Houellebecq contra la inmigración que lo invade todo

"Lo que quieren los franceses no es que los musulmanes se asimilen, sino que dejen de robarles y agredirlos. O que se vayan."

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Michel Houellebecq, quien  para muchos es el mayor y, para todos, el más exitoso novelista contemporáneo, celebró hace unos meses una larga y plebiscitada conversación con el filósofo Michel Onfray . En pocos días se agotaron todos los ejemplares de la primera edición de la revista Front Populaire (45 densas páginas), editada por Onfray, en la que se publicó dicha entrevista.

En la misma no se anduvo con chiquitas Houellebecq. Fue más claro, tajante y categórico que nunca. No dejó títere con cabeza. Ante sus palabras se derrumbaron todos los mitos de un mundo entregado a su pérdida. Fue particularmente claro respecto a la invasión migratoria: la Gran Sustitución, como se la llama corrientemente en Francia y como pronto se la llamará, esperemos, también entre nosotros.

Ésta fue su frase más contundente, la que más repercusión tuvo:

“Lo que desea la población autóctona francesa no es que los musulmanes se asimilen, sino que dejen de robarles y agredirlos.
O, en su defecto, que se vayan”.

Palabras que ya le han valido al novelista una querella criminal por parte del rector de la Gran Mezquita de París por “incitación al odio contra los musulmanes”, pues quienes, bajo amenaza de muerte, expulsaron de Argelia a millones de franceses (“la valise ou le tombeau”: la maleta o la tumba, les conminaban) sólo ven odio y no defensa de la propia identidad francesa a quienes se defienden, entre otras cosas, de los ataques terroristas como los recientemente producidos a lo largo y ancho de toda Francia.

Para el autor de Sumisión, la Gran Sustitución (el remplazo de la mayoría de la población europea por población de otras etnias)

"Europa será barrida por este cataclismo”.

no constituye una teoría, “sino un hecho”. “En materia de inmigración, nadie controla nada, ése es todo problema. Europa será barrida por este cataclismo”.

“Es objetivamente lo que dicen las cifras”, asiente Onfray.

Los dos pensadores coinciden en que es inevitable el declive demográfico —y el cultural, económico y espiritual— de Occidente.

Houllebecq cree que, aunque Francia no está declinando a un ritmo más rápido que otros países europeos, sí tiene, a diferencia de otros, “una conciencia excepcionalmente alta de su propio ocaso”.

“Debo reconocer una incertidumbre real sobre la dimensión religiosa de la Gran Sustitución —precisa—. Porque no sé de qué religión son estas personas que acuden cada vez más a Europa. La hipótesis común es que hay muchos musulmanes. Pero también hay cada vez más evangelistas en los países africanos. Y lo que ocurra dependerá en gran medida de esto. En África ya hay guerras religiosas, con Boko Haram, por ejemplo. Se exportarán sin problema”, vaticina.

Para Houellebebecq, el colapso de Francia es una obviedad. “Es la modernidad en sí misma la que genera su propia destrucción. Esto es muy inquietante”, explica. Para el autor, todo lo que vive Francia es una copia americana.

“Por ejemplo —advierte— sólo creo a medias en el izquierdismo. Siempre me ha costado tomármelo en serio. Lo veo como algo que viene ocurriendo desde hace mucho tiempo, digamos desde 1945; a saber, una servil imitación de todo lo que se hace en los Estados Unidos. Un poco como una moda que la gente sigue sin creérsela. Y creo que, si cambia Estados Unidos, cambiaremos también nosotros”.

Houellebebecq llega a la conclusión de que “la única posibilidad de sobrevivir sería que la supremacía blanca se convirtiera en trendy (se pusiera de moda) en Estados Unidos”.

Bataclan al revés

Aunque los dos pensadores coinciden en que a los franceses les aguardan una serie de peligros, como la descristianización, la degradación del medio ambiente, el transhumanismo, el americanismo, la Gran Sustitución y la burocracia europea, sus opiniones divergen, sin embargo, en el tema del islam.

Onfray cree que el islamismo representa una amenaza menor para Francia de lo que cree Houellebecq. Argumenta para ello que el islam político “no es un fenómeno tan poderoso”, sino más bien “una reacción al poder estadounidense”. El director de Front Populaire sostiene que los musulmanes, con el tiempo, sustituirán sus creencias religiosas por el consumismo, al igual que ya han hecho muchas otras culturas tradicionales de todo el mundo, incluidos los europeos cristianos de Occidente.

Houellebecq, sin embargo, cree que “cuando territorios enteros estén bajo control islamista, se producirán actos de resistencia [por parte de la población blanca]”.

Lo que podemos ver —asegura Houellebecq— es que la gente [blanca, se entiende] se está armando. Compran armas, hacen cursos en campos de tiro. Y no son exaltados. Cuando territorios enteros estén bajo control islamista, creo que se producirán actos de resistencia. Habrá atentados y tiroteos en mezquitas, en cafés frecuentados por musulmanes... En resumen, habrá un Bataclan al revés”, dice aludiendo a los atentados de 2015 en la discoteca Bataclan de París, en los que 130 personas fueron asesinadas y 416 resultaron heridas por los islamistas. Los atentados fueron los más mortíferos ocurridos en Francia desde la Segunda Guerra Mundial.

“Pero los musulmanes no se conformarán con poner velas y ramos de flores…”, ironiza alarmado.

Onfray fue más allá: “Algunos creen que la guerra civil está por llegar; pero yo creo que ya está aquí. Creo que vamos hacia la horda primitiva”

Pena de muerte

Houllebecq vuelve a la polémica cuando analiza la pena de muerte. “¿Es la abolición del progreso?”, se pregunta. “No lo sé. Cuando veo crímenes tan atroces, me lo pregunto. Porque las familias de las víctimas piden claramente venganza, es una reacción normal”.

Onfray lo confronta, afirmando que sigue estando de acuerdo con las posiciones de Albert Camus y Arthur Koestler en sus Reflexiones sobre la pena capital y la prisión, y afirma que no existe una buena razón para infligir la muerte a alguien.

“Pero nuestra sociedad se basa, entre otras cosas, en el hecho de que aceptamos renunciar a la venganza individual, y eso es un gran esfuerzo […]. ¿No debería el Estado vengarnos un poco?”, replica Houllebecq, adentrándose de nuevo en el camino de lo políticamente incorrecto.

“La pena de muerte no  revive a las víctimas, pero si el culpable muere, se restaura el equilibrio”

“La pena de muerte no va a revivir a las víctimas, pero si el culpable muere, se restaura el equilibrio”, afirma.

Además, propone la elección popular de los jueces: “Sería una buena manera de que los ciudadanos tengan más control sobre el sistema judicial. Me parece que es una medida democrática básica”.

Curiosamente, el diálogo llega a una inesperada conclusión: “Al final, usted es como yo, un populista”, dice Onfray. A lo que Houellebecq replica: “Me parece bien. Tengo mis dudas de que lo sea de derechas; pero ‘populista’ me viene bien”.

 

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