Quiero desear unas felices fiestas a todos los hispanos que me leen o me han leído o, vete tú a saber, igual me están leyendo. Sin ironías, como digo en el título, de corazón. Si alguna vez hablé mal de la Navidad, fue un error de juventud. Negar y renegar del propio país, la fe o los abuelos, es un lujo del niñato que cree que jamás los va a perder. Yo ya perdí los tres: mis abuelos ya tomaron el pitryana; la fe que movía montañas la perdí a cambio de un grano de gnosis; y de mi país sólo resta el chasis y tampoco el propio, sino el alquilado por el Banco Central Europeo. Nunca me consideré conservador porque soy consciente de que nada de este mundo vamos a conservar a fin de cuentas. Pero mientras se acaban de hacer esas cuentas, pues Feliz Navidad.
“Es que la Navidad es un invento de los centros comerciales, el consumismo, Papá Noel, la Coca-Cola…” ¡Jo, qué pesao eres, Ibn Asad, siempre con la pincha! ¡Qué cansino! La Navidad no es otra cosa que un recuerdo común de nuestra esfera espiritual y cultural, que permite acceder a un tiempo pasado que, a nuestro parecer, siempre fue mejor.
Pues si vemos lo presente, no como un punto que se ha ido y acabado, sino como el juicio sabio de lo que jamás fue, no se engañará nadie: hubo una Navidad en la que fuimos felices. Fantasía o realidad (¿acaso importa?), no es necesario irse a la saturnalia romana o al cristianismo medieval para acceder a unas verdaderas fiestas navideñas. Basta con remontarse veinte o treinta años, y recordar que no resultaba tan difícil aquello de la Feliz Navidad. Simplemente las familias se reunían sin decreto de limitación de aforo del Gran Hermano Sánchez, sin la culpa imperdonable de poner en riesgo de muerte a toda la casa. Comían mazapán de Alicante sin la jodienda del Ministerio de Consumo de que el azúcar es malísimo y sin pagar impuesto ecológico por el plastiquito unitario que lo conservaba. No había tabarra vegana. No había cochinillo transgénico. No había que justificar las emisiones de carbono del cardo. Antes de la cena, salía un tipo algo pánfilo en la tele que decía llenarse de orgullo y satisfacción, y no había que sacarle más punta al mensaje. Después los humoristas Martes y Trece hacían divertidos sketches sobre el Maricón de España o una mujer a la que su marido le pegaba , y tampoco había que rasgarse las vestiduras. Hasta el sentido del humor era sencillo. El mayor escándalo no pasaba de alguna que otra tetilla suelta de Sabrina Salerno, aunque yo era demasiado boy, boy, boy, para interesarme por la italiana. Para mí, niño de ocho años, el good time que buscaba era el seis de Enero, noche central del misterio de las Fiestas, y que me perdone el Niño Jesús. Los Reyes Magos de Oriente eran eso mismo: misteriosos taumaturgos alquimistas de autoridad sapiencial verídica que viajaban eternamente hacia el Oeste. Ahora que leo esta definición, observo que quizás yo me esté convirtiendo en uno de ellos. Tiene sentido, pues como dice Krsna a Arjuna en la Bhagavad Gita, “Así sea la forma de tu devoción, así te transformarás en ella”; y yo siempre fui su devoto; no de Krsna, sino de Melchor.
Por eso les felicito con veintiún días de antelación. Porque sé diferenciar la estrella de Belén del meteorito del Armagedón. Porque algo de mago tengo, un poco de adivino también, y aquí nos conocemos todos: quiero anticiparme a las reinas magas de Compromis, a las drag-queens de Chueca y a los republicanos come-niños del palacio de Herodes. Antes de que cualquier alcaldesa defeque cual caganer en la bellísima tradición belenista con algún bodrio de cajas de basura pagado con dinero del contribuyente, quería felicitarles. Me anticipo a los decretos extraordinarios del Anticristo, a la misa del gallo masónico, a la Augmented Reality de la Puerta del Sol, al Urbe et Orbi a la nada y a nadie. Les felicito con discreción antes del ruido de los petardos, antes del Gordo que a saber dónde cae este año, antes de los santos inocentes persas, antes de la pedrea del Allah Akbar… Prefiero felicitarles la verdadera Navidad antes de que comience su parodia satánica. Así me aseguro de que sea la primera felicitación y quizás la más sincera.
Nuestro Salvador va a nacer… y vaya si se lo hemos puesto difícil. Por eso, para todos los españoles, incluidos los que no quieren serlo, para todos los hispanos que leen estas palabras, para todos los estudiantes y alumnos de español como lengua extranjera: Feliz Navidad. Les iba a desear también un Próspero Año Nuevo 2021 pero eso ya sería pasarse tres pueblos con el pensamiento mágico.
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