¿Hacia dónde nos llevan?

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Hace unos días leía en un medio virtual un artículo que me dejó perplejo por su ingenuidad. Se refería a la no tan actual —si analizamos en el tiempo sus causas profundas— crisis que padecemos en todos los aspectos, pero cuyos resultados son mucho más aparentes en lo económico.

Decía este buen señor (todos mis respetos hacia él) que el capitalismo-liberalismo-neoliberalismo se encontraba en la actualidad —sin quererlo— en un callejón sin salida y se regocijaba de ello, poniendo sus esperanzas en un posible colapso del sistema; ¡¡ni mucho menos!! por desgracia, debo añadir.
Si partimos de la base de que en la actualidad el mundo es dirigido por las grandes empresas del planeta (corporaciones bancarias, multinacionales de todo tipo y centros de inversiones principalmente) nos percatamos de que son tan sólo unas pocas personas —por llamarlas de alguna manera reconocible— las que trazan las directrices de lo que ha de acontecer. Si estuviésemos hablando de miles de personas, ponerse de acuerdo entre ellas sería tarea harto compleja. Pero realmente, estamos hablando de un grupo muy reducido que algunos medios cifran en unos cien; son los fundamentales. A su alrededor pululan políticos, empresarios de menor categoría, abogados, periodistas, jueces, miembros de las casas reales y un largo etcétera en los diferentes países. A escala mundial, a ésta pléyade se suman los organismos supranacionales, que son quienes realmente ejecutan —por su acción o inacción— sus directrices. A cambio, estos personajillos reciben honores y prebendas de las que jamás disfrutaremos ni usted ni yo. A mí personalmente me resbala, no sé a usted.
Y es aquí donde a mi juicio, entramos en el meollo de la cuestión.
Siempre refiriéndome a la inmensa mayoría que representan las clases medias en cualquier país del hemisferio norte, la crisis hace que los ingresos bajen, los precios suban y el consumo caiga. Compramos menos de todo, el Estado ingresa menos impuestos y por lo tanto invierte menos. Para las grandes corporaciones, los ingresos es obvio que también bajan y mucho; pero por otro lado, esos mercados e inversores sacan buena tajada con sus préstamos a corporaciones y Estados (prestando —eso sí— un dinero que no existe, aunque esta es otra historia….).
Unos ganan y otros pierden, pero como al fin y al cabo son los mismos, la balanza se equilibra. Aun así, podrían ganar mucho más.
A estas alturas, cabría preguntarse si estos magos de la economía se equivocan, pues lo suyo es ganar ingentes cantidades de dinero. ¿O quizás no? Si no hubiese crisis (provocada por ellos mismos), todos consumiríamos más y sus beneficios se multiplicarían, dado el consumismo que nos consume y que acabará consumiéndonos. De ahí el plantearse hacia dónde nos llevan, porque lo que está claro es que nos quieren llevar a algún sitio o situación.
Si rastreamos la historia, sobre todo a partir del estallido de la Revolución francesa y de su ensayo anterior en la americana, vemos cómo tenemos una serie de grupos de poder que han estado ahí casi siempre; induciendo, promocionando, instigando desde el anonimato todo aquello que ha sido favorable —de manera directa o indirecta— a sus intereses. Es un plan a largo plazo, urdido desde la sombra, en el que nos han inculcado muchas ideas de aparente progreso, pero quizás la más nociva de todas sea la desacralización del individuo, quien ya no sabe a qué atenerse —parafraseando a Eliade— ni en lo sagrado ni en lo profano. Si mezclamos “1984”, “Un mundo feliz”, “Fahrenheit 451” y alguna otra obra que ahora se me escapa, éste es el lugar al que nos conducen.
Los Estados y sus políticos elegidos democráticamente son incapaces de sacarnos de este atolladero en el que nos encontramos. Así han inventado la solución mágica para resolver la situación: “Unámonos, pues, y estemos bajo la supervisión de organismos supraestatales dirigidos por los que de verdad sí saben de economía; perderemos nuestra soberanía como Estado, nuestra identidad como pueblo, la cultura que nos es propia, nuestros derechos como ciudadanos, pero estaremos todos unidos en un hermoso futuro igualitario de amor, paz y concordia.
La unión mundial es algo —creo— muy remoto aún. Pero la unidad, primero de Europa (ya habla de la económica nuestro Mariano, y por eso se empieza…) y después de los países desarrollados, no está tan lejos. Y entonces los mismos que la provocaron conseguirán su objetivo, que no es otro que dominarnos. ¿Para qué? Eso excede los límites de este artículo. Así, el futuro se nos presenta como en esas películas de ciencia-no-tan-de-ficción en las cuales una gran corporación dirige el mundo (o lo que queda de él) con una pequeña élite —no de valores sino de poder por el dinero (esto es el capitalismo)— a todo el resto, pobre canalla sin futuro, sin derechos ni aspiraciones de ningún tipo.
¿Conspiranoico? Si todavía creemos que el Maine explotó por culpa de España, que las fosas de Katyn son obra de la Wehrmacht y que al Qaeda ideó, desarrolló y ejecutó el 11 de Septiembre, pues sí, soy un conspiranoico. Pero estos hechos históricos —tomados al azar entre otros muchos— nos demuestran que la historia no es como nos la quieren enseñar. O como quieren que la veamos. Los datos que manejamos nos llevan a estas conclusiones. El futuro es ciertamente negro, catastrófico y temible. Las posibles revueltas sociales que se puedan producir no harán sino acelerar el plan preestablecido. Además, no hay líderes natos que puedan encabezar esas revueltas, consecuencia de las ideas de individualidad, rechazo a la autoridad, heroicidad; o más bien, al liderazgo (eso es “fascista”) que nos vienen inculcando desde hace ya mucho tiempo.
Pero como dijeron Nietzsche y Conan el Bárbaro, “aquello que no me destruye, me fortalece”.
¿Qué hacer? Como dijo Evola: “cabalgar el tigre”.

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