Bannon, siempre Bannon

“Estamos en guerra, en una guerra política e ideológica” (Steve Bannon).

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Ver, pero sobre todo escuchar, a Steve Bannon ante un público completamente enfervorizado es uno de los mayores espectáculos a los que puede asistir un conservador. Bannon es un revolucionario de derechas y, por eso, se ha convertido en el peor enemigo de la izquierda internacional.

Hasta que llegó él, la derecha era una entelequia que sólo aspiraba a no equivocarse tanto como la izquierda y a gestionar la economía de manera no ruinosa. El pretendido moderantismo derechista no era otra cosa que un intento ridículo de hacerse perdonar su existencia por parte de la izquierda que, desde que acabó la Segunda Guerra Mundial, ha sido la ideología hegemónica. Su muestra más patética fue el “Conservadurismo Compasivo” de David Cameron que, como no podía ser de otro modo, dio alas temporalmente a Nigel Farage y arrastró a los británicos al Brexit.

No se ría el lector español, pues la supuesta derecha española, hasta que apareció Vox, peor que compasiva, fue vergonzante. Tanto miedo tuvo a que la llamasen conservadora que ni siquiera llegó a ser liberal.

La Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC, por sus siglas en inglés) celebrada este verano en Dallas (Texas, USA), contó con extraordinarios oradores como Sarah Palin, Nigel Farage, Viktor Orbán e incluso el mismo Donald Trump; pero, si tuviera que escoger sólo uno, sin duda, elegiría a Bannon.

El discurso de Orbán, ante todo, tuvo el valor de ser un modelo hecho realidad. Podría resumirse con una palabra: autoconfianza. Dijo que la clave del éxito húngaro es “decir y representar la verdad, aunque sea resistiendo los ataques de la mitad del mundo”. Según él, no se puede ganar sin entusiasmo, ni “halfheartedly” (con medias tintas).

No es sólo esto lo que representa Orbán. En mi opinión, es también constancia y tesón. Llegar al punto al que se encuentra su patria ha requerido tiempo: un primer gobierno en alianza con otro partido, el Foro Democrático de Hungría (MDF), entre 1998 y 2002, y, sobre todo, cuatro victorias electorales del suyo (Fidesz), en solitario, desde el año 2010. Por tanto, que nadie espere revertir la situación en la que se encuentran naciones tan corrompidas como España en menos de ocho o diez años. La lección que nos transmite Orbán, con su ejemplo (más que con sus palabras), es que el conservadurismo debe alcanzar el poder cuanto antes (empleando el discurso y los medios más eficaces); pues, sólo una vez conseguido, será posible empezar a introducir los cambios necesarios para evitar que todo se vaya a tomar viento definitivamente.

Esto último enlaza de alguna manera con el discurso de Bannon que empezó afirmando que “estamos en guerra, en una guerra política e ideológica”.

A su juicio, entre las elecciones a la Cámara de Representantes que se celebrarán el próximo 8 de noviembre y hasta las elecciones presidenciales de 2024, los estadounidenses acaso tengan “la última oportunidad de evitar la destrucción de su república”. Según Bannon, la nación ha sido tomada por las élites siguiendo el modelo chino, que consiste en “una mezcla de capitalismo de Estado y de Estado autoritario”. Gracias al dejar hacer de los republicanos del pasado, la administración del Estado norteamericano se ha convertido en una suerte de Leviatán, al que algunos se refieren como “deep state” (Estado profundo) o, como dice Trump, “the swamp” (la ciénaga), que hay que desmantelar “ladrillo a ladrillo”.

Me quedo con esta última frase “that must be taken apart brick by brick” (hay que desmontarlo ladrillo a ladrillo) como estrategia política del patriotismo para los próximos años, e incluso décadas. Por eso, como dije antes, urge alcanzar el poder lo antes posible (no sé si con demasiados remilgos), porque la guerra ideológica, en la que puede perecer la soberanía nacional —llevándose tras de sí sus sistemas de derechos y libertades democráticos—, no se ganará obteniendo simplemente la victoria en unas elecciones. Requerirá, como nos enseña Orbán, tesón y paciencia para desmontar, ladrillo a ladrillo, el edificio cultural perverso en el que nos quieren obligar a vivir.

Conviene volver a ver, una vez más, el documental dirigido por Errol Morris en 2018, titulado American Dharma, en el que entrevista largo y tendido a Steve Bannon. Hace cuatro años Bannon ya pronosticó la situación angustiosa a la que podemos llegar.

Están en juego dos concepciones del mundo: la globalista-estatalista-autoritaria y la patriótica y democrática

Y, aunque su discurso y su entrevista se refieren directamente a Estados Unidos, no hay que olvidar que Europa no es más que el perrillo faldero de la administración norteamericana, siempre que su presidente no sea Donald Trump. Volvemos a estar como en 2020, cuando Biden se enfrentó con Trump. Lo que está en juego son dos concepciones del mundo: la globalista-estatalista-autoritaria frente a la patriótica y democrática de cada nación.

La CPAC celebrada en Texas ha supuesto un giro estratégico para todos los conservadores. Hasta ahora, cada movimiento patriótico nacional, a diferencia del globalismo izquierdista, había actuado aisladamente y por su cuenta, lo cual es muy coherente con el carácter nacional de los conservadores. La nueva estrategia implica la vertebración de un movimiento internacional de derechas en el que los conservadores de cada una de las naciones puedan ayudarse mutuamente. En este movimiento mundial ya tiene un lugar indiscutible, al menos desde el punto de vista estratégico, Steve Bannon.

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