Entra en los ordenadores, descifra claves y abre correos

"Carnivore": el virus informático lanzado por el FBI

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Cuando George Orwell profetizó en 1984 el advenimiento de la sociedad totalitaria, nunca pudo imaginar que ésta aparecería en el seno de sistemas democráticos fundados en el constitucionalismo presuntamente defensor de las libertades. El Gran Hermano era una mezcla hitleriano-estalinista de poblado mostacho y torva mirada, fruto del liberticidio y la fantasía utópica aplicada a la realidad, no de la división de poderes y del Estado de derecho.

El escritor británico fue un “luchador por la libertad”, o al menos eso creía cuando combatió con el POUM a favor de la República, pero también un ingenuo. La policía, los servicios secretos y la razón de Estado no se los inventaron los totalitarismos; simplemente, elevaron aquéllos a la categoría de gobernantes y convirtieron ésta en recurso normal para justificar todo tipo de arbitrariedades. Por desgracia, espías y desalmados esbirros del poder siempre existieron en las democracias, pero se suponía que estaban sometidos teóricamente al imperio de la ley, cosa que no siempre ocurre, produciéndose comportamientos absolutamente aberrantes.
 
El fabuloso desarrollo de las tecnologías informáticas es, qué duda cabe, un avance, pero todo apunta a que vamos a estar más controlados que nunca. En verdad, ya lo estamos. Nada menos que el FBI se afanaba hace unos años en crear un virus informático con el objetivo de hacerse con la información y las claves de los ordenadores, y parece que lo ha logrado con el sistema Carnivore, cuya capacidad para interceptar el correo electrónico y la navegación en la Red es compartida, al parecer, por el polémico Sitel. Uno se echa a temblar al imaginar que un extraño pueda controlar nuestro correo electrónico, robarnos escritos y escudriñar parte de nuestra intimidad. Eso es tan grave como el allanamiento de morada y la patada en la puerta que cierta mula metamorfoseada en ministro del Interior quería propinar bajo los dinteles de los hogares españoles.
 
No nos engañemos: el Gran Hermano nos vigila y quiere hacernos la vida imposible. Esto no es paranoia, que, por cierto, es la enfermedad característica de quienes tienen el poder político; poco importa a la hora de emitir el diagnóstico que lo detenten o lo ejerzan legítimamente. Sé que puede sonar ingenuo y que los políticos se reirán mucho –al fin y al cabo, siempre se ríen de nosotros–, pero en las democracias no deberían existir monstruos tan repulsivos como la CIA, el FBI, el Mossad o el Centro Nacional de Inteligencia, antiguo Cesid. El espía siempre será un individuo deleznable cuyos estigmas son la traición y el desprecio por la vida privada, ese ámbito sagrado para cualquier hombre decente.
 
Lo curioso es que el citado virus, que se encuadra en la categoría de los denominados troyanos, tenga su origen en el que muchos llaman retóricamente “el país de las libertades”; pero la patria de las libertades es Europa, madre de América, aunque Oriana Fallaci prefiriera obviarlo.
 
En fin, no nos van a dejar ni usar el ordenador. O sea, que el Tío Sam va a obligarnos a utilizar de nuevo la máquina de escribir. Mejor así: las Underwood Girls cantadas por Pedro Salinas –“las treinta redondas blancas / ese, zeda, jota, i…”– siempre fueron más inaccesibles, mucho más discretas.

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