibir en el 83, un año antes de morir, el premio de la Paz de los libreros, Manès Sperber, que había hecho surfing en todos los totalitarismos del siglo XX (hasta con Willi Münzenberg, que hoy no daría ni para becario del departamento de censura y propaganda de las Big Tech), planteó una pregunta que impresionó mucho a Marquard (un centrista del “justo medio” de Aristóteles): “¿Cómo fue posible que en el siglo XX los seres humanos estuvieran preparados psíquicamente para dos guerras mundiales?” Y su respuesta fue:
Estas terribles guerras no fueron sólo terribles, sino que al mismo tiempo fueron deseadas, de un modo terrible, como una descarga de lo cotidiano.
Para Sperber, la insatisfacción con lo cotidiano generaba la fascinación hacia esa “moratoria de lo cotidiano” que es la guerra. Ya fue su tesis en el 38, con su “Análisis de la tiranía”, silenciado por nazis y comunistas, según el cual la tiranía (de derechas y de izquierdas) triunfa porque promete también una liberación del peso de la cotidianidad burguesa: la irrupción antiburguesa del gran estado de excepción.
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