Con la participación del exdirector de EL MANIFIESTO José Javier Esparza, de Philippe Conrad, presidente del Instituto Iliade, de Eduardo Arroyo y de Pierre-Yves Rougeyrond, se celebra en Covadonga, este 27 de mayo de 2022, el 1.300.º aniversario de la batalla que, emprendida y ganada por don Pelayo, significó el comienzo de la Reconquista contra el invasor musulmán. El acto está patrocinado y organizado conjuntamente por el Institut Iliade, la asociación Revolutio y el Cercle Aristote. EL MANIFIESTO se asocia con júbilo a tales conmemoraciones.
Magnificada por la tradición católica —que le agradece a la Virgen la victoria cristiana— o impugnada por ciertos historiadores críticos que se resisten a aceptar el "relato nacional" basado en la lucha contra el invasor musulmán, la batalla de Covadonga sigue siendo el acontecimiento fundador de una Reconquista que no concluirá hasta casi ocho siglos después con la toma de Granada.
La información proporcionada por las crónicas del siglo IX permite reconstruir las circunstancias del enfrentamiento y evaluar su importancia. Noble visigodo, Pelayo se retiró a las zonas montañosas del norte tras la derrota del rey Rodrigo, que murió en el año 711 en la batalla de Guadalete. Cuando un gobernador musulmán de nombre Munuza se instaló en Gijón, fue enviado como rehén a Córdoba para garantizar la tranquilidad de la región. La tradición también cuenta que Munuza quería casarse con la hermana de Pelayo, que era hostil a esta unión. Durante el verano de 717, éste consiguió escapar de Córdoba y a finales del año siguiente se impuso como líder de la resistencia asturiana. Durante mucho tiempo se creyó que se había refugiado en Asturias al frente del partido godo, pero el gran medievalista Claudio Sánchez Albornoz ha demostrado que se apoyó sobre todo en las poblaciones autóctonas, rebeldes a la autoridad de los nuevos amos de España.
La existencia de esta disidencia local llevó al gobernador Anbasa a enviar una expedición a Asturias, comandada por Alqama y acompañada por el arzobispo de Toledo, Oppas, que se había unido a un clan visigodo dispuesto a efectuar componendas con el invasor y que se encargó de predicar la sumisión a los rebeldes. La ofensiva musulmana parecía victoriosa, pero el 27 de mayo de 722 Alqama cayó en una emboscada mortal en Covadonga, en la zona montañosa de los Picos de Europa. Un corrimiento de tierras que se produjo poco después vino a completar la derrota musulmana, la cual revistió de tal modo una dimensión milagrosa. Aunque su importancia estratégica parece haber sido pequeña, representó en cambio un punto de inflexión decisivo en la moral de los resistentes. Alqama fue asesinado, Oppas fue hecho prisionero y Munuza se vio obligado a evacuar la región, no sin sufrir otro ataque durante su retirada.
Pelayo abandonó su refugio en la montaña para instalarse en Cangas de Onís, la primera "capital" del futuro reino asturiano, y se alió con Pedro, el duque visigodo de Cantabria. A su muerte, en el año 737, le sucedió su hijo Fafila, que fue asesinado dos años después durante una cacería de osos. Alfonso, hijo del duque Pedro y yerno de Pelayo, le sustituyó y rechazó una nueva expedición musulmana en el año 740. Todavía era sólo una disidencia montañesa localizada que no llamaba la atención de los señores de Córdoba, pero con el paso del tiempo la victoria de Covadonga iba a adquirir en la memoria asturiana y luego castellana la dimensión de un mito fundacional de la futura Reconquista.
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