Galeras y naves romanas que trasportaban a la Urbe los vinos y los preciosos metales de Hispania. Pero, sobre todo, barcos cargados de tesoros de América y doblones para pagar las empresas imperiales ultramarinas. Las tormentas, los combates, los motines, los piratas ingleses, holandeses y argelinos, se los mandaron a Neptuno-Poseidón, que los ha guardado en sus dominios: el fondo del mar. Según la prensa británica el litoral español es una mina de oro. Ahora el asunto es rescatar esos tesoros. ¿Se acuerdan del Odyssey? La nave caza-tesoros americana está obteniendo beneficios millonarios a costa del expolio de esta parte del patrimonio cultural español. No basta parar a los nuevos piratas yankees, además queremos que España tenga su propio Odyssey para rescatar su o
Curzio Malatesta
Nos preguntamos si los sufridos turistas de temporada serán capaces de imaginar lo que se esconde en las profundidades del Mare Nostrum mirando sus aguas desde las playas españolas. Seguramente esos turistas, tanto los comunitarios, algunos descendientes de aquellos piratas expoliadores, como los propios celtíberos, estarán más ocupados buscando esa felicidad obligatoria que anunciaban en la propaganda turística.
Ajeno a ese ocio mal entendido, el patrimonio cultural de España yace en las profundidades del Mediterráneo. Olvidado entre sueños de gloria viril, gladios de hierro, enseñas de legiones hispanas, espadas almogávares, águilas bicéfalas, picas que no cayeron en Flandes y arcabuces de soldados de Cristo que hablaban español e italiano, y tenían apellido alemán. Y entre esos sagrados despojos imperiales, joyas y riquezas codiciadas por los piratas de todas las épocas.
Y no sólo en el Mediterráneo. El Orbe entero está plagado de trazas de aquellos caballeros de espada y compás y sus compañeros de aventuras. Pero lo que más importa aquí, de momento, es que estas riquezas se encuentran dentro de los límites marítimos españoles.
Los piratas anglosajones del siglo XXI
A favor de algunos como Sir Francis Drake diremos que, al menos, ejercían esa sucia guerra en el mar que fue la piratería, por su Rey y su nación. Ya hubo muchos entonces, la mayoría, que vieron en el saqueo un fin que se bastaba a sí mismo.
¿Será ese el caso de Greg Stemm? Ese es el nombre de nuestro Barba Negra. Su imagen dista bastante de la de aquellos bucaneros: barba peli-cana bien recortada, sonrisa con dentadura completa, camiseta-polo con el logo de su empresa, gorra del National Geographic y gafas para ver de cerca. Recuerda un poco a Richard Dreyfus en la segunda entrega de Tiburón. Solo que en este caso, el tiburón es él.Este americano, agente publicitario reconvertido en caza tesoros multimillonario es sospechoso del expolio de un barco hundido en las costas de Cádiz.
Stemm dejó la Universidad por aburrimiento,
como Steve Jobs o Bill Gates. Recorrió el mundo con el cómico Bob Hope. Poco después, fundó la organización de jóvenes empresarios
YEO donde se codeó con los fundadores de
Dell y de
America On Line, entre otros.
Fue en 1986 cuando compró un barco de investigación de la Universidad de Carolina del Norte. Más tarde se hizo con un robot submarino. Un año después, junto a su socio John Morris, comenzó a “rescatar barcos” por los mares abordo del Odyssey.
Un negocio arriesgado, sobre todo legalmente. No obstante, le ha aportado millones de dólares. Como es bien sabido, esas cantidades de dinero ayudan a capear dichos riesgos de maneras diversas.
España tiene que proteger lo suyo
Cuando la Armada y la Guardia Civil intervinieron con una orden judicial las pruebas necesarias para demostrar que el Odyssey estaba actuando ilegalmente en aguas españolas, no pudieron encontrar la prueba principal: el robot submarino. Con ayuda de militares británicos de Gibraltar, los empleados de Stemm habían descargado el robot y lo habían enviado a los Estados Unidos.
Lejos de la actitud físicamente hostil de aquellos rudos criminales marinos, los piratas de hoy utilizan la sonrisa, la cortesía, las ambigüedades lingüísticas y legales como respuesta. En un golpe de franqueza, los nuevos y amables piratas dicen en boca de Stemm: si los españoles no rescatan esos tesoros, ¿por qué no nos dejan hacerlo a nosotros?
Pero de los hombres de negocios bajo el imperio del mercado no se puede esperar otra actitud. De los que sí esperamos que defiendan contundentemente el patrimonio español es de la administración del Estado, no ya por su valor estimado en moneda (millones de euros según Stemm), sino por un valor mucho más real e importante: el histórico-cultural.
Sería bueno para España que la actitud indolente que demostró la ministra Carmen Calvo, pasando la pelota de la responsabilidad de la investigación arqueológica del litoral a las autonomías (pese a tratarse esta vez de Andalucía, gobernada eternamente por el PSOE), no se repita en el futuro. Sería coherente, necesario y deseable, que un Ministerio de Cultura Español defendiese firme, rápida y eficazmente el patrimonio cultural español, rescatando los tesoros hundidos antes de que lo hagan los comerciantes sin escrúpulos.
Greg Stemm en pleno recuento