Pero los pacifistas tampoco tenían razón

Irak: cinco años de una guerra que no debió comenzar

Se cumplen cinco años del comienzo de la II Guerra de Iraq. El pacifismo violento e ideológico que invadió las calles de nuestro país en 2003, el atentado del 11-M, la primera victoria de Zapatero y su rápida retirada de las tropas la han convertido en una especie de tabú para media España: para la España que vota al PP. La utilización que se ha hecho de la guerra en la campaña electoral parece invitar a cerrar filas a favor de la intervención. Conviene hacer el esfuerzo de decirlo todo sin necesidad de apuntarse a ningún bando.   Pascale Warda: una mujer cristiana sobre el polvorín de Bagdad

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FERNANDO DE HARO
 
Al pacifismo de 2003 no le interesaba Iraq, sólo le interesaba que los populares perdieran las elecciones; la retirada de las tropas fue una irresponsabilidad; pero la guerra ha creado más problemas de los que ha resuelto, no ha servido para disminuir el terrorismo internacional ni ha traído más libertad a los iraquíes. La prueba es la persecución que sufren los cristianos. Se ha cumplido la profecía que hizo Juan Pablo II cuando afirmó que éste iba a ser un conflicto “de consecuencias impredecibles”.
 
Las cosas han mejorado en el último año, como refleja Marco Bardazzi en su artículo “Iraq, cinco años después” (www.marcobardazzi.com/blog7). La estrategia desarrollada por el general David Petraeus, con 30.000 hombres más que se sumaron a los 130.000 ya presentes en el país, ha provocado un descenso de la violencia: el número de muertos ha disminuido un 70 por ciento. Según datos de observatorios independientes, en febrero de 2007 las víctimas civiles habían sido 2.700 y en este mes de febrero habrían disminuido a 700. Petraus ha cambiado la estrategia inicial, que consistía en intervenir en las zonas calientes para volver a bases seguras. Ahora los militares estadounidenses se mantienen en los puntos críticos de forma estable con la ayuda de tropas iraquíes. La fórmula se acompaña de una intensa actividad diplomática para frenar el avance de Al Qaeda: se fomentan alianzas con líderes suníes locales que antes eran hostiles. También se han conseguido avances en la neutralización de las milicias chiíes, quizás gracias a la colaboración de Irán.
 
¿Es posible marcharse?
 
En cualquier caso, la misma descripción de los avances conseguidos en los últimos meses refleja hasta qué punto fue negativa la intervención y el modo de gestionarla en los primeros momentos. El propio Pretaeus es muy realista sobre el proceso de reconstrucción y señala que no se ha producido el necesario progreso en la reconciliación nacional. Anthony Cordesman, un experto sobre Iraq del think tank CSIS, afirma que “hay buenas razones para que Petraeus sea cauto y no cante victoria (...). Hacen falta años para saber si se ha conseguido una victoria estratégica”. Cordesman no es nada sospechoso de pacifismo y señala con claridad que en este momento sería una irresponsabilidad marcharse de Iraq o incluso reducir el número de tropas: “utilizar la situación como excusa para dejar el país y abandonar a 28 millones de personas con problemas que en gran parte hemos creado nosotros generaría un vacío de poder”.
 
La II Guerra del Golfo tenía como objetivo frenar la amenaza inminente de unas armas de destrucción masiva que al final no existían, luchar contra el terrorismo internacional y construir una democracia en Oriente Próximo que sirviera de revulsivo para la defensa de las libertades en la zona. El segundo objetivo no se ha logrado y sobre el tercero hay serias dudas. La Brookings Institution, otro think tank estadounidense de reconocido prestigio, ha hecho público un estudio sobre los progresos políticos del país. En una escala del 1 al 11, en febrero de 2007 el nivel era 1, ahora es 5. La democracia se mide, especialmente en Oriente, no por fórmulas abstractas sino por cuestiones concretas. Tan concretas como la tutela de los derechos de las minorías. La minoría cristiana de Iraq forma parte de la historia del país. Desde el comienzo de la guerra su situación ha empeorado claramente. Según datos de Naciones Unidas, en los últimos cinco años cerca de 4.500.000 iraquíes han abandonado sus casas. Dos millones se han exiliado. Ayuda a la Iglesia Necesitada estima que hasta 600.000 cristianos han emigrado.
 
Las cifras podrían ser mayores. La comunidad cristiana antes de la guerra estaba formada por un millón de fieles y, según los datos de la nunciatura de Bagdad, sólo quedan ya 200.000 ó 300.000. Los ataques a iglesias, el asesinato del arzobispo Raho y otras formas de violencia permiten augurar que la presencia cristiana va a desaparecer de Iraq. Cualquier democracia que provoca la eliminación de una minoría es falsa. Más aún si es la minoría cristiana, que defiende en un contexto islámico la separación de Iglesia y Estado.

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