Consejos para no ser considerado rusófilo

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A continuación, unos humildes consejos para no ser considerado rusófilo. Para empezar, no diga «intervención», como si Ucrania fuera Irak o Afganistán, ahora sufren seres humanos a las puertas de Europa, que duelen más; ni diga «guerra», diga «invasión», pero de Putin, no de Rusiauna invasión de Putin, del «tirano», del «sátrapa», del «asesino», ¡del «genocida»! Ése es un buen punto de partida: una invasión genocida del tirano, pero tampoco acertará si se limita a mencionar Ucrania. Es contra Europa, es contra «todo lo que somos» (lo que entre todos nos dimos). Es un ataque contra el «orden liberal».

Como Putin es irracional, Rusia no tiene razones. No trate de entrar en detalles. No busque comprender. No justifique lo injustificable. No será necesario que repita el argumentario ruso de la «desnazificación». Para ser sospechoso de rusólifo le bastará con recordar que la OTAN no ha dejado de ampliarse hacia el Este desde que el Muro cayó. No se pare en argumentos históricos, por secundarios que sean, ni en la existencia de espacios de influencia o esferas imperiales, conceptos ya todos sospechosos de raíz.

Pregúntese, por el contrario, qué haría Winston Churchill. ¿Acaso quiere estar usted con los otros? No se sitúe en el lado equivocado de la historia (se lo habrán dicho) y para no colaborar con Putin, para no intoxicar, lo primero será que deje de recibir informaciones de Russia Today. Desintonícelo (si es que sabe dónde está), y si no, cancele la suscripción con su operadora si no lo hace antes la Comisión Europea. Limítese a recibir lo que silenciosamente propagan los think tanks (los tanques de pienso), inodoros, incoloros, mas no insípidos.

Haga muestras públicas de adhesión con Ucrania en su estado de Whatsapp, y vaya más allá: exija de este gobierno y de todos los gobiernos más firmeza, más madera.

Si hace estas cosas nadie, creo yo, podrá tomarle por rusófilo, sinónimo ahora de ‘putinista’, algo peor que ser comunista o fascista, peor que las dos cosas juntas, una oscura depravación dostoievskiana contra los besos, las flores, las felaciones y, como diría González Pons, los pajarillos que hacen pío, pío.

© ABC

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