Para deshacer fantasmagorías

Los vascos, las razas y el III Reich

¿Qué lugar esperaba a los vascos en la “Europa racial” diseñada por Hitler? El asunto lo ha puesto de moda Jon Juaristi en La caza salvaje y no deja de suscitar polémicas. La clave del problema: los actuales territorios vascos estaban ocupados por celtas, mientras que los vascones, que originalmente vivían en Navarra, eran iberos, es decir, no indoeuropeos. A partir de ahí, todo es humo. Empezando por el racismo de Sabino Arana, caso único de racismo sin raza, y terminando en la condena de San Ignacio de Loyola por el “racismo ortodoxo” como ejemplo claro de “semitismo”. Lo que hay que oír…

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CARLOS BARUQUE

Leo en la revista Historia 16, nº 375, julio 2007, un texto titulado “Minorías Nacionales en el Tercer Reich: el caso vasco” de M. Rodríguez Álvarez. En él nos refiere el autor: “Sólo conozco una referencia del Führer con respecto a los vascos. El empresario chileno Hernán Briones Gorostiaga, muerto en diciembre de 2005 a los 92 años, tuvo una pequeña conversación con Hitler en Bremen durante la botadura del crucero de batalla Gneisenau en 1938: le dije que era chileno, de origen vasco… y le agradó, porque los vascos eran considerados por él una raza similar a la alemana.”

Sin negar, ni mucho menos, la veracidad de la conversación referida, sí que causa al menos extrañeza. Y causa extrañeza por dos motivos. En primer lugar, porque en la Alemania de los años treinta era ya consabido el origen ibero de los vascones, es decir, no indoeuropeo o, como dicen los alemanes, no “indogermano”, y eso sin entrar aquí en el a su vez posible origen norteafricano de los iberos. Los vascones, por supuesto, tampoco hablarían una(s) lengua(s) indoeuropea(s). El segundo motivo por el que causa extrañeza la conversación es por tratarse de un racista tan ortodoxo como Hitler.

De vascones y vascos

Unamuno (en La raza vasca y el vascuence) indica que “causa fundamental de largas consecuencias erróneas y de embrolladas opiniones ha sido el haberse confundido durante mucho tiempo a los vascos con los cántabros. […] En contra de tal confusión lidió con su pasmosa erudición el padre Flórez (La Cantabria. Disertación sobre el sitio y extensión que tuvo en tiempos de los romanos.)”

Más tarde, Sánchez Albornoz (en Vasconia o la España sin romanizar) considera indudable el parentesco entre los iberos, que eran la población primitiva de Hispania anterior a la llegada de las sucesivas oleadas célticas, y los vascones. Sitúa a estos últimos en la Ribera navarra y el occidente aragonés. En cambio, las actuales provincias vascongadas estaban habitadas por várdulos, caristios y autrigones.

Citando a Caro Baroja, nos dice Albornoz que cántabros, caristios, autrigones y várdulos hablaban una misma lengua y que era segura su unidad cultural y vital. “Por tanto –nos dice don Claudio-, no sólo es lícito sino obligado establecer en las sierras de Urbasa, Andía y Aralar la frontera perdurable que ha separado dos comunidades históricas dispares: la Euzcadi de hoy de la Navarra milenaria. Los navarros o eran iberos puros o hermanos de los puros iberos o estaban profundamente iberizados; y los habitantes de la depresión vasca –actuales provincias vascongadas- si no eran cántabros estaban muy emparentados con ellos.”

La entrada de los vascones en tierras de várdulos y caristios –que fueron así y desde entonces, vascongados o vasconizados- acaeció, según Sánchez Albornoz, durante el período de anarquía que siguió a la caída del poder romano en España. Y aquellos vascones no eran indoeuropeos.

El racismo sin raza

El segundo motivo de perplejidad se debe a la consideración de las fuentes, que llamaremos de “racismo ortodoxo” (Gobineau, Chamberlain, Rosenberg) en que había bebido Hitler. Hablamos de un “racismo ortodoxo” en oposición a un “racismo heterodoxo” o “surrealista” –y por eso tan español- cuyo único representante sería Sabino Arana, el padre del nacionalismo vasco, y que consistía en un racismo sin raza (y de ahí lo de surrealista). Y es que Arana, que era racista, sin embargo no definió las características raciales, el fenotipo de su raza superior, quizá porque se hubiera visto frente al problema de tener que elegir a una entre las dos razas vascas. ¿Cuál de ellas elegir? ¿La céltica y vasconizada de várdulos y caristios, o la propiamente vascona que llegó a la depresión vasca en el siglo V?

Quizás también porque el propio Arana no era ni mucho menos un ejemplo acabado del tipo ario entonces tan en boga; las fotografías que de él se tienen indican más bien todo lo contrario, es decir, un tipo ibero o iberoide. Hitler, en cambio, sí concretó su ideal racial (blanco, rubio, ojizarco) aunque a él personalmente no le favoreciera: es conocido el chiste que entonces circulaba en Alemania que contaba que había que ser rubio como Hitler, longuilíneo como Goering y atlético como Goebbels.

Al igual que Hitler, alguno de los racistas “ortodoxos” mencionados arriba se habían referido, muy brevemente, a los vascos en alguna ocasión. Chamberlain, en su Die Grundlagen, intenta explicar la historia de Occidente como un lucha a muerte entre la concepción germana y el sentido antigermano de la vida. En lo que en tanto que españoles nos toca –nos informa F. Elías de Tejada en “El racismo, breve historia de sus doctrinas”-, es interesante destacar que la reacción máxima contra la tendencia germánica está representada, para Chamberlain, por San Ignacio de Loyola, suprema encarnación del antigermanismo, y esto en razón de su pureza de sangre vasca, "estirpe no solamente no germana, sino carente del más remoto parentesco con todas las indogermánicas."

Por su parte, Rosenberg dedica palabras muy violentas a la Compañía de Jesús, a la que presenta como un producto de degeneración racial en cuanto fundada por un vasco y continuada por un judío cual el padre Diego Laínez, la lumbrera de Trento y defensora de la obediencia de cadáver establecida en las constituciones ignacianas, y que para Rosenberg es una teoría semítica (eine semitische Lehre.)

Pero hasta los cultos y sabios alemanes pueden equivocarse. A don Ramón Menéndez Pidal, por ejemplo, no le impresionaban, y por tanto, tampoco le snobeaban. Tal vez Chamberlain y Rosenberg yerren aquí: todo en San Ignacio indica que estamos en presencia de un celta, concretamente várdulo. Sobre todo la fundación, al modo de un recuerdo ancestral, de acaso el último männerbund o asociación lúdico militar, tan característico de todos los pueblos indoeuropeos; solo que, en este caso, a lo divino.

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