Introducción (El Manifiesto)
Tras la inesperada victoria de Donald Trump, el sistema busca culpables. Sesudos analistas repiten que estamos en “la era de la postverdad”: la de los palurdos que se creen cualquier falacia (en vez de seguir la verdad revelada por los expertos); Eximios progreguays nos repiten que los votantes del magnate son racistas-sexistas-xenófobos-homófobos-machistas-ignorantes-paletos-etc-etc; los expertos en medios nos hablan de las “noticias falsas” (fakenews) y culpan a Facebook y a otras redes sociales (como si éstas no hubieran sido manipuladas desde el principio para destrozar a Trump); y los periodistas más perspicaces buscan malignas conspiraciones en la sombra: la “derecha alternativa” (alt right) parece ser la más venenosa de todas ellas.
Como suele suceder cuando abordan un fenómeno del que nada saben, los periódicos españoles se limitan a copiar (mal) la doctrina que les llega de los medios oficiales del otro lado del Atlántico. Como era previsible, la “alt right” es racista-homófoba-xenófoba--nazi-etc-etc.
Más allá de las deformaciones interesadas, la “alt right” es un fenómeno complejo y plural que para nada puede reducirse a una única corriente de pensamiento (y mucho menos a los elementos marginales que el establishment ya se encarga de publicitar). Como primicia para los lectores de El Manifiesto traducimos el que puede considerarse como primer análisis objetivo de la “alt right”: el publicado por Milo Yiannopoulos y Allum Bokhari el 29 de marzo 2016 en la web Breitbartnews.com. (An establishment conservative guide to the alt right). Un texto que ha sido destacado por la cadena de noticias Bloomberg como uno de los cuarenta artículos periodísticos más destacados del año 2016.
Milo Yiannopoulos, joven periodista y escritor británico, podría ser considerado como portavoz oficioso o “compañero de ruta” de la “alt right”. Especializado en una guerra de guerrillas contra la corrección política – no en vano se define a sí mismo como “fundamentalista de la libertad de expresión” y “trol profesional”– Yioannopoulos fue expulsado de Twitter en 2016 tras incendiar las redes con sus polémicas antifeministas, sus provocaciones contra las sacrosantas “minorías” y sus ataques contra el multiculturalismo, durante la (por él así bautizada) “gira del maricón peligroso”: un tour de conferencias a lo largo y ancho de los campus universitarios de Estados Unidos.
Por sus perfiles personales, los coautores de este texto –Milo Yiannopoulos (gay, judío, británico, griego) y Allum Bokhari (americano-pakistaní)– podrían ser dos perfectos portavoces de ese discurso de valores dominante que la “alt right” viene a deconstruir y demoler. Pero es en realidades como ésta –la inteligencia crítica y la independencia de pensamiento, por encima de sexo, raza, condición y origen– donde residirá la derrota final de la tiranía del pensamiento único, así como la victoria de todos aquellos que, frente al mundialismo y los poderes hegemónicos, consideran que otro mundo es posible.
Al buenismo progre le están creciendo los enanos.
EL MANIFIESTO DE LA DERECHA ALTERNATIVA
Milo Yiannopoulos y Allum Bokhari
Un fantasma recorre las cenas de sociedad, los eventos electorales y los laboratorios de pensamiento del establishment: el espectro de la “derecha alternativa” (alt right). Impulsada por jóvenes creativos y deseosos en incurrir en todas las herejías seculares, la “alt right” se ha convertido en el enemigo público número uno de los conservadores maricomplejines – un enemigo al que éstos odian incluso con más fuerza que a los demócratas y a los progres de salón.
La derecha alternativa – más comúnmente conocida como la “alt right” (alternative right) – es un fenómeno amorfo. Algunos –sobre todo los representantes del establishment– insisten en que ésta no es más que un vehículo para los peores desechos de la especie humana: para los antisemitas, para los supremacistas blancos y demás miembros de la escena “Stormfront”. Se equivocan.[1]
Desde sus orígenes como una oscura subcultura en la red, la “alt right” emergió a la arena política nacional en 2015. Aunque inicialmente era un grupo reducido en número, su energía juvenil, su retórica incordiante y su abierto desafío a todos los tabúes establecidos catapultaron a la “alt right” hasta unas dimensiones que es ya imposible ignorar.
Esto ha disparado todas las baterías de miedosos gritos de alerta, así como las llamadas a la caza de brujas tanto por parte de la izquierda como de la derecha. Los izquierdistas estigmatizan a la “alt right” como racista, mientras que la prensa conservadora – desesperada ante la posibilidad de que la izquierda les acuse de “intolerantes” – ha contribuído también a arrojar a esos jóvenes lectores y votantes al foso de los leones.
En esta línea, la National Review les atacaba como miembros resentidos de la clase trabajadora blanca y adoradores del Padre-Führer Donald Trump. Otros les motejaban de supremacistas blancos, mientras que algunos otros, si bien reconocían a regañadientes que el movimiento ha entendido perfectamente cómo funciona Internet, les acusaban de tener en su punto de mira a “negros, judíos, mujeres, latinos y musulmanes”.[2]
El inmenso volumen de análisis generados por la “alt right” es ya una prueba de su impacto cultural. Pero, hasta la fecha, nadie ha sido realmente capaz de explicar el poder de seducción y la capacidad de penetración de este movimiento, más allá de las desesperadas llamadas de advertencia y de las soflamas virtuosas dirigidas a educar a los lectores.
Parte del atractivo de la “alt right” reside en que es compulsivamente provocadora; más aún, es adicta a la provocación. La “alt right” es un movimiento nacido en los márgenes más subversivos, más underground y más juveniles de Internet. 4chan y 8chan son hubs de activismo “alt right”. Durante años los miembros de estos foros – tanto los políticos como los no políticos– se habían estado recreando en toda suerte de gamberradas provocadoras. Mucho antes de que la “alt right” naciera, los activistas de 4chan habían convertido el troleo de medios nacionales en la seña de identidad de la casa.[3]
Con este artículo nosotros, como defensores de los “desechos de la sociedad”, nos sentimos obligados a examinar de cerca a esta fuerza nueva que está alarmando a tantos. ¿Se trata realmente de una reedición de los skinheads de los años 1980? ¿O tal vez se trata de algo más sutil?
Con el propósito de esclarecer las cosas, hemos realizado un rastreo sistemático de los elusivos y muy frecuentemente anónimos miembros de la “alt right”, para tratar de ver qué es exactamente lo que quieren.
Los intelectuales
Muchas cosas separan a la “alt right” de los skinheads racistas de la vieja escuela (con quienes, de forma idiota, son frecuentemente comparados). Una cosa sobresale por encima de todas las demás: la inteligencia. Los skinheads son, mayoritariamente, matones con muy bajo nivel de información y muy bajo coeficiente de inteligencia, motivados por el odio tribal y el gusto por la violencia. La derecha alternativa es un grupo de gente bastante más espabilada –quizá por eso la izquierda los odia tanto–. Y no sólo eso, sino que son peligrosamente brillantes.
Los orígenes de la “alt right” pueden encontarse en pensadores tan diversos como Oswald Spengler, H.L. Mencken, Julius Evola, Sam Francis y el movimiento paleoconservador que cristalizó en torno a las campañas presidenciales de Pat Buchanan. La “Nueva derecha” francesa sirve también como fuente de inspiración para muchos líderes de la “alt right”.
El imperio mediático de la derecha alternativa de nuestros días se fraguó en torno a Richard Spencer durante su época como editor del Taki´s Magazine. En 2010, Spencer fundó el AlternativeRight.com, que se convertiría en un centro de pensamiento “alt right”.
Junto a otros grupos como el blog de Steve Sailer, VDARE y American Renaissance, AlternativeRight.com se convirtió así en el punto de llegada de toda una ecléctica mezcolanza de renegados que, de un modo u otro, tenían cuentas que ajustar con los consensos políticos establecidos. Todas estas páginas web han sido acusadas de racistas.
La así llamada “manosfera” – la némesis del feminismo de izquierda– se convirtió rápidamente en uno de los mas distinguidos cenáculos de la “alt right”. Jack Donovan, el autor masculinista gay y editor de artículos de género, fue uno de los más tempranos abogados para la incorporación de los principios masculinistas en la “alt right”. Su libro “El camino de los hombres” (The Way of Men) contiene jugosas reflexiones sobre la pérdida de virilidad que acompaña a las sociedades modernas y globalizadas:
“Es trágico pensar que el gran destino del hombre heroico sea convertirse en el homo oeconomicus, y que los hombres se verán reducidos a criaturas reptantes que se arrastran alrededor del globo compitiendo por dinero, malgastando sus noches en soñar con nuevas maneras de timarse los unos a los otros. Ése es el sendero en que ahora nos encontramos”
Mientras tanto, Steve Sailer contribuía a encender la llama del movimiento de la “biodiversidad humana”: un grupo de bloggers y de investigadores que se internaban sin miedo en el campo de minas del estudio científico de las diferencias raciales. Y ello en un tono bastante menos mesurado que el del antiguo editor de temas científicos del New York Times, Nicholas Wade.[4]
Los aislacionistas, los prorusos y los antiguos partidarios de Ron Paul – frustrados por el continuo dominio neocón del Partido Republicano– se vieron también atraídos por la “alt right”, en su postura (coincidente con la de la izquierda antibelicista) de rechazo a los compromisos militares exteriores.
Mientras tanto, en algún otro lugar de Internet otro grupo peligrosamente inteligente preparaba el asalto contra las religiones seculares del establishment: los neoreaccionarios, también conocidos como #NRx.
Los neoreaccionarios aparecieron casi por accidente, surgidos de debates en el seno de LessWrong.com, un blog comunitario creado en Silicon valley por el investigador en inteligencia artificial Eliezer Yudkowsky. El objetivo del blog era explorar las maneras en que las últimas investigaciones en ciencias cognitivas podrían ser aplicadas para superar los prejuicios y apriorismos humanos, incluidos los apriorismos en materia de ciencia política y de filosofía.
LessWrong animaba a sus miembros a pensar como máquinas, más que como seres humanos. Los participantes eran así impelidos a liberarse de las autocensuras, de las preocupaciones derivadas del estatus social, de los sentimientos de otras personas y de otros inhibidores del pensamiento racional. Como era de esperar, de esta atmósfera emergió un grupo de heréticos y despiadados pensadores, con un enfoque racional que se situaba en confrontación abierta con los sentimientos y la mentalidad predominante en el periodismo contemporáneo y en los escritores académicos.
Dirigido por el filósofo Nick land y por el científico informático Curtis Yarvin, este grupo acometió una alegre demolición de los viejos prejuicios del discurso político occidental. El liberalismo, la democracia y el igualitarismo fueron pasados por el microscopio de los neoreaccionarios, que los encontraron bastante insatisfactorios.
La democracia liberal – argumentan– no tiene un balance histórico mucho mejor que la monarquía, mientras que el igualitarismo estalla en pedazos ante cada nuevo fragmento de investigación en materia de inteligencia hereditaria. Exigir a la gente que se vean los unos a los otros, ante todo, como seres humanos individuales – y no como miembros de un subgrupo demográfico – supone ignorar todos los avances en materia de psicología tribal.
Aunque ciertamente los neoreaccionarios pueden ser acusados de dar un salto demasiado apresurado entre hechos y valores (la realidad de la psicología tribal no significa necesariamente que debamos reivindicarla o estimularla) se estaban produciendo los primeros disparos para una nueva ideología conservadora: la que muchos estaban esperando.
Los “conservadores naturales”
Los “conservadores naturales” pueden ser descritos en líneas generales como ese público para el cuál los intelectuales previamente descritos estaban trabajando. En su mayoría se trata de varones blancos americanos de clase media que, de forma radical y sin ningún tipo de complejos, priorizan los intereses de su propio grupo demográfico.
En sus posiciones políticas, los conservadores naturales se reducen a seguir sus instintos – los mismos instintos que motivan a todos los conservadores del planeta–. Estas motivaciones, concienzudamente investigadas por el aclamado psicólogo social Jonathan Haidt en su libro “The Righteous Mind” (2012), conforman un instinto agudamente sentido por una gran parte de la población: el instinto conservador.
El instinto conservador, tal y como lo describe Haidt, incluye una preferencia por la homogeneidad sobre la diversidad, por la estabilidad sobre el cambio, por la jerarquía y por el orden sobre el igualitarismo radical. La prevención instintiva frente a lo que nos es extraño y poco familiar es un instinto que todos compartimos – un mecanismo de salvaguarda que la evolución pone a nuestra disposición, frente a la curiosidad excesiva y potencialmente peligrosa. Lo que ocurre es que los conservadores naturales sienten ese instinto con mayor intensidad. De forma instintiva prefieren sociedades familiares, normas familiares, instituciones familiares.
Un republicano del establishment, desde su fe beata en las glorias del “libre mercado”, no tendría inconvenientes en derribar una catedral para reemplazarla por un centro comercial, si ello tiene sentido desde un punto de vista estrictamente económico. Éste es el tipo de actitudes que horrorizan a un conservador natural. Las políticas inmigratorias siguen un patrón similar: una afluencia de mano de obra barata de origen extranjero tiene todo el sentido del mundo, desde un punto de vista económico. Pero los conservadores naturales tienen otras prioridades: principalmente la conservación de su propia tribu y de su propia cultura.
Para los conservadores naturales, es la cultura –y no la eficiencia económica – el valor superior. Más específicamente, valoran sobre todo las expresiones culturales de su propia tribu. La sociedad pefecta, para ellos, no se indentifica con un PIB en perpetuo crecimiento, sino con la capacidad para producir sinfonías, basílicas y grandes maestros. La tendencia natural conservadora de la “alt right” valora todas esas apoteosis de la cultura occidental, las declara valiosas y merecedoras de ser preservadas y protegidas.
Es innecesario subrayar que esta preocupación de los conservadores naturales por el florecimiento de su propia cultura encuentra a un enemigo implacable en la izquierda regresiva, con sus intentos de destruir las estatuas de Cecil Rhodes y de la Reina Victoria en el Reino Unido, o de borrar el nombre de Woodrow Wilson de los muros de Princeton. Todos estos intentos de privar a la historia occidental de sus grandes figuras son particularmente repugnantes para la “alt right”, que más allá de la preservación de la cultura occidental siente además una profunda atracción por los héroes y por las virtudes heroicas.
Todos estos procesos siguen a una década en la que los izquierdistas de los campus intentaron eliminar a los “varones blancos muertos” de los curricula en historia y literatura occidentales. Ante ello, un conservador del establishment se limita a sentirse ligeramente incomodado– mientras zapea entre el debate del Estado de la Unión y las cadenas de negocios –, pero para un conservador natural este vandalismo constituye su máxima prioridad.
En toda justicia, a muchos conservadores del establishment todas estas actitudes no les gustan nada. Pero a juicio de la “alt right”, esos conservadores están tan preocupados por no ser llamados “racistas” que no se atreven a luchar seriamente contra ello. Y esa es la razón por la que no hacen nada. Ciertamente la irrupción de Donald Trump – la primera candidatura a la Presidencia con dimensiones culturales, desde Pat Buchanan – sugiere que hay un apetito de base popular por una mayor protección de los valores europeos occidentales y por el modo de vida americano.
Los “alt righters” han acuñado un término para describir a los conservadores del establishment que se preocupan más por el mercado libre que por preservar la cultura occidental, y que a través de la inmigración en masa no tienen inconveniente en poner a esa cultura en peligro (si eso sirve los intereses de los grandes negocios). La palabra es: cuckservatives (cornudoservadores).[5]
Detener o reducir de forma drástica la inmigración es una de las mayores prioridades para la “alt right”. Si bien a un nivel personal evita la intolerancia, el movimiento está muy alarmado ante la perspectiva de un vuelco demográfico causado por la inmigración.
La “alt right” carece de una visión utópica de la condición humana. Así como sus miembros están inclinados a priorizar los intereses de su tribu, reconocen también que otros grupos – los mejicanos, afro-americanos o musulmanes – estan dispuestos a hacer lo mismo. De la misma forma que las comunidades están formadas por pueblos diferentes, la cultura y la política de esas comunidades constituyen una expresión de los pueblos que las componen.
No es infrecuente encontrar cierta retórica apocalíptica en las comunidades on-line de la “alt right”. Eso responde a un sentimiento que muchos de ellos albergan de forma instintiva, y que les dice que, una vez que grandes grupos cultural y étnicamente diversos se asientan sobre un mismo territorio, inevitablemente acabarán a golpes. En resumen: dudan mucho que la “integración plena” sea algún día posible. Y si lo es, no lo será precisamente en el sentido “cumbayá”. Los muros en las fronteras son una opción más segura.[6]
Los intelectuales “alt right” no tienen inconvenientes en defender que la cultura es inseparable de la raza. La “alt right” cree que algún grado de separación entre los pueblos es necesario, si lo que queremos es preservar las culturas. Para los alt righters, una calle con una mezquita rodeada de casas con banderas de San Jorge no es ni una calle inglesa ni una calle musulmana. La separación es necesaria para preservar la distinción.
Pero algunos “alt righters” proponen un argumento más sutil: cuando varios grupos diferentes se ven reunidos, la cultura común resultante se establece al mínimo denominador común. En vez de mezquitas y de casas inglesas, el resultado es ateísmo y estuco. Irónicamente, ésta es una posición que tiene bastante que ver con lo que los radicales de izquierdas denuncian como “apropiación cultural”; una similaridad abiertamente reconocida por la “alt right”.
Podría decirse que los conservadores naturales llevan décadas sin contar con una auténtica representación política. Desde los 1980s, los republicanos del establishment están obsesionados con la economía y con la política exterior, defendiendo fieramente el consenso reagano-tatcheriano en casa y el intervencionismo neoconservador en el exterior. Pero en los asuntos de cultura y de moralidad – los asuntos que verdaderamente preocupan a los natural-conservadores – han cedido todo el terreno a la izquierda, que ahora controla la academia, la industria del ocio y la prensa.
Sin embargo, para todos aquellos que coinciden con el difunto Andrew Breitbart en que la política es una derivada de la cultura, es verdaderamente desconsolador el número de escritores, de candidatos políticos y de personalidades de los medios que realmente piensan que la cultura es el más importante campo de batalla (aunque Milo está haciendo lo que puede).[7]
Todos los “liberales naturales” que instintivamente disfrutan con la diversidad y están encantados con los cambios sociales radicales – siempre que lo sean en dirección igualitaria– hoy se encuentran representados a ambos lados del establishment. Los conservadores naturales, sin embargo, se han visto progresivamente abandonados por los republicanos y por los otros partidos conservadores en el país. Habiendo perdido la fe en sus antiguos representantes, ahora vuelven sus cabezas hacia algo nuevo: hacia Donald Trump y la derecha alternativa.
Sin duda pueden oponerse objeciones de principio a las preocupaciones tribales de la “alt right”, pero los conservadores del establishment han preferido no formularlas. En vez de ello han optado por recurrir al insulto, en una especie de reacción llena de pánico. En la National Review el escritor Kevin Williamson – en un reciente artículo en el que atacaba al tipo de votantes que apoya a Trump– afirmaba que las comunidades blancas de clase trabajadora “merecen morir”.
Aunque la “alt right” está formada en su mayor parte por universitarios, simpatiza con los blancos de clase trabajadora y (según las impresiones extraídas de nuestras entrevistas) alberga hacia ellos un sentido de noblesse oblige. El National Review ha sido tan directamente agresivo con la “alt right” como con todos los americanos blancos en general.
Como respuesta a las preocupaciones de los votantes blancos ante las perspectivas de su extinción demográfica, la respuesta del establishment – del establishment conservador – ha sido la de dar la bienvenida a dicha extinción. Es muy cierto que Donald Trump nunca habría sido posible sin la izquierda progre y sus políticas de intimidación opresiva, pero son todos los medios, en su conjunto, los auténticos responsables del clima en el que este nuevo movimiento ha visto la luz.
Durante décadas, las preocupaciones de todos aquellos que se sienten identificados con la cultura occidental han sido despreciadas como racistas. La “alt right” es el resultado inevitable. No importa cuán tontas, cuán irracionales, cuán tribales o incluso cuán odiosas sean para el establishment las preocupaciones formuladas por la “alt right”. Lo cierto es que no pueden ser ignoradas, porque no van a desaparecer. Como nos recordaba Haidt, esas políticas son los resultados de inclinaciones naturales.
En otras palabras: la izquierda puede seguir depurando el lenguaje y puede seguir demonizando a la “alt right” para obligarla a desaparecer. Durante los últimos veinte años esa ha sido la única respuesta progresista ante todos los disidentes. Por su parte la derecha tampoco puede esnobearlos para disociarse de ellos, en la esperanza de que se esfumen.
La derecha alternativa ha llegado para quedarse.
[1] La “Stormfront White Nationalist Community” es una organización supremacista blanca que aglutina al movimiento skin y elementos de ideología neonazi. Para muchos “alt righters”, se trata en realidad de una organización infiltrada por el establishment, para ejecutar un papel de “oposición controlada”.
[2] La National Review es una revista política bimensual fundada en Nueva York en 1955, que oficia como portavoz del pensamiento conservador mainstrem (lo que en España conocemos como “centro-derecha”). Durante los últimos años la NR ha estado fuertemente asociada a Think Tanks “neocon” como American Enterprise Institute y American Heritage.
[3] 4chan: (japonés: Yotsuba, lit. canal «cuatro hojas») es un tablón de imágenes en inglés lanzado el 1 de octubre 2003. Originalmente sus foros son usados para publicar imágenes y discutir sobre manga y anime. Sus usuarios generalmente publican de forma anónima y el sitio ha sido ligado a las subculturas y activismo en Internet. 8chan (también llamado Infinitechan) es un website americano de imágenes, formado por paneles compuestos por usuarios y moderados por cada respectivo creador. Algunos de sus sitios han jugado un papel destacado en la llamada “Gamergate Controversy”. Se trata también del lugar favorito para el activismo “alt right”. En 2014 el sitio llegó a recibir una media de 35.000 visitantes por día y 400.000 posts por semana (Fuente: Wikipedia).
[4] Nicholas Wade, que era un respetable divulgador científico del New York Times, publicó en 2014 el libro “Una herencia incómoda” (A Troublesome Inheritance: Genes, Race and Human History) en el que defiende que la evolución humana ha sido “reciente, copiosa y regional”, y que los genes podrían haber influenciado toda una variedad de comportamientos que se reflejan en las diferentes sociedades humanas”. A causa de su libro, Wade fue sometido a una caza de brujas y condenado por sus ideas “perniciosas” y “racistas”.
[5] En inglés, “cuckservative” es la unión de las palabras “cuckold” (cornudo) y “conservatives”. La palabra “cuckold” designa la práctica sexual de hombres que se excitan mirando a su esposa o a su pareja mientras son penetradas por otro hombre. El “cuckservative” sería así el conservador del establishment que asiste al espectáculo de su esposa –o de su cultura– siendo penetrada por un extraño (que en el porno “cuckold” es casi siempre un negro).
[6] Cumbayá es una canción que tiene su origen en los Gullah, una tribu africana que estaba siendo esclavizada en las Islas del Mar, cerca de la costa de Carolina y Georgia del Sur. La traducción viene a ser algo así como "ven acá". Originalmente fue una canción de soul de gran popularidad entre los progres guitarreros de los sesenta y setenta, al asociarse a las luchas civiles y a las utopías multiculturales (tipo Imagine, de John Lennon).
[7] Andrew James Breitbart (1969-2012) fue un publicista conservador norteamericano y judío, comentarista del Washington Times, periodista de radio y televisión, uno de los creadores de The Huffington Post, y posteriormente conectado al movimiento conservador Tea Party. En 2007 creó el sitio Breitbart News, con el objetivo de fundar un sitio «que sería abiertamente pro-libertad y pro-Israel». En 2016 su director ejecutivo, Stephen Bannon, declaró el sitio como “plataforma para la derecha alternativa”. El New York Times describió a Breitbart News como una «curiosidad de la franja derecha», con «periodistas guiados ideológicamente», una fuente de controversia «sobre material que ha sido llamado misógino, xenófobo y racista», y que se ha convertido en una «potente voz» de la campaña presidencial de Donald Trump. (Fuente: Wikipedia).
Los memes, el troleo y un peculiar sentido del humor son señas de identidad de la “alt right”. Animamos este artículo con el video “Trump, Twilight of the Thunder God”, con música del grupo sueco “Sabaton”.