Cubazuela: una invención del realismo mágico caribeño

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La senectud es, por definición, el período de la vida humana que sigue a la madurez, mientras que la senilidad es la degeneración progresiva de las facultades físicas y psíquicas debido a una alteración de los tejidos. La pregunta en relación con Fidel Castro surge inevitable: ¿En cual de estas etapas se encuentra el octogenario rebasado líder de la Revolución Cubana?

Como el tiempo no perdona la acumulación de años llega a producir efectos, en algunos casos demoledores, que se manifiestan en el aspecto físico y en las actuaciones. Se atribuye a Camus la afirmación de que después de los cuarenta años cada uno es culpable de su rostro. A un fisonomista correspondería descifrar lo que la gestualidad de Fidel Castro denota. Pero no es esto lo que interesa descifrar a través de una apariencia sino desentrañar si las últimas declaraciones al The Atlantic Monthly corresponden a un acto de madurez o si reflejan una discordancia entre su pensamiento y el lenguaje utilizado para expresarlo.
 
Señalar que «el modelo cubano no nos sirve ni a nosotros», si se interpreta literalmente es el reconocimiento del fracaso del modelo económico cubano y una interpretación posible debería dar a entender que es el aval que otorga a su hermano Raúl para emprender reformas que a todas luces necesita Cuba para salir de ese estado de postración, carencias y pobreza perpetua, paliada en ocasiones por avatares de la política internacional. Dos han sido fundamentalmente las tablas de salvación que libraron a la isla del naufragio. La primera, prolongada a lo largo de la guerra fría, consistió en la ayuda a fondo perdido que la Unión Soviética le prestó, en un gesto, que a la larga resultó inefectivo, de situar una avanzada a las puertas de los Estados Unidos. La segunda, como maná llovido del cielo fue y sigue siendo el auxilio que el régimen de Caracas, liderado por Hugo Chávez por vía de suministro petrolero en condiciones que permanecen en un arcano, que lo cobra el líder bolivariano con la creencia de heredar el liderazgo continental en la marea del populismo que la azota.
 
Cualquiera que sea el trasfondo de esta inusitada declaración, abre la interrogante de si existe un sistema totalitario en que se haya podido reformar el modelo económico sin destruir al primero. La situación actual está caracterizada por la dependencia del pueblo del Estado y la cruda realidad es que éste se encuentra apremiado por una inminente bancarrota que exige reformas económicas, pero la incógnita es si una burocracia anquilosada lo hará posible. Por más que el régimen de La Habana ha pretendido erigirse en un modelo aislado, no ha podido evitar que la actual crisis económica de la aldea global ponga en apuros la dependencia del turismo y la relación comercial con Venezuela.
 
En la patria de Bolívar, en vísperas de unas elecciones para renovar la Asamblea Nacional, monopolizada totalmente por el gobierno, los sectores políticos, tanto del oficialismo como de la oposición, esperan con ansiedad cuál será la reacción de Hugo Chávez tras el reconocimiento de Fidel Castro de que su régimen es ineficiente «hasta para Cuba», porque se pretende implantar un sistema calcado del de la isla, bautizada por Chávez como «el mar de la felicidad.»
 
Se barajan algunas conjeturas. Una de ellas se basa en la hipótesis de que Castro pretende influir en las elecciones venezolanas del próximo 26 de este mes, que para él son de gran importancia, vitales, dada la dependencia en aspectos elementales de lo que Venezuela le suministra. Hilando fino es razonable sostener que el oficialismo no tiene garantizado su triunfo electoral según encuestas fiables. En el caso de que Chávez imitara la decisión de Fidel, lo que acostumbra hacer como fiel pupilo, y reprobará su modelo económico, puede producir un ablandamiento de la resistencia que le han mostrado algunos sectores que ven con simpatía el chavismo pero no acaban de adherírsele por temor al fracasado modelo cubano. La pregunta que cabe hacerse es si Fidel ha emitido la opinión que ha dado la vuelta al mundo, y ha interesado sobremanera en Venezuela, sin reparar en la importancia para él de la elección del próximo 26.
 
Por lo que respecta a esta víspera electoral, en su afán de conquistar el favor popular Hugo Chávez ha propuesto la creación de la «Cédula del buen vivir.» Consiste en una Tarjeta que pone a disposición del adjudicatario la posibilidad de adquirir a crédito «lo que necesita, no lo que los ricos quieren que consumamos (ya que) tenemos que economizar, el socialismo tiene que economizar.» Un capitalismo capitidisminuído con un hallazgo publicitario: consuma ahora, pague después. Sin pretenderlo, es posible que Chávez le esté brindando a su mentor ideológico cubano, la luz que alumbre las reformas de un modelo económico tan solo esbozado en las confesiones al periódico estadounidense. La capacidad creativa es inagotable en un Caribe donde el realismo mágico campea a sus anchas, a la espera de las correspondientes mariposas amarillas anunciadoras de la gran Cubazuela.

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