Putin, una visión del poder

Hubert Seipel es un veterano periodista alemán, con una particularidad: durante varios años ha acompañado a Vladimir Putin “como ningún otro periodista occidental”, señalaba el semanario alemán Der Spiegel. Su libro Putin. Una visión del poder es apasionante. He aquí algunos extractos.

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El aprendizaje del capitalismo

Para Vladimir Putin, el escudo antimisiles es un ejemplo de que Occidente no aprecia en su justa medida la forma en que Rusia ha superado pacíficamente la caída de la Unión Soviética. Putin se adapta rápidamente al negativo juicio histórico sobre el “socialismo real”, pero sigue considerando que la caída de la Unión Soviética fue negociada por sus dirigentes de forma poco profesional. Tampoco que la Unión Soviética, en diciembre de 1991, hubiera dejado de existir en menos de dos semanas, después de que los presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia anunciaran su final: algunos días más tarde, la bandera con la hoz y el martillo dejaba su lugar a la del águila de dos cabezas de la época zarista.

Cuando Putin era el encargado de la economía del ejecutivo de San Petersburgo, comprendió rápidamente que el capital, en la era de la mundialización, no se desplaza fácilmente más que en las regiones donde se siente cómodo y seguro. Rusia tenía una serie de ventajas: las tasas impositivas eran muy bajas, igual que los salarios, y las gentes rusas, a pesar de las miserables condiciones de vida, eran tranquilas. Sin embargo, Putin también vio muy claramente, durante esta rápida iniciación al capitalismo, que los millonarios debían pagar los impuestos en su país y respetar las acciones del Estado.

Pero no es solamente el sentimiento de haber sido objeto de abusos lo que enfada a Putin. La ausencia de respeto por los intereses vitales de Rusia es, para él, sobre todo cuando el país transmite signos de debilidad, especialmente hiriente. Putin me confiesa, durante horas de conversación, sin tomarse unos segundos de aliento, salvo para beber un poco de vodka, cómo la configuración estratégica de Europa ha sido modificada sin tener en cuenta las susceptibilidades de Rusia. Cuando el Pacto de Varsovia se vino abajo con la caída de la Unión Soviética, la OTAN aprovechó para desarrollarse con una locura expansiva… Polonia, Chequia, Hungría, los Países Bálticos, Rumanía, Eslovaquia y, finalmente, Croacia y Albania, “cuando se nos había prometido, con ocasión de la reunificación alemana, que no se procedería a ninguna extensión de la OTAN”.

De Lisboa a Vladivostok

El objetivo político de Vladimir Putin es crear un espacio económico de Vladivostok a Lisboa. A finales de noviembre de 2009, eligió el hotel Adlon de Berlín para exponer a los grandes empresarios alemanes su concepción de una zona económica común con la Unión europea. Una zona de librecambio sin derechos de aduana, una política industrial común y la supresión de visados, he aquí, brevemente lo que Putin propuso. Las dos partes podrían beneficiarse, también Rusia, por supuesto. “Porque Rusia, tras el desmembramiento de la Unión Soviética, no ha tenido acceso a sus principales mercados de exportación. Los problemas han surgido con los países de tránsito, que han intentado aprovechar su situación de monopolio para extraer ventajas unilaterales. Esta es una fuente de disputas”.

Putin insiste en un punto central de su pensamiento: “Es de primordial importancia que aprendamos a respetar nuestros recíprocos intereses estratégicos a través de actos y no sólo de palabras”.

Dos años más tarde, Putin seguía convencido de sus propuestas. A finales de 2013, en Sochi, me explicaba las razones de sus reflexiones estratégicas. “Un acercamiento con Europa no es, en principio, malo para nosotros. Tenemos los recursos naturales y Europa el saber técnico. Ambos sacaríamos provecho a largo plazo”.

Su objetivo ha sido siempre un acuerdo con la Unión Europea y Ucrania para modificar los estándares técnicos de Rusia y de países como Bielorrusia y Ucrania, de tal forma que se hagan compatibles con los de la Unión Europea y, por consiguiente, competitivos. Nivelar la economía ‒y responder, al mismo tiempo, a la política expansiva de Occidente‒ no es, para él, más que una cuestión de tiempo, de igualdad de oportunidades y de aumento de las inversiones. Esta es la razón por la que Putin se empeñó en entrar en la Organización Mundial del Comercio, que decide por medio de sus normas internacionales vinculantes lo que está autorizado y lo que no. Tras varios lustros de arduas negociaciones, Rusia pudo salvar los obstáculos y fue admitido como miembro desde 2012. La simplista reacción de la Unión Europea de rechazar las propuestas rusas antes siquiera de examinarlas, provocaron su enfado. “Nos han repetido durante años una sola cosa: no os debéis meter en los asuntos de Ucrania. Nosotros no intervenimos en vuestras relaciones con China y vosotros no debéis intervenir en nuestras relaciones con Canadá”.

Putin considera la tentativa de separar económicamente a Ucrania de Rusia como una maniobra política contra su país, y el punto de vista tecnocrático de Bruselas, para la que las relaciones de Rusia con Ucrania no tienen ninguna importancia, lo ve como una estrategia deliberada. Como hombre político, se espanta de que puedan tomarse iniciativas de tal importancia, con enormes consecuencias para el país vecino, sin hablar con él, sino actuando exclusivamente de forma burocrática. “No es difícil darse cuenta de que nuestras relaciones con Ucrania son diferentes de las que existen entre Bruselas y Canadá, pues éstas realmente no tienen ninguna complejidad”, lamentaba Putin lacónicamente.

© Éléments

 

 

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