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El "cabeza rapada" islámico

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EL pensamiento políticamente correcto se basa en el principio de que nunca se equivoca —por eso es correcto—, y si eventualmente pudiese errar por defecto de apreciación aplica de inmediato el primer precepto. Ventajismo se llama la figura palmaria que ha quedado en evidencia a propósito del asesino de niños de Toulouse. Identificado a priori y sin asomo de duda como un neonazi antisemita —pleonasmo porque, según el discurso dominante, no hay antisemitismo de extrema izquierda—, el hipermalvado terrorista sirvió en seguida de paradigma argumental para cuestionar la restrictiva política inmigratoria de Sarkozy y atribuirle la responsabilidad intelectual genérica de un crimen que su autor habría cometido con el cerebro exaltado por la soflamas xenófobas de la derecha. Pero he aquí que, oh sorpresa, el verdugo resultó ser un talibán, un yihadista de manual, un arquetípico miembro de Al Qaeda. Ante tan clamoroso patinazo en el diagnóstico, el pensamiento políticamente correcto ha cambiado a toda velocidad de criterio para no quedar a contrapié: ya no se trata de un problema colectivo como el del crecimiento de la violencia racial, sino de un caso aislado de radicalismo ante cuya solitaria premisa no cabe generalizar conclusiones.

Es el problema de encajar a martillazos la realidad en la horma previa de los prejuicios políticos y las etiquetas ideológicas. Ahora toca despenalizar al islamismo con apelaciones ecuménicas para que no sufra la ira de un pueblo conmocionado por la tragedia. Los mismos que criminalizaban indirectamente a los adversarios electorales por una supuesta exaltación de los ánimos racistas intentan ahora que nadie se aproveche de la evidencia de que el verdadero peligro terrorista proviene de ese fanatismo musulmán capaz de declarar la guerra santa en una escuela. Cuando creían hallarse ante un frío cabeza rapada, un trasunto de aquel siniestro Brevik noruego, extendían las responsabilidades colectivas hasta un inquietante panorama de crecida ultra estimulada desde la retórica conservadora. Desairados por la terca certidumbre de los hechos, los arúspices de la hipercorrección intentan delimitar la culpa entre los diques de un simple extremista descerebrado. No lo habrían necesitado si desde un principio hubiesen aceptado que la xenofobia responde a un odio transversal a lo distinto, ramificado en la malformación psicopática de radicalismos varios.
 
Por fortuna, la Policía gala no se ha enredado en debates sobre las indescifrables ecuaciones mentales del atrincherado criminal y ha zanjado el asunto como correspondía: metiéndole un balazo en su recalentada cabeza. Las reflexiones para los editorialistas, como decía cierto personaje de Graham Greene. Está por ver que, fracasado el juicio de intenciones, el infalible dogmatismo no traslade la discusión a la proporcionalidad de los términos del tiroteo.

© ABC

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