Análisis disidente sobre los candidatos franceses

Sarkozy y Ségolène: en el fondo, ¿no son lo mismo?

La izquierda ha convertido a Sarkozy en una especie de demonio fascista, y a Royale en el Hada Maravillosa. La derecha alaba a Sarkozy como el hombre que Europa necesita y descalifica a Royale por superficial y demagógica. Pero, en realidad, las posiciones de Sarkozy y Royale en materias tan sensibles como la inmigración o la globalización están mucho más próximas de lo que parece. Arnaud Imatz explica por qué. Un análisis que nadie en España tiene el valor de exponer.

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ARNAUD IMATZ


La derecha europea en general, y española en particular, ha saludado a Sarkozy como una especie de esperanza blanca: con el líder de la UMP, partido de la derecha neo-liberal francesa, Europa estaría salvada. Pero, personalmente, tengo serias dudas sobre eso.

La campaña contra Sarkozy

Seamos claros. No soy un anti-sarkozysta sectario, violento y fanático como tantos antidemócratas de las izquierdas. No suelo caer fácilmente en las habituales trampas y manipulaciones ideológicas. No me impresionan los insultos, las caricaturas y las demonizaciones. Pero sí me horripila el odio al adversario, predilecta estrategia de los marxistas de ayer y de sus camuflados compañeros de viaje de hoy. Sé perfectamente –y, por cierto conviene recordar que lo reveló el social-demócrata Eric Besson, ex-secretario nacional del Partido Socialista para la economía- que, al considerar el programa de Royale poco serio y riguroso, y su capacidad de gobernar muy limitada, los “elefantes” del PS organizaron deliberadamente la lamentable campaña de demonización de Sarkozy, a fin de aterrorizar a los electores y tener alguna posibilidad de ganar las elecciones. Pero dicho esto, no me hago muchas ilusiones sobre el candidato de la derecha.

Que Sarkozy sea para muchísima gente “el mal menor” lo puedo entender. Pero se necesita una insondable dosis de ingenuidad para presentarlo como el único político capaz de evitar que Francia se suicide en una política multicultural. Al contrario, yo considero a Sarkozy, y por supuesto a su contrincante Ségolène Royale, y a la inmensa mayoría de la clase política francesa de derecha y de izquierda, como solidariamente responsables de la crisis de la democracia, de la disolución del tejido social y del estancamiento económico de Francia. Y salvo milagro, creo que el resultado de las elecciones, de un signo o de otro, no cambiará en absoluto lo fundamental.

Sabemos que la política moderna es ante todo el campo del marketing, de la seducción, de los sondeos de opinión, de los programas alterados a diario y de las promesas sin límites, casi siempre olvidadas al día siguiente. Basta observar las vacilantes posturas diarias de “Sego y Sarko” para entenderlo. Pero al lado del culto a la imagen o de la “política espectáculo”, nunca se debe olvidar el valor del debate y la importancia de las ideas. No creo que la política sea sólo “el arte de lo posible”. Es también y sobre todo “el arte de hacer posible lo necesario”.

Más cerca de lo que parece

Pues bien, uno no se debe dejar engañar por los programas cosméticos de los neo-liberales o neo-socialdemócratas como Sarkozy o Royale (¡Perdón!: debería hablar de “social-liberales” ya que los dos se han definido inequívocamente discípulos de Tony Blair). Los dos pueden jugar con el deseo de novedad, de orden justo, de seguridad, de protección, de responsabilidad, de disciplina y de dinamismo, pueden defender retóricamente la familia, la justicia, el trabajo, la solidaridad, la paz social, la moralización del capitalismo financiero… pero nada en sus programas permite satisfacer estas aspiraciones. Al contrario, como siempre, sus programas acabarán fortaleciendo la dinámica desreguladora del mercado y acentuando el desarrollo de la Europa burocrática, escalón hacia la mundialización.

Para satisfacer a sus militantes y al lobby inmigracionista de la izquierda radical, Ségolène Royale no para de pregonar “el modelo francés”, el de una Francia más administrada, más intervencionista, con más gastos y más impuestos. No le importa en absoluto que la ratio francesa de los gastos públicos sea el 54,5%, siendo el 41% la media de los países de la OCDE. Tampoco le preocupa mucho que el déficit público francés constituya el 70% del PIB ni que las clases medias y los empresarios reclamen una disminución de los impuestos. Imperturbablemente sigue alabando a la “Francia abierta y mestiza”. Repite hasta la saciedad que “la inmigración es una suerte para Francia y Europa”. Y no hablemos de las presiones de sus irresponsables nuevos adheridos de la izquierda radical, los “tontos útiles de la mundialización liberal”. Enredados en las contradicciones del internacionalismo, dichos militantes de la extrema izquierda no paran de reclamar la completa apertura de las fronteras para las personas y la legalización en masa de los ilegales. Son los aliados objetivos del gran capital. ¿Por qué les apenarían los sufrimientos de sus conciudadanos víctimas de las deslocalizaciones si, como buenos internacionalistas, quieren tanto a un colombiano, un pakistaní o un etíope como a cualquier nativo de su propio país? A través del Partido Socialista, todos estigmatizan a diario al “diablo Sarkozy”. Lo declaran culpable de “racismo y xenofobia”, lo odian por haber pedido una “inmigración selectiva” conforme a las exigencias de la economía nacional. Por supuesto, todos silencian que, en un mundo globalizado, los mecanismos de redistribución se quedan obsoletos debido no solamente a la volatilidad de los capitales, sino también a las migraciones masivas y a la inexorable bajada de los salarios, consecuencia de la entrada en el mercado mundial del empleo de una mano de obra china e india que parece inagotable.

Pero ¿qué dicen realmente el candidato de la derecha y sus amigos de la UMP? Pues no vayan a creerse que se alejan tanto del discurso políticamente correcto. “Los franceses, dice Sarkozy, esperan una Francia de después… una Francia donde la expresión francés de origen habrá desaparecido”, una Francia donde los inmigrantes serán objeto de “una discriminación positiva”, la cual facilitará su integración. “Los inmigrantes enriquecen la identidad francesa”, remacha su primer ministrable François Fillon. Y mientras tanto, algunos listillos repiten, con dudoso sentido del humor, la poco afortunada frase de Cecilia Sarkozy, posible futura primera dama de Francia: “Yo me enorgullezco de no tener ni una gota de sangre francesa en mis venas” (Libération, 8 de julio de 2004). ¡Pues bienvenidos inmigración y nuevas regularizaciones de ilegales! ¡Bienvenidos dumping social, individuo-rey y globalización!

Nostalgia de De Gaulle

Sobra decir que a la Europa avasallada y mundializada que defienden Sarkozy y Royale, prefiero la Europa independiente y soberana, la del eje Madrid-París-Berlín-Moscú, en un mundo resueltamente multipolar. Como decía Charles de Gaulle, único gigante político francés desde la segunda guerra mundial: “Si los occidentales del viejo mundo siguen subordinados al nuevo, jamás Europa será europea”. Partidario resuelto de una limitada integración de los inmigrantes africanos, el General decía también sin tapujos: “No hay que engañarse. Está muy bien que haya franceses amarillos, franceses negros y franceses morenos. Eso enseña al mundo que Francia está abierta a todas las razas y que tiene una vocación universal. Pero con la condición de que sean una pequeña minoría. Si no fuera así, Francia no sería Francia. Somos todos, ante todo, un pueblo europeo de raza blanca, de cultura griega y latina y de religión cristiana… Basta de cuentos”.

Yo era gaullista en vida de De Gaulle y no me arrepiento de ello. Hoy todos los políticos franceses, incluso los más alejados de la Tercera vía “ni de derecha ni de izquierda” que defendía el General, acostumbran a referirse a su egregia figura histórica. Desgraciadamente, hombres políticos como él surgen sólo una vez cada siglo. Y digan lo que digan, todos los otros no pasan de ser enanitos. En el mejor de los casos, éstos resultan ser un mal menor: la esclerosis en placa preferible al cáncer, como Sarkozy frente a Royale. Pero esto es cuestión de sensibilidad o de convicción íntima; en cierto sentido, es un acto de fe.

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