Trump ha arrasado en estas elecciones que se pueden considerar como el suceso más importante desde la caída del muro de Berlín por la trascendencia que se supone va a tener el resultado en la geopolítica mundial.
Las elecciones no habrán contado con la presencia de observadores parlamentarios u “ONGs independientes” enviados por organismos supranacionales de acreditada integridad, como sucede cuando hay elecciones en países sospechosos de ser díscolos respecto a las políticas globalistas o claramente enfrentados a las mismas, pues por algo EE. UU. es la quintaesencia de la democracia y nadie se atrevería a cuestionar su sistema electoral y mucho menos el proceso en sí. Nada que ver con las elecciones en Rusia o recientemente en Georgia, donde, a tenor de lo que sostienen los medios y dirigentes occidentales, sí que hay fraude y se impide el libre ejercicio de los derechos cívicos.
Que en algunos estados “useños”, como le gusta denominar a Estados Unidos al buen amigo Pío Moa, no se requiera ningún documento de identidad a la hora de acudir a las urnas, o que se vote por correspondencia días antes de las elecciones sin que nadie controle esas papeletas, o que se vote electrónicamente en más de 30 estados con sistemas de dudosa fiabilidad y en algunos casos de probada manipulación, no es motivo para cuestionar el sistema electoral norteamericano. Aun así, resulta claro por los resultados electorales, que ha debido de haber alguna manipulación porque, curiosamente, en muchos de los estados donde no se solicitaba una identificación del elector han ganado los demócratas. Ahí lo dejo.
En cualquier caso, los gobernantes occidentales se han apresurado a felicitar a Trump por su elección, pero no por sus resultados, porque presienten que el modelo de sociedad que quieren imponer empieza a desmoronarse con la llegada de Trump a la Casa Blanca.
Trump ha sido elegido para un periodo de cuatro años sin posibilidad de renovar su mandato ya que, según la legislación, un presidente no puede ir más allá de dos mandatos, aunque en su momento F.D. Roosevelt accedió a un tercero, pero las circunstancias eran otras y es poco probable que ello ocurra, aunque nunca se sabe a la vista de los cambios tan radicales a los que estamos asistiendo en los últimos tiempos. De lo que no cabe duda es que, desde este momento, Trump se ha convertido en un Kennedy, como recientemente ha dicho el expresidente ruso Medvedev, dado el altísimo riesgo que tiene de sufrir un nuevo atentado que esta vez sí acabe con su vida.
En este caso, la temporalidad va a ser un factor muy determinante, ya que va a disponer en realidad de muy poco tiempo para llevar a cabo las acciones políticas enunciadas durante la campaña electoral. Entre su toma de posesión que se producirá el 20 de enero del año que viene y la campaña electoral para elegir a su sucesor en noviembre de 2028, apenas tendrá tiempo para afrontar los cambios que necesitan los EE. UU para recobrar el rumbo de mejoría que requiere la economía interna y restablecer los valores éticos dilapidados por el progresismo woke en la última década. Aun así, Trump pasará con gloria a la Historia porque su elección marcará un antes y un después, les pese a quienes les pese. Tal vez le otorguen el premio Nobel de la paz, en este caso merecido.
Trump parece que ha aprendido la lección de su anterior mandato, en el que durante la mitad de éste tuvo que enfrentarse a las fuerzas internas, el llamado estado profundo, o casi mejor dicho charca nauseabunda, que hicieron todo lo posible para que fracasara en su gestión. Sin lugar a dudas, lo primero que debería hacer es entrar a saco y hacer lo que en su día hicieron sus homólogos Putin o Xi Jinping, es decir, apartar a los oligarcas, aunque en Occidente se les llame millonarios, de los asuntos políticos del país. Incluso iría más allá: debería desmantelar instituciones tan arraigadas como la CIA o el FBI, que ostentan en la oscuridad un poder inaudito. Previamente, eso sí, debería rodearse de una guardia pretoriana leal que proteja su vida porque irán a por él.
Trump es en el fondo un nacionalista, y por lo tanto su prioridad va a ser resolver los asuntos internos fundamentalmente económicos, porque es un hombre de negocios y para ello empleará todos los mecanismos necesarios, en muchos casos en detrimento de los intereses de terceros países, entre los que nos encontramos los europeos. Ya lo dijo en su día De Gaulle: las naciones no tienen amigos, tienen intereses. Si para relanzar la economía americana tiene que imponer aranceles, levantar o imponer sanciones allí donde sea necesario, lo hará sin que le tiemble el pulso. Su lema de campaña ha sido muy claro “America first”. En lo económico su obsesión es contener a China, algo que no le va a resultar nada fácil por lo interrelacionadas que están las relaciones empresariales. En lo que nos toca a los europeos, vamos a salir escaldados, porque además de que ya controlan nuestras necesidades energéticas, la presión en los intercambios comerciales también va a aumentar lo suyo, lo cual va, a su vez, a provocar una deslocalización de nuestro tejido productivo, así como mayores dificultades en nuestras relaciones comerciales. Para ejemplo Alemania, el motor de Europa.
El aspecto positivo y esperanzador para nosotros, es que mientras EE. UU. se dedique a sus asuntos internos, disminuirá la presión ,y si tuviéramos unos lideres políticos en condiciones, ésta sería una oportunidad de oro para recuperar nuestra integridad como naciones. Pero mucho me temo que, salvo un cambio radical promovido por un hartazgo social debido a la pauperización de nuestra economía, estamos lejos de alcanzarlo.
EE. UU. siguen siendo una potencia mundial, pero han dejado de ser la primera, y llevan una derrota muy comprometida frente a la emergencia de un mundo multipolar, como se ha podido comprobar en la pasada cumbre de los BRIC´S + en Kazán, de la que poco o nada se ha dicho en los medios occidentales. En el ámbito internacional, el mundo ha cambiado y ni Rusia ni China, sus principales rivales cuando no enemigos, son lo que eran en 2016: ni entonces asomaban países que reivindicaran un protagonismo en el nuevo orden mundial que se está gestando y que nada tiene que ver con el puesto en marcha 1913 con el presidente W. Wilson.
La multipolaridad es una realidad, y el mundo emergente busca modernizarse sin occidentalizarse, y quiere recuperar principios simples en sus relaciones con los demás, en cierto modo volver a un Tratado de Westfalia buscando el equilibrio entre países sin que se imponga la voluntad de unos cuantos frente a todos los demás y se respete su soberanía. Los países emergentes son conscientes de la pérdida de la fortaleza de Occidente y están decididos a hacer valer sus intenciones de desarrollarse libremente sin imposiciones exteriores y con sus propios valores. Los BRIC´S+ son la prueba de esa voluntad de crecer sin cadenas. Los BRIC´S + es un grupo que preconiza la igualdad de los países, sus soberanías y el respeto mutuo.
El otro aspecto positivo de la elección de Trump, es que su política social interna va a frenar la línea progresista que impera en Occidente y puede ayudar a desarrollar políticas que contemplen los verdaderos intereses que importan a sus ciudadanos, control de la emigración, seguridad, optimización de los recursos, empleo y atención social a los verdaderamente necesitados. Tal vez consigamos recuperar la libertad de poder expresar nuestras opiniones libremente sin vernos subyugados por lo políticamente correcto. Pero todo son buenos deseos.
La paz en Ucrania
La victoria de Trump es indudablemente una buena noticia para todos los que deseamos el final de los conflictos bélicos en Ucrania y en Palestina, porque se ha comprometido firmemente a lograrlo, aunque personalmente pienso que no será tan fácil conseguirlo y mucho menos en los plazos anunciados. La consecución de una paz en el conflicto de Ucrania va a llevar su tiempo porque son muchos los factores que intervienen en ello. A nadie se le escapa a estas alturas que no estamos en presencia de un conflicto regional, sino de algo más trascendental y que la elección de Trump supone el fin del mundialismo.
El conflicto de Ucrania ha estado alimentado tanto en lo económico como en lo político por el gobierno de Biden, a través de la OTAN de la que formamos parte los europeos, y la voluntad de llegar a un acuerdo no es suficiente y hay que tomar decisiones a veces de enorme trascendencia que no resultan del agrado de todos. La paz favorece los negocios y eso lo saben bien los chinos, y Trump es un hombre del mundo de los negocios. La ventaja con él es que detrás no hay ideología alguna, como tampoco la hay detrás de Puti. A Trump le interesa poner fin a todo aquello que perjudique a la economía del país y al dólar, y en este caso la ayuda económica a Ucrania le afecta directamente.
A primera vista parece sencillo acabar con el conflicto. Si Trump corta el apoyo económico y militar al régimen ucraniano, se acabó todo. Muerto el perro se acabó la rabia. Algo parecido ha dicho en varias ocasiones Putin, pero eso es sin contar con la esquizofrenia de Occidente por intentar aislar a Rusia a toda costa, inconsciente de que ha dejado de ser una civilización europea, siendo sustituida por el americanismo prepotente y depredador. La OTAN es su instrumento hoy por hoy, animada en su interior por países insignificantes que tienen unos lideres políticos que mantienen un odio visceral a Rusia, pero que nos perjudican a todos los europeos. Algo que podría hacer Trump sería acabar con la OTAN aunque si no lo hace, su descomposición será inevitable en poco tiempo.
No se han percatado todavía de que Rusia no es el enemigo de Occidente, Occidente es su propio enemigo. Sus propias contradicciones, sus falsedades, sus diferentes varas de medir, la corrupción de sus instituciones, la degradación de sus valores, la incompetencia de sus lideres son los elementos constitutivos de su declive. Europa cedió sin resistencia ante el empuje americanista y hoy es su vasallo.
El americanismo, suma del puritanismo protestante, ha querido imponer sus valores que han resultado ser engañosos y depravados allí donde ha extendido su protectorado, y los europeos en la misma línea de seguidismo se han comportado de igual forma con sus antiguas colonias provocando sentimientos de repulsión en todas ellas. El globalismo, capitaneado por los useños ha perdido la batalla frente a la voluntad de los países emergentes que desean desarrollarse con sus propios sistemas de valores y tratarse de igual a igual, pero este no es todavía el caso en nuestro continente.