No creo que haya mucha gente a estas alturas, partidarios o detractores, que puedan pensar que Putin no va a ganar las próximas elecciones presidenciales en Rusia que se desarrollaran entre el 15 y 17 de este mes de marzo. La cuestión reside más en argumentar cómo las habrá ganado, porque el resultado es más que previsible y no admite discusión. Señal de ello es el poco por no decir nulo interés mediático por tal evento en los medios de comunicación occidentales.
Como ya viene siendo habitual en los medios de comunicación, las pocas crónicas que podemos leer al respecto se centran fundamentalmente en denigrar y difamar al personaje, toda vez que se pone en duda la realización de unas elecciones democráticas en un país donde la oposición esta perseguida y encarcelada, cuando sus lideres no son asesinados. El relato se corresponde con el discurso de los lideres políticos occidentales, cuyo afán es intentar vencer a Rusia a cualquier precio, aun a costa de poner en peligro la existencia de sus ciudadanos. como podemos observar en sus declaraciones.
Resulta extremadamente difícil encontrar al menos un análisis reflexivo del porqué de esos resultados, probablemente por temor a verse tachado de propagandista del régimen ruso, con todas las consecuencias que ello conlleva, aunque personalmente creo que es más por atrofia intelectual e indolencia profesional.
Independientemente de la orientación ideológica que se pueda tener y, por tanto, de la visión que uno tenga del sistema político ruso, hay casi siempre un error que se repite constantemente en cualquier análisis, como es prescindir de la naturaleza y de la singularidad del pueblo ruso, y por ende de su historia. Hay hechos y conductas en el pueblo ruso que a veces resultan difíciles de entender, pero también hay que tener en cuenta lo que la ciudadanía rusa tampoco entiende, como puede ser la deriva moral en la que está inmerso Occidente, lo cual condiciona por la fuerza sus opciones. Paradójicamente, hay una contradicción absoluta entre un conservadurismo a nivel político y una sociedad rusa muy liberalizada. Mientras los gobernantes sostienen un discurso conservador e impulsan medidas en ese aspecto, la sociedad rusa, aunque las asuma colectivamente, mantiene una actitud individual más tolerante y sugerente en su conducta.
Rusia es un país inmenso, duro, hostil en muchos aspectos; por consiguiente, hay que ser fuerte para controlarlo, y ése es el cometido del Estado, a cuyo frente hace falta alguien que sea capaz de acometer semejante empresa. Con Putin, el Estado ha vuelto y los rusos son conscientes de ello. Hay seguridad, control de la administración pública, desarrollo industrial y agrícola, infraestructuras nuevas, emprendimiento empresarial. Al mismo tiempo se ha facilitado el acceso a la vivienda, mientras que la fiscalidad no es confiscatoria. Ha descendido la mortalidad y ha aumentado la natalidad. Ésa es la realidad de Rusia que nos ocultan, haciéndonos creer que es un país deprimido con una sociedad privada de todos sus derechos.
Por ese motivo no existe oposición, sencillamente porque las elites son competentes y ocupan el espacio social, económico y militar. Hay cierta armonía entre las decisiones que adopta el poder y la población, muy al contrario del sistema europeo, donde las elites están desconectadas de la realidad de las necesidades de la población. No es Putin el que construye el Estado, sino el Estado el que sostiene a Putin.
Rusia no es una democracia al estilo libera,l como a algunos le gustaría que fuera, sino una democracia autoritaria de la que ya hablaba Tocqueville, aceptada en muy amplia medida por sus ciudadanos, nos guste o no. El sistema ruso no es el producto de un hombre, sino de su historia. Rusia es, pues, una democracia autoritaria, con una ideología mayoritariamente conservadora, pero con una sociedad que se mueve, se vuelve muy tecnológica y confía en su clase dirigente porque observa los resultados a su alrededor, viviendo por primera vez una situación de estabilidad y paz social en la que Putin representa ese logro social, razón por la cual va a ser reelegido mayoritariamente.
Putin no necesita mostrar al pueblo que es popular, pero sí a las elites, para que vean que sigue siendo fuerte. A Putin probablemente le voten tres cuatas partes de los rusos y obtenga un 75% de los votos. Le votarán jóvenes y viejos, le votarán todas las clases sociales, porque es de izquierdas y de derechas, es un patriota y, aunque se piense lo contrario, en lo económico es un liberal que promueve la libertad de empresa y una baja fiscalidad. Putin no impide la alternancia política, por la sencilla razón de que no hay una oposición destacada cuyo programa político ofrezca mejores alternativas para la sociedad rusa. La sociedad rusa es consciente de que ha mejorado su nivel de vida en estas últimas décadas y eso es lo que la mueve a la hora de votar.
Otra de las características de la sociedad rusa es su alto sentido patriótico, algo que en Occidente hemos olvidado cuando no hostigado; algo que hace que hablar mal de Rusia sea ir en su contra, razón por la cual los discursos de los progresistas liberales no tienen predicamento alguno y su presencia no supone ningún peligro para los gobernantes actuales. Es cierto que tienen su público en las grandes ciudades, como Moscú o San Petersburgo, o entre los residentes rusos en el extranjero, pero en el resto del país no representan nada, por lo que malamente pueden tener algún resultado. No obstante, aquí nos lo venderán como que la oposición esta coaccionada y perseguida y no puede concurrir libremente a las elecciones. La verdadera oposición a Putin son los comunistas y los radicales de derechas, mucho más extremistas en lo referente a la conducción de la guerra y más agresivos respecto a Occidente.
A diferencia de Occidente, donde la alternancia política resulta sistemática y es signo inequívoco de democracia, por más que en la realidad de las cosas se intercambien unos mediocres por otros mediocres, hoy por hoy en Rusia la gente mantiene a sus dirigentes porque observa que trabajan bien a la vista de los resultados. Tal vez sea la primera vez en la historia de Rusia que hay una elite política que se ocupa de su bienestar. La sociedad rusa, por regla general, no se preocupa de política. Lo que quiere la gente es que las cosas funcionen, que no les pongan trabas a la hora de emprender, que no les presionen con impuestos, que mejoren los servicios esenciales de sanidad y de educación, las comunicaciones, poder acceder a una vivienda. En definitiva, vivir en paz y armonía.
El consumo de las familias crece, los salarios han aumentado cinco veces, el paro es prácticamente inexistente, se han mejorado las prestaciones sociales a las jóvenes madres y han subido las pensiones, se ha incentivado la adquisición de viviendas con créditos hipotecarios y reducidos tipos de interés. Ésas son las realidades que incidirán en el voto de los rusos el próximo fin de semana.
La sociedad rusa observa que, después de 24 años, el sistema Putin funciona, que ha habido una recuperación interior y exterior y no lo va a cambiar. Después de la década horrible de los 90 del siglo pasado, Rusia recupera su posición en el mundo y está obteniendo unos resultados económicos envidiables, con un crecimiento en el 2023 del 3,6% de su PIB y una previsión del 2,61% para 2024, según el FMI. Los bancos rusos han obtenido más de 37.000 millones de dólares de beneficio, y todo ello pese a ser el país más sancionado del mundo con más de 18.000 sanciones. Según el Banco Mundial, Rusia se ha convertido en la primera potencia europea en Paridad de Poder Adquisitivo (PPA) y en la quinta potencia económica mundial en la clasificación PIB/PPA.
Las sanciones impuestas a Rusia han supuesto un revulsivo para la economía rusa, que ha sabido aprovechar la oportunidad. Se han creado empresas que ocupan los nichos de negocio abandonados por las empresas extranjeras, se ha modernizado la producción interna y se ha potenciado la investigación tecnológica. Los productos que antes se importaban ahora se fabrican en Rusia, y los que no pueden ser adquiridos en los países que aplican sanciones lo son a través de terceros países que obtienen pingües beneficios. Se han mejorado los intercambios con países emergentes cuyas economías despuntan mundialmente.
Pese a estar inmersa en una guerra, Rusia no se halla en una economía de guerra. Es cierto que ha aumentado su inversión en Defensa (un 6% del PIB; EE. UU. lo tuvo en el 7/8 % durante la guerra de Vietnam) y que parte de su producción industrial está vinculada a la Defensa, de la que también obtiene importantes beneficios con la venta al exterior y la mejora en I+D; pero no todo va a Defensa. A diferencia de Occidente, el complejo de la industria militar rusa pertenece al Estado y no a empresas privadas, por lo que no necesita competir en precio sino en calidad.
Se calcula que cerca de 6 millones de rusos trabajan directa o indirectamente para sus Fuerzas Armadas y la Defensa. Todo ese personal ha visto sus condiciones económicas mejoradas tanto salarialmente como con ventajas sociales muy importantes, lo que ha contribuido sensiblemente a una mejora del consumo interno y al desarrollo productivo. El salario de un militar representa cinco veces el de un ciudadano ruso medio, y ello repercute especialmente en las regiones deprimidas del país, de donde provienen muchos de los voluntarios incorporados a las Fuerzas Armadas.
La sociedad rusa pese a no vivir la guerra en su día a día, si es consciente del sacrificio que ello supone y honra a los que están inmersos en ella. Las Fuerzas Armadas tienen hoy un papel significativo en la sociedad rusa y probablemente ocupen en su momento puestos de relevancia porque formarán parte de los futuros cuadros del país. El reconocimiento por parte de los gobernantes del país es compartido por el resto de la sociedad, y en este caso su liderazgo también.
Nadie ha destacado que de las casi dos horas y media del discurso de Putin a la Asamblea de la Federación de Rusia, hace unos días, sólo dedicó apenas media hora a la situación del conflicto con Occidente: el resto lo dedico a enunciar las inversiones del gobierno en medidas sociales fundamentalmente y, más concretamente, a destinar mayores recursos a las familias numerosas y a apoyar la natalidad. La medida estrella es igualar las prestaciones sociales en todas las regiones de la Federación de Rusia, lo que supone una mejora muy importante y ayudará a incrementar la natalidad, que es un punto débil de la sociedad rusa. La promoción de ayudas a la juventud también tuvo un espacio importante.
Rusia dispone de los recursos económicos necesarios para llevar a cabo estos proyectos, pero sobre todo tiene en sus dirigentes la voluntad de hacerlos realidad, y la reelección de Putin como presidente de la Federación de Rusia los garantiza porque hasta ahora no ha fallado.
Sin duda, hay muchas cosas todavía que los rusos demandan a Putin y que requerirán su atención, pero no son ciertamente las que a nuestros políticos occidentales les gustarían para Rusia. Me apuesto lo que quieran a que Putin gana estas elecciones.
Llámenme como quieran, que yo les contestaré con aquella frase que nuestro gran actor Fernando Fernán Gómez le contestó a un impertinente admirador que le perseguía hasta el cansancio, todo lo cual quedó grabado para la eternidad: “Váyase usted a la… Sí, a la…”.